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31 de Julio

by Livia

Llegar hasta la escarpada y escabrosa isla seguía siendo una travesía húmeda y fría, a pesar de encontrarse a finales de julio. Una humedad que calaba hasta los huesos y un frío que no escarchaba la piel, sino el alma. Ron Weasley evitaba toda misión que tuviera que ver con llevar o traer presos a Azkaban siempre que le era posible. Pero una vez al año, religiosamente, se arrebujaba por voluntad propia en la gruesa túnica de su uniforme de invierno y se preparaba para luchar, no tan sólo para mantener