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La Nueva Domus de
Livia
Cuando Harry llega al Ministerio se encierra en su despacho. Hoy viene dispuesto a evitar a la Ministra a toda costa, por si además de saber leer siempre en su cara, también sabe leer en su trasero. Se sienta cuidadosamente en su sillón, solo para descubrir que hoy no es el mejor día para estar sentado. No le duele exactamente, pero molesta, ¡vaya si molesta! Y también descubre que no es bueno estar pensando en cómo se la piensa regresar a Draco porque empalmarse en el trabajo no es muy práctico y sí muy incómodo. Finalmente, y con mucho esfuerzo, logra concentrarse en sus asuntos.
La lechuza de Hogwarts llega a media mañana. Es de la Directora McGonagall. A Harry ya se le han erizado los pelos de la nuca antes de abrir la misiva. La nota es muy escueta. Se requiere su presencia en Hogwarts lo antes posible por un problema relacionado con sus hijos, James y Albus. Que Draco pida paso en su chimenea apenas cinco minutos después, todavía lo empeora.
—He recibido una carta de McGonagall, sobre Scorpius.
—Yo también, sobre Al y James.
Se aparecen en Hogsmade y cogen uno de los carruajes tirados por thestrals que Hogwarts pone a disposición de sus ocasionales visitantes. Durante el trayecto, apenas hablan, cada uno barruntando cuán grave puede ser el asunto.
McGonagall les recibe con expresión severa en las escalinatas de la entrada y, sin aclararles nada, se dirigen a su despacho.
—Bien, caballeros —dice la Directora una vez aposentados en su despacho—, les he hecho venir porque, en vista de los acontecimientos de ayer por la noche, he decidido expulsar a sus hijos de Hogwarts durante una semana.
Tras el impacto de las palabras de McGonagall, el primero en reaccionar es Draco.
—¿Y, cuál fueron esos acontecimientos, Directora, si me permite preguntarlo?
Ella parece todavía alterada por lo que fuera que sucediera.
—¿Por dónde empiezo? —responde secamente— Destrucción de la propiedad escolar, estudiantes heridos, improperios y amenazas…
—Me haré cargo de cualquier propiedad que Scorpius haya deteriorado y…
—¡Me temo que es su hijo, el deteriorado! —le interrumpe la Directora. Dirige entonces su mirada hacia Harry, que ha permanecido en silencio hasta el momento—. ¡Aunque Albus y James no están mucho mejor!
Harry emite un silencioso suspiro.
—¿James? —pregunta después.
—¡Los tres! No me importa quién empezó, caballeros, sino que voy a acabarlo yo. Sus hijos están expulsados hasta el viernes de la semana que viene. Llévenselos antes de que se produzca un triple linchamiento por la cantidad de puntos que han perdido para sus Casas —la Directora mira su reloj de bolsillo—. Neville y Horace los traerán en unos minutos.
No cabe duda de que McGonagall está muy alterada, pero Harry decide arriesgarse igualmente.
—Todavía no nos ha dicho el motivo de la… ¿pelea?
Ella le mira fijamente, sus labios apretados en una fina línea.
—Si usted consigue averiguarlo, le agradeceré que me lo haga saber, señor Potter.
En ese momento, llaman a la puerta del despacho. El primero en aparecer es Neville, con cara de circunstancias, seguido de Albus y James. Slughorn y Scorp cierran la comitiva. Los baúles de los chicos van tras ellos.
—¡Por todo lo más sagrado! —exclama Draco.
Harry se limita a apretar los labios. Y los puños, sin ser consciente de ello. Sus hijos tienen magulladuras en el rostro, moretones y rasguños. Pero el peor es Scorpius, que tiene un ojo tan hinchado que apenas puede abrirlo y los labios rojos e inflamados, con signos de haber sido cosidos en alguna parte que ahora no se aprecia por la hinchazón general. Los tres han pasado por la enfermería, sin lugar a dudas.
—Pueden utilizar mi chimenea, caballeros —ofrece McGonagall ásperamente— Mira a los tres adolescentes con severidad—. Esto constará en sus expedientes académicos, jóvenes —Después se dirige a sus progenitores—. Pueden traerlos de vuelta el viernes por la tarde y, espero, que con un cambio de actitud relevante y una profunda reflexión sobre el correcto comportamiento que se espera de un mago, en Hogwarts y en cualquier otra parte.
Los cinco salen de la chimenea de Manor on the Cliff con diferentes estados de ánimo. Los tres baúles caen estruendosamente contra el suelo cuando Harry deshace el hechizo.
—Sentaos —ordena, señalando el sofá.
