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La Nueva Domus de
Livia
Snape's Pociones & Brevajes
by Livia
Capítulo II
Severus había tratado de olvidarse del episodio con Potter. No le había interesado saber nada de él una vez acabada la guerra, ni le había preocupado qué podía haber sido de su vida después. Pero en su fuero interno reconocía que volver a ver a su ex alumno después de casi dos años, le había causado un pequeño trastorno. Tal vez porque no había encontrado en él a la persona en la que Severus esperaba se hubiera convertido el héroe del mundo mágico. A alguien mucho más arrogante, seguro y orgulloso de sí mismo. Físicamente, Potter no parecía estar en su mejor momento. Su rostro tenía el aspecto macilento de alguien que está enfermo; que duerme y come poco. El ex Gryffindor debía haber cumplido los diecinueve ya y, sin embargo, Severus no había visto en él la vitalidad y el desenfado, la viveza de un joven de esa edad. El pocionista concluyó que decir que Potter estaba “apagado”, era una buena forma de definir la impresión que le había causado. Además de alterado, como había demostrado el nerviosismo del que el joven había hecho gala durante su breve estancia en la botica. Y recoger una poción, aunque fuera en el negocio de alguien que nunca le hubiera apreciado demasiado, tampoco era como para rasgarse las vestiduras.
A las impertinentes preguntas de Draco sobre su repentina curiosidad por Potter, Severus le había respondido que no era más que un puro interés profesional. Y era cierto. Hacía casi un año que en sus ratos libres, que no eran muchos, estaba intentando desarrollar una nueva gama de pociones para el dolor, mucho más eficaces y rápidas que las tres que actualmente existían en el mercado. Porque no era lo mismo un dolor de muelas, que un dolor de espalda; un dolor de garganta que un dolor menstrual; el dolor que produce un esguince, que padecer una migraña. Severus contaba con la inestimable colaboración de un medimago de San Mungo especializado en traumatología, que de vez en cuando le enviaba pacientes que se prestaban a probar el resultado de sus desvelos. Pero el avance era lento porque el proyecto era muy ambicioso y, mayoritariamente, esos ratos libres de los que disponía para dedicar a su investigación salían de arañar horas de sueño y descanso.
Potter sería un perfecto sujeto de estudio para la poción que pretendía resolver, específicamente, dolores de cabeza, jaquecas y migrañas. Si es que su dolencia era realmente esa. Severus había consultando algunos tomos de medimagia que tenía en su biblioteca. Sólo para confirmar, como efectivamente ya sabía, que la poción que le habían recetado a Potter se aplicaba a diversos tipos de dolores agudos causados por golpes, caídas, fuertes traumatismos, tras intervenciones quirúrgicas e incluso para paliar los efectos de maldiciones como la Cruciatus. Se preguntaba en cuál de ese abanico de posibilidades encajaba la dolencia real de Potter. Tal vez habían tenido que intervenirle. No era ningún secreto que su enfrentamiento con el Señor Oscuro le había dejado bastante maltrecho, aunque la naturaleza de sus lesiones no se había hecho nunca pública. El Ministerio había silenciado todo cuanto se refería al salvador del mundo mágico. Parecía que lo único importante era que les había librado de Lord Voldemort y, en realidad, lo único que magos y brujas querían saber y celebrar. Después, a lo largo de aquellos casi dos años, la figura del héroe se había ido diluyendo en el recuerdo de todos. Por desgracia, el ser humano, mago o muggle, tiende a la flaqueza de memoria. Sí, Harry Potter se había ganado a pulso su sitio en los libros de historia. Algo que indudablemente futuras generaciones de estudiantes no agradecerían. Y también era verdad que habían erigido estatuas en su honor. El Ministerio y el mismo Hogwarts eran prueba de ello. Asimismo, le habían concedido la Orden de Merlín de primera clase. Pero a partir de ahí, nada más se había sabido de él.
La última vez que Severus había visto a su ex alumno había sido casi una semana antes de que todo empezara. O acabara, según se mire. Y podía jurar sobre los textos mágicos de Merlín, que a ese Potter, aparte de un poco acojonado (o mucho), se le veía pletórico y lleno de energía, fuerte y dispuesto a comerse lo que le echaran. Voldemort había reclamado entonces a Severus y él había acudido siguiendo instrucciones de la Orden del Fénix, para intentar socavar desde dentro cuantos planes del mago tenebroso le fuera posible. Después, había estado demasiado ocupado luchando contra los que le habían creído de los suyos hasta ese momento, concentrado en sobrevivir y no morir en el intento, como para poder prestar atención a la otra lucha que estaba teniendo lugar en esos mismos instantes. Cuando todo hubo terminado, él mismo tuvo que ser atendido de algunas heridas, que le mantuvieron en San Mungo durante unos pocos días. Sólo supo de Potter lo que oyó decir en el ir y venir de sus compañeros de la Orden o de los Profesores de Hogwarts que habían sobrevivido a la batalla. Más una cantidad sin igual de rumores que no se molestó en confirmar porque no le interesaban. Apenas pudo levantarse de la cama, presentó su renuncia al puesto de Profesor de Pociones y se desvinculó de todo cuanto tuvo que ver con su vida pasada. Jamás volvió a ver a Harry Potter. Hasta esa mañana en su botica, hacía dos semanas.
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Ese viernes por la noche, como cada fin de semana, Blaise Zabini había aterrizado en su hogar para pasarlo con Draco. El resto de la semana el joven vivía en una residencia de estudiantes, cerca de la universidad mágica, ya que era mucho más práctico para él. A Severus no le había quedado más remedio que acostumbrarse a aquella invasión semanal, como había tenido que acostumbrarse a tantas otras cosas. Lo había asumido hasta tal punto que a veces sentía que era él quien estaba invadiendo la intimidad de los otros dos. En esas ocasiones, después de cenar, solía retirarse temprano a su habitación y dejar el campo libre al desenfreno apenas contenido en su presencia, después de cinco días de abstinencia.
Blaise era una persona parlanchina por naturaleza. Superada la primera fase de respeto/temor hacia su ex profesor, nada le había impedido explayarse a gusto en cuantos temas de conversación surgían, especialmente los sábados por la noche. Los viernes, ambos jóvenes solían ser mucho más rápidos que Severus en encontrar el camino hacia la su propia habitación después de cenar, comentando cuán dura y cansada había sido la semana. Severus se limitaba a sonreír por debajo de la nariz, saboreando una copa de brandy, entretenido en la lectura de algún libro o bajaba al sótano para adelantar trabajo de investigación de sus pociones. Haciendo tiempo para que se calmara la primera fase del explosivo encuentro, antes de dirigirse a su propia habitación para averiguar si en la de al lado se habían olvidado, una vez más, de lanzar un hechizo de silencio. Después de todo, era humano. Y a esas horas de la noche le molestaba mucho tener que darse una ducha fría por culpa de los ardores que llegaban a través de una pared, que en esos momentos no era tan gruesa como habría deseado.
Así que, un viernes más, la cálida voz de Blaise se encargaba de amenizar la cena, explicando a sus dos oyentes cuán excitado y entusiasmado se sentía desde que había empezado las prácticas en el hospital mágico. Severus frunció levemente el ceño, seguro de que más de un paciente necesitaría de una de sus pociones para el dolor de cabeza tras la visita del apasionado futuro sanador. Estuvo a punto de hacer un comentario sarcástico, pero se retuvo al observar la expresión de absoluto arrobamiento que le dedicaba Draco, y se limitó a resoplar sobre su plato de verduras. ¿En qué momento se había convertido en alguien tan condescendiente?
Fue después de la cena cuando, por unos preciosos minutos Blaise mantuvo su boca cerrada, tal vez porque en ese momento Draco le susurraba algo que Severus no alcanzaba a oír y que, por la expresión en el rostro de ambos jóvenes tampoco quería saber, el ex profesor se decidió a plantear una cuestión. Sólo por el bien de su proyecto.
—Blaise —los almendrados ojos se volvieron hacia Severus—, ¿a quién conoces en San Mungo que sea de confianza?
El joven se rascó la cabeza con una mueca de sorpresa. El propio Severus tenía muchos más contactos en el hospital mágico de los que pudiera tener un novato recién llegado como él.
—Bueno, no es que a los pobres estudiantes nos den muchas confianzas —respondió—. ¿Qué necesita exactamente? —preguntó intercambiando una mirada intrigada con Draco, quien reposaba cómodamente sobre sus rodillas.
—Me gustaría hablar con Potter —pretendió no ver las expresiones boquiabiertas de ambos jóvenes—. Ya sabes que las migrañas están en mi línea de investigación. Con un poco de suerte, hasta puedo convencerle para que sea mi conejillo de indias.
La carcajada de Draco fue tan espontánea y desmedida, que por poco se cae al suelo si su compañero no llega a cogerle a tiempo. Blaise fue un poco más comedido.
—Muy bien —dijo el estudiante de medimagia, al contrario que Draco, tratando de mantenerse serio—, supongo que en su expediente constará su dirección. Veré lo que puedo hacer.
Tampoco era cuestión de ponerse a malas con su especie de futuro suegro. Y añadió mirando a Draco con expresión pícara:
—Hay una morenita que trabaja en la recepción del hospital que me debe algunos favores.
Draco le dio un puñetazo no muy cariñoso en el brazo, con una mirada de ya hablaremos tú y yo luego de esos favores, y después se dirigió a su ex profesor.
—De todas formas, Severus, tú conoces a un montón de gente en San Mungo... —dijo, expresando en voz alta lo que Blaise ya había pensado antes.
—Prefiero reservar mis contactos para cosas más importantes —respondió Severus con acidez.
Y abandonó el salón-comedor con un vuelo de su túnica, como en sus mejores tiempos.
El fin de semana siguiente, Blaise llegaba con la única información que había podido obtener: que no había información.
—Pero ¿es o no es paciente de San Mungo? —preguntó Draco, extrañado.
Blaise se encogió de hombros, molesto por no haber podido satisfacer una sencilla petición que le había confiado Snape. Temeroso de que su ex profesor pensara que era un inútil.
—Tiene que haber un expediente de él —aseguró Severus—. Tengo entendido que Potter pasó mucho tiempo en ese hospital tras su enfrentamiento con el Señor Oscuro. Es imposible que no tengan su historial médico.
—¿Sabéis? Ese tipo nunca me ha caído bien, pero hasta a mí empieza a picarme la curiosidad —reconoció Draco.
Acabaron de cenar y Potter dejó de ser el tema central de la conversación. Sin embargo, Severus permaneció silencioso, sumido en sus pensamientos, interviniendo en pocas ocasiones en la animada charla que mantenían Draco y Blaise.
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Pasaron dos meses y el tema Potter pareció haber sido enterrado y olvidado. Severus no volvió a mencionarlo y, para Draco, Potter no era alguien que pudiera quitarle el sueño. Sin embargo, Blaise Zabini era una persona persistente y pocas veces dejaba sin acabar lo que empezaba. Cosa que Draco le agradecía muy especialmente en determinadas ocasiones. Además, estaba en juego su credibilidad, su honor como Slytherin frente al que había sido el Jefe de su Casa.
Se encontraban en el salón-comedor un fin de semana más, y Severus estaba a punto de abandonarlo para dejar a los jóvenes un poco de intimidad y bajar al sótano para adelantar algo del trabajo que tenían que entregar el lunes.
—Por cierto, tenía razón, Severus —dijo Blaise cuando éste ya estaba casi en la puerta—. Sí que hay un expediente a nombre de Harry James Potter en San Mungo.
El ex Profesor se detuvo con una innegable expresión de curiosidad en el rostro.
—Me ha costado lo mío —Blaise sonrió ampliamente, vanagloriándose de su logro—, porque su historial está clasificado.
—¿Clasificado? —preguntó Draco, sorprendido.
—Bueno, no es tan extraño, siendo quien es —respondió Blaise con una mueca—. La verdad es que su expediente es bastante amplio.
—¿Y bien? —preguntó Severus volviendo a sentarse, intentando reprimir su impaciencia.
—Pues que ese chico parece ser una verdadera calamidad.
—Como si eso fuera algo nuevo —murmuró Draco.
Blaise le sonrió a su novio y le besó la punta de la nariz. Draco estaba orgulloso de él, no cabía duda.
—En el último año, hay registradas seis entradas en el servicio de urgencias del hospital —dijo después—. Déjadme recordar: un traumatismo craneal que necesitó de veinte puntos, un par de veces por fuertes contusiones en distintas partes del cuerpo, un hombro dislocado, dos costillas rotas y lo último, sinceramente ya no recuerdo que era. Según consta en el archivo, todo debido a diferentes accidentes domésticos.
—¿Qué clase de accidente doméstico te rompe dos costillas? —preguntó Draco, irónico.
—No lo sé —sonrió Blaise—. Pero si hacemos caso de las estadísticas, no creo que tarde en volver a aparecer por allí.
—Te agradezco mucho tu esfuerzo —dijo Severus, quien había permanecido en silencio hasta ese momento.
Y abandonó el salón sin más comentarios.
Dos días después, tras el correo de lechuzas de la mañana, Draco bajó las escaleras hacia el sótano con los encargos del hospital mágico para aquel día.
—Para las infecciones urinarias, cicatrizantes, náuseas de embarazos…. —fue recitando en voz alta, mientras iba leyendo y pasando los diferentes pedidos— De la mayoría tenemos stock todavía, pero en cuanto sirvamos estas nos quedamos a cero.
—Entonces, ¿a qué esperas? —gruñó Severus concentrado en su caldero—. Empieza por la poción cicatrizante, es la que tarda más tiempo.
Una nueva lechuza apareció revoloteando por el sótano con un nuevo sobre del hospital mágico.
—¿Qué se habrán olvidado esta vez? —murmuró Draco mientras desataba el sobre de la pata del ave— Vaya, es de Blaise…
Leyó la corta misiva y después miró a Severus, esbozando una sonrisa sagaz.
—Adivina quien está en urgencias en este mismo momento…
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Severus llegó a San Mungo con la firme resolución de aclarar de una vez por todas lo que estaba pasando con su ex alumno. Empezaba a reconocer que su interés, aparte de profesional, se había ido convirtiendo también en curiosidad personal. Aquellos “accidentes domésticos” de Potter le habían dejado bastante desconcertado. ¿Y si sufría algún tipo de secuela a raíz de su enfrentamiento con el Señor Oscuro, que abriera una nueva e interesante línea de investigación para él? Severus recorrió con paso rápido el largo pasillo que conducía a la sección de Urgencias. Blaise le esperaba delante de dos puertas batientes, al final del corredor.
—Hola, Severus —saludó el estudiante, que por la lechuza que le había mandado Draco de vuelta, sabía que vería aparecer a su ex profesor de un momento a otro—. Está en la cabina 3. Pero han puesto al buldog de Fraiser en la entrada —susurró señalando a través del cristal de una de las puertas a una mujer que, más que enfermera, parecía un guardia de seguridad—. No creo que le deje pasar…
Snape le dirigió al joven una mirada de autosuficiencia y empujó con decisión las dos puertas. Una simple enfermera no iba a detenerle. Aunque hiciera el mismo bulto que un armario de tres puertas. No obstante, no fue la poco amigable enfermera, quien ya se preparaba para darle el alto, sino una sanadora que justo salía de la cabina donde se encontraba Potter, quien finalmente le detuvo.
—¿Dónde cree usted que va?
—He venido a ver al señor Potter —respondió Severus, en un tono más autoritario del que le convenía.
—¿Es usted familiar? —interrogó la sanadora deteniendo el movimiento de Snape, quien se disponía a seguir su camino.
—¡Por supuesto que no! —exclamó él, como si la posibilidad de un parentesco con su ex alumno le ofendiera.
—Entonces me temo que eso no va a ser posible —dijo ella abrazándose a su carpeta de historiales, obstaculizándole con obstinación el paso.
La sanadora le dirigió a Severus una mirada desafiante, retándole a atreverse a dar un paso sin su permiso. El pocionista replanteó su estrategia.
—Mire, ambos sabemos que el señor Potter no tiene ningún familiar vivo —dijo, tratando de suavizar su tono—. Y yo sólo quiero saber cómo está. Eso es todo.
—En este momento, sedado y descansando —respondió la medibruja, sin sentirse impresionada por la imponente presencia del hombre frente a ella, ni por su pretendida y súbita amabilidad—. Es todo cuanto puedo decirle y necesita usted saber.
Los dos mantuvieron sus miradas, sin dar indicios de que ni uno ni otro estuvieran dispuestos a ceder. Al parecer, Severus tenía delante a alguien tan terco como él mismo. Blaise contemplaba un poco de lejos la escena, revisando historiales que no necesitaba, sin perderse detalle. Había prometido a Draco contarle todos los pormenores. Además, conocía a la sanadora Rowell y la fama que la precedía. Una excelente profesional, pero estricta y autoritaria como pocas; una verdadera pesadilla para los estudiantes en prácticas. Se moría de curiosidad por saber cómo acabaría el enfrentamiento entre dos temperamentos poco habituados a que les llevaran la contraria.