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La Nueva Domus de
Livia
Nadie había querido entrenar con él. Más que querido, atrevido. Así que finalmente Harry se había aislado al fondo de la sala, donde hacía un par de años habían instalado un pequeño gimnasio. No era gran cosa. Y sólo los magos o brujas que procedían de familias muggles solían utilizarlo a veces.
Ron le observaba desde lejos. Parecía que Harry había hecho buenas migas con el saco de boxeo y desde hacía un buen rato tenía una gran conversación con él, a puño cerrado. ¿Por qué su amigo tenía que ser siempre tan hermético? Desde el sábado pasado no se hablaba con Hermione. El pelirrojo todavía no entendía el arrebato de su mujer y lo único que había sacado en claro eran balbuceos y un montón de incoherencias que le habían dejado en la misma inopia. Ella había bajado a disculparse el domingo por la noche, y Ron la había acompañado. Habían acabado discutiendo. Hermione le había llamado testarudo y cabezón, y Harry la había mandado a meterse en sus asuntos.
Y ahora Hermione pretendía que llevara a Harry a una pequeña reunión en su despacho con los amigo de Malfoy, para hablar de Malfoy. Ron dejó escapar un fuerte resoplido cuando Angelina le derribó, por no estar prestando suficiente atención a lo que hacía. Para lo bueno y para lo malo, había dicho aquel sacerdote muggle durante la ceremonia de su boda. ¡Y cuánta razón tenía!
Poco después, mientras se secaba tras una reconfortante ducha, Ron iba rumiando su estrategia. Estaba casi vestido cuando Harry entró en el vestuario, procedente también de las duchas, con una toalla anudada a sus caderas y el pelo todavía chorreando.
—Creo que el próximo día voy a probar lo del saco —le dijo Ron en tono desenfadado.
—Al menos no se queja —bromeó Harry mientras sacaba una muda limpia de su taquilla.
Bien, al parecer aquel desahogo de energía le había mejorado el humor.
—¿Te apetece una cerveza después? —preguntó el pelirrojo.
—Claro.
—Antes tengo que pasar por el despacho de Hermione, ¿te importa?
Harry se encogió de hombros.
—Te espero en el atrio —dijo.
—Harry…
El pelirrojo le clavó una mirada exasperada.
—De verdad, Ron, no tengo ganas de volver a discutir con ella —afirmó Harry, con más desánimo que enfado.
Cerró su taquilla y se sentó en el banco de enfrente para ponerse las botas. Ron se sentó a su lado, mirándose la puntera de las suyas.
—¿Y si tiene razón, Harry? Parece realmente preocupada.
El moreno miró a su amigo con fingido sobresalto.
—¿Preocupándote tú también por Malfoy, Ron? El Apocalipsis debe estar muy cerca…
—¡Idiota! —masculló el pelirrojo, dándole un pequeño puñetazo en el hombro.
Harry se levantó y tomó su túnica de auror, que colgaba del pomo de la taquilla. Embutió la ropa sucia en su bolsa de deporte y la encogió para poder metérsela en el bolsillo.
—Malfoy se ha ido de rositas con su mujer, Ron —torció una sonrisa—. Pregúntaselo a su secretaria.
—Pues sus amigos no parecen opinar lo mismo —contravino el pelirrojo—. Porque ahora mismo nos están esperando en el despacho de Hermione.
Harry miró fijamente al pelirrojo durante unos instantes; como si todavía no pudiera creer que fuera Ron quien le estuviera invitando a unirse a aquella paranoia.
—Esta bien, vamos —accedió finalmente.
Y ambos aurores abandonaron el vestuario para dirigirse a la tercera planta, donde Hermione tenía su despacho.
Mientras esperaba junto a Ron el ascensor, y a pesar de que no acudía de buena gana, Harry tuvo que confesarse que en su estómago había un pequeño nudo con bastantes posibilidades de crecer. Cuando el quejumbroso elevador se paró en su planta, estaba inusualmente vacío. Subieron y Ron pulsó el botón del tercer piso.
—No perderás los estribos, ¿verdad, Harry? —preguntó el pelirrojo rompiendo el incómodo silencio con el que habían llegado hasta allí.
Harry se limitó a mirarle con cara de mala resignación. Ron le dio unos golpecitos en la espalda.
—Sabía que podía contar contigo.
Salieron del ascensor y continuaron en silencio hasta el despacho de la Directora para la Investigación de Nuevas Aplicaciones de la Magia. El pelirrojo llamó a la puerta por mero formalismo.
—Me lo has prometido —susurró Ron antes de entrar sin esperar respuesta.
La expresión de alivio de Hermione cuando le vio fue tan evidente, que en el fondo, Harry se alegró de no haberse negado. Al igual que Ron, saludó educadamente a Blaise y a Pansy. Ella tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando. Les acompañaba un hombre, alto y seco, de expresión grave, vestido con una clásica y seria túnica de color negro.
—Permítanme que me presente —dijo el desconocido con voz firme y profunda—. Soy Richard Maveric, abogado del señor Malfoy.
Harry estrechó su mano, un poco desconcertado por la presencia del abogado en lo que él había creído era una reunión informal. Hermione hizo aparecer un par de sillas más y los dos aurores se sentaron.
—¿Y bien? —preguntó Harry con algo de impaciencia.
El abogado de Draco tomó inmediatamente la palabra.
—Hace algunos días, un par de semanas para ser exactos —explicó utilizando un tono de orador entrenado— el señor Malfoy viajó a Zürich para resolver asuntos relacionados con negocios que todavía tiene en Suiza. No me indicó los días que estaría fuera —admitió—. Pero sus asuntos allí nunca suelen entretenerle más de una semana. Revisar cuentas, firmar documentos y reunirse con su Consejo de Administración para validar decisiones que esperan su autorización.
Marveric hizo un pequeño silencio, repasando el rostro de cada uno de los presentes.
—A mediados de esta semana, la señorita Parkinson acudió a mi despacho para expresarme su inquietud ante la prolongada ausencia del señor Malfoy, y preguntarme si yo sabía la fecha de su regreso —un ahogado sollozó llegó desde la esquina donde ella y Blaise estaban sentados—. El señor Zabini y la señorita Parkinson tenían previsto contraer matrimonio mañana, siendo el señor Malfoy el encargado de llevarla al altar.
Harry recordó entonces haber recibido una invitación de boda, que debía andar perdida por alguna parte del caos que era su apartamento.
—Prometió acudir a los ensayos de la ceremonia, ayudarme a escribir mis votos —intervino entonces Pansy—. Y tenía que aprenderse su pequeño discurso de entrega. Sabe lo importante que es todo esto para mí y… —otro sollozo quebró su voz, impidiéndole continuar.
Hermione le puso en las manos una humeante taza de té y le dirigió una sonrisa cariñosa.
—No es propio de Draco —afirmó Blaise agradeciendo con la mirada el gesto de la castaña—. Si hubiera tenido algún problema para llegar a tiempo, nos lo hubiera hecho saber. Estaba orgulloso de que Pansy le hubiera conferido el lugar que en otras circunstancias hubiera correspondido a su padre. Siempre ha sido como una hermana para él y jamás, jamás —remarcó—, la dejaría colgada sin una buena excusa.
Las miradas de Harry y Hermione se cruzaron por unos instantes.
—Evidentemente, los asuntos privados del señor Malfoy no me conciernen —habló nuevamente Maveric—. Pero sí los legales y financieros.
El abogado sacó algunos documentos de un maletín que había dejado a los pies de la silla donde estaba sentado.
—Y lo que me ha llevado a dejarme convencer por los amigos del señor Malfoy para venir hoy aquí, han sido ciertos movimientos extraños en algunas de sus cuentas, concentrados entre ayer por la tarde y esta mañana.
—¿Cómo de extraños? —preguntó Harry cogiendo uno de los pergaminos que Maveric le tendía.
—Bueno, no tal vez para alguien que no esté muy avisado en estos menesteres. Pero llevo muchos años llevando los asuntos de la familia Malfoy. Y conozco perfectamente la manera de trabajar de Draco —dijo concediéndose la familiaridad del nombre por primera vez—. Permítame.
El abogado señaló algunas partidas en el pergamino que Harry sostenía.
—Durante esta última semana ha habido algunos asientos un tanto inusuales, ¿lo ve? —explicó Maveric—. No son cantidades importantes. Pero algunas horas después desaparecen en transacciones, principalmente en compra-venta de valores. Permítame hacerle notar además, que las sociedades implicadas son todas inglesas. Ninguna suiza.
Ron, a su lado, tragó saliva. Si para aquel hombre no eran sumas importantes, se preguntó a partir de qué cifra lo serían.
—¿Y esto nos lleva a…? —preguntó Harry recolocándose las gafas, mareado de tanto número.
—A que la forma de trabajar del señor Malfoy ha cambiado radicalmente en la última semana o esas decisiones no puede haberlas tomado él —sentenció Maveric, en tono grave.
Harry deslizó la vista por el tupido pergamino lleno de números y repasó una vez más los que estaban señalados en tinta verde fosforescente.
—¿Está sugiriendo que alguien puede haber estado coaccionando al señor Malfoy para que realice este tipo de… operaciones? —preguntó.
—No lo estoy sugiriendo, auror Potter —respondió el abogado secamente—. Lo estoy afirmando.
Harry se echó atrás en su silla y enfrentó la expresión de palo del concienzudo abogado.
—Sin embargo, según su secretaria, el señor Malfoy se ha tomado unos días libres para un viaje privado con su esposa —dijo—. Tal vez el problema sea tan solo un empleado que se ha concedido más atribuciones de la cuenta y al que tendrá que plantearse si poner de patitas en la calle…
Hermione le lanzó una mirada furibunda, pero él no se arrugó. No sin antes haber sopesado todas las posibilidades.
—Me temo que para poder realizar estas operaciones, es imprescindible la firma original del señor Malfoy, gráfica y mágica —le ilustró el abogado en tono árido.
Ron y él intercambiaron una rápida mirada. Y tras meditarlo unos instantes preguntó por fin:
—¿Está poniendo este asunto en nuestras manos de forma oficial, señor Maveric?
—Si son ustedes aurores el Ministerio, y creo que lo son, eso es exactamente lo que estoy haciendo, auror Potter —respondió el abogado con cierto deje irónico.
Antes de que Harry pudiera responder, unos golpes suaves sonaron en la puerta. Ron, que era quien más cerca estaba, se levantó y abrió para advertir al visitante que no era el mejor momento.
—Por todos los…
Un familiar gorjeo hizo que los demás volvieran sus miradas hacia la puerta.
—¡Evon! —exclamó Pansy levantándose de un salto.
Pero cuando intentó acercarse para tomar al niño de los brazos de Puky, una especie de barrera mágica la empujó, haciéndola trastabillar.
—Lo siento, señorita Pansy —se disculpó el elfo, compungido—. Pero sólo puedo entregar al niño a la persona que ahora tiene su custodia.
Un gritito ahogado resonó en el despacho de forma mucho más audible de lo que, quien lo había emitido, hubiera deseado, haciendo que todas las cabezas volvieran entonces hacia Hermione.
Indiferente a ello, Puky caminó con paso decidido hacia la persona a la que había tratado de llegar durante la última semana. Habían sido días estresantes para el pobre elfo. El jueves de una semana atrás, por la tarde, el hechizo en el que había colaborado con su amo Draco, se había activado. El era el portador. Quien debía entregar a Evon a su nuevo custodio. Pero el mago en cuestión había sido un poco problemático de localizar. No había sido fácil para Puky cuidar de un activo y travieso bebé de casi diez meses, y al mismo tiempo tratar de buscar el momento adecuado para entregarlo a un tutor que no paraba quieto, desarrollando una actividade poco recomendable para su amito.
El pequeño ser le tendió al hijo de Draco, esperando a que el auror lo cogiera en brazos. Casi al mismo tiempo, Hermione repitió el mismo chillido extraño, esta vez sin pretensión de ahogarlo, y empezó a caminar de un lado a otro, pasitos cortos y apresurados, con una mano en la cadera y la otra cubriéndose el rostro.
—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!
—¿Herm? —musitó Ron, sorprendido por aquel extraño comportamiento de su mujer.
De pronto se detuvo y miró fijamente a Harry, que como todos los demás, la miraba a ella tratando de comprender si se había vuelto loca de repente. Puky seguía sosteniendo a Evon, que ahora emitía pequeños grititos excitados en dirección a las atrayentes gafas del moreno, esforzándose en alcanzarlas sin conseguirlo.
—¡Por el amor de Dios, Harry! ¡Coge al niño para que el hechizo pueda completarse! —su amigo siguió mirándola atónito, como si en esos momentos Hermione fuera un ser de otro planeta— ¡Que lo cojas te digo!
Harry dio un respingo y se apresuró a cumplir la orden tras el grito histérico de su amiga. Cuando tomó en brazos al pequeño, sin dejar de mirar a Hermione como a un ser desconocido y poco recomendable de conocer en ese momento, un breve resplandor de color rojizo les cubrió a los dos durante apenas unos segundos. Sólo entonces, la castaña se permitió dejar escapar un pequeño gemido y se derrumbó en su sillón, tras la mesa de su despacho.
—Cariño —tanteó Ron con mucha prudencia acercándose hasta ella—, estoy seguro de que tienes una explicación para esto, ¿verdad?
Los demás seguían en sus sillas, mudos, mirándola fijamente y esperando también una respuesta a su inexplicable comportamiento. Hermione asintió sin decir palabra. Su rostro estaba congestionado, contrito en una expresión mezcla de congoja y angustia.
—Bueno —dijo con un hilo de voz levantando sus ojos hacia él—, ahora sí podemos decir que Draco está en serios problemas.