James, Albus y Scorpius obedecen.
—Y, ahora, espero escuchar una explicación detallada y más que justificada de lo que sea que haya ocurrido.
Draco, igualmente serio y cabreado, se sitúa a su lado.
—¿Y bien? —insiste Harry cuando parece que ninguno de los tres adolescentes se decide a hablar.
—Nos peleamos —empieza tímidamente Albus. Mira a su hermano de reojo—. James —Albus se interrumpe para volver a mirar a su hermano—… James no estaba muy de acuerdo con algo que dijo Scorp. Y empezaron a pelear y yo traté de separarlos. Y entonces, bueno, los tres acabamos peleando.
—¿Tan terrible era lo que dijo para que los tres hayáis terminado así? —pregunta Harry.
James aparta la mirada de su padre y Scorpius baja la cabeza. Albus es el único que parece lo suficientemente valiente para seguir sosteniendo la mirada de Harry.
—¿Qué dijiste, Scorp? —pregunta Draco, interviniendo por primera vez en la conversación.
Aunque no hace falta que su hijo responda. Ya lo sabe.
—¡Yo os diré lo que dijo!
James se levanta y se encara con su padre. A sus dieciséis recién cumplidos, es tan alto como Harry y, si no fuera por el uniforme escolar, ahora mismo aparentaría más edad de la que en realidad tiene.
—Scorp dijo que estáis juntos —revela, retando con la mirada a su padre para que lo desmienta— ¡Dime que no es verdad!
Por unos momentos, Harry se descoloca. No se lo esperaba. Mucho menos la fiereza con la que su hijo le reta.
—¿Qué tendría de malo? —pregunta, tratando de mantener la calma.
James se lleva las manos a la cabeza.
—¡Entonces es cierto! ¡El señor Malfoy y tú estáis juntos!
Draco pone una mano sobre el hombro de Harry.
—Sí, James, tu padre y yo estamos juntos —afirma. Y en su tono hay un puntito desafiante.
—Queríamos esperar a las vacaciones de verano para hablar con vosotros —explica Harry, que sigue mirando a su hijo mayor con preocupación—. Lo que no esperaba, era una pelea entre hermanos, como vulgares matones.
Pero James no parece escucharle. Sigue dando vueltas alrededor de la mesita de la sala, desconcertado, como si le hubieran dado la peor noticia del mundo.
—¿Y qué diría mamá de todo esto? —grita, volviendo a encararse con su padre— ¡Qué diría mamá!
A Harry se le transfigura la expresión. Y, es en este momento, que Draco sabe que James ha dado en la línea de flotación, en la parte más vulnerable, y que puede hundir el barco.
—Tu madre ya no está, James…
Harry intenta mantenerse firme, no dejarse trastornar por las palabras de su hijo. Pero le han golpeado. Fuerte.
—¿Tú qué opinas, Albus? —pregunta dirigiéndose a su hijo mediano.
—A mí no me importa, realmente.
James mira con furia a su hermano.
—Y a Scorp, tampoco —se apresura a decir Albus—. Es que no puede hablar —añade señalando la maltratada boca de su amigo, cortesía de James.
Harry guarda silencio unos momentos. Su cabeza bulle. Siente como una incipiente jaqueca empieza a abrirse paso en ella.
—A vuestras habitaciones, por favor —ordena—. No quiero veros hasta la hora de cenar.
James es el primero en abandonar el salón, airado. Al se detiene unos momentos frente a su padre.
—Yo… lo siento, papá —se disculpa.
Scorpius mira a su padre con su único ojo sano, tratando de pedirle disculpas también. Pero Draco niega con la cabeza y le señala la puerta. Ya hablaremos tú y yo más tarde, le susurra. Y Scorpius sabe que le va a caer una buena.
Cuando los chicos han abandonado el salón, Harry se desploma en un sillón y esconde el rostro entre sus manos.
—Harry…
—Ahora no, Draco, ahora no —ruega.
Intempestivamente, se levanta.
—¡Tootsie!
El servicial elfo aparece de inmediato.
—Que ninguno salga de su habitación si no es para ir al baño —tiene el detalle de buscar el asentimiento de Draco—. Ahora debo… volver al trabajo.
—¿No vamos a hablar de esto? —pregunta Draco.
—Ahora no.
Frustrado y enojado, Draco observa como Harry se mete en la chimenea y desaparece envuelto en llamas esmeralda.
Harry permanece encerrado en su despacho del Ministerio el resto del día.
El resto de la semana no es mucho mejor. Las cenas son silenciosas y un poco tensas. Seguramente, lo serían más de haber estado James en la mesa. Pero se ha negado a salir de su habitación y come y cena en ella. Harry se lo permite los dos primeros días. El tercero, tienen una fuerte discusión que solo ayuda a que la relación entre padre e hijo empeore.
—Dios sabe cuánto te amo, James. Pero no voy a permitir que decidas sobre mi vida. No, cuando apenas has empezado a vivir la tuya y no sabes de la misa la mitad.
Y James sigue comiendo en su habitación. Draco se siente impotente porque no sabe qué hacer, cómo ayudar. Harry no habla del asunto y se limita a acurrucarse sobre él por las noches, fingiendo que duerme. Pero no lo hace. Él sueño escapa de Harry cada noche y se levanta agotado, sin que la molesta jaqueca le abandone.
Cuando llega el viernes, el final de la expulsión, Draco y Harry llevan a sus hijos a Hogwarts de nuevo. La Directora, excepcionalmente, ha abierto la chimenea para ellos. Albus se despide de su padre, igual que Scorp del suyo. James, no. Cuando los chicos se han marchado hacia sus salas comunes, McGonagall invita a sentarse a los dos padres.
—No me parece que la actitud de James haya mejorado…
Harry emite un suspiro de derrota.
—Está enfadado conmigo. Muy enfadado, me temo —le dirige una mirada suplicante a la Directora—. Si vuelve a pasarse, castíguele, haga lo que haga falta, pero, por favor, no lo expulse. Avíseme, si vuelve a suceder. Tomaré medidas más drásticas, si es necesario.
McGonagall le estudia, con gesto todavía severo y, finalmente, pregunta:
—¿A qué se debe tal enfado, Harry? ¿Qué cree tú hijo que has hecho que merezca semejante despliegue de violencia?
En este punto, Draco toma la palabra.
—Harry y yo estamos juntos —revela—. James no lo acepta.
Si McGonagall se siente sorprendida, no lo demuestra. Sin embargo, su expresión se suaviza.
—James tendrá que aceptar que tenéis derecho a rehacer vuestras vidas —dice—. Tarde o temprano lo hará. ¡Ni que hubierais roto vuestros matrimonios para estar juntos! —mira a ambos con indulgencia—. La vida os golpeó y ahora os tenéis el uno al otro. ¡No hay que aflojar ante la pataleta de un niño!
Draco no puede estar más sorprendido.
—Ya no es un niño, Minerva —le hace notar Harry—. Ese es el problema, me temo.
La expresión severa vuelve al rostro de la vieja profesora. Esta vez, dirigida a Harry.
—No cedas, Harry —le ordena—. Sé cuánto significan tus hijos para ti. Pero no cedas.
Luego, dirige la misma mirada severa hacia Draco.
—No se lo permitas.
Draco asiente fervorosamente con la cabeza.
—Y no te preocupes por James —dice la Directora, dirigiéndose otra vez a Harry—. Le mantendremos ocupado.
Harry asiente, agradecido.
—¿Puedo pedirle un favor, profesora? —ella asiente—. Me gustaría hablar unos minutos con Lily, si es posible. No quiero que se entere por otra persona que no sea yo.
McGonagall asiente, comprensiva.
—Voy a pedir que la busquen y la traigan a mi despacho.
Una vez en casa, Draco piensa que Harry parece mucho más tranquilo. Poder hablar con Lily le ha ido bien. La niña se ha mostrado sorprendida en un principio. Pero ha escuchado y ha entendido las explicaciones de su padre. Y ha dicho que el señor Malfoy, Draco, le cae bien. Se ha despedido de ambos prometiendo que “hará entrar a James en razón”.
—Bueno, solamente tenemos que ganarnos a James —dice Draco en tono optimista, sirviéndole un whisky a su compañero—. El resto de nuestros hijos parece que aprueban nuestra relación.
—James estaba muy unido a Ginny —suspira Harry—. Del mismo modo que Albus lo está a mí.
—¿Y Lily?
—Todo el mundo sabe que las niñas son de los padres —responde Harry con una leve sonrisa—. Es mi princesa y ella lo sabe. Como sabe que ahora será también la tuya.
Draco sonríe. Le habría gustado que Astoria y él hubieran podido tener más hijos. Una princesita, como dice Harry. Ahora, cosas del destino, tendrá una, aunque sea de prestado. Se sienta en el sofá, junto a Harry, y posa el brazo sobre sus hombros.
—Estoy de acuerdo con McGonagall —afirma—. Tarde o temprano, James claudicará. Solo tenemos que tener paciencia y no perder los nervios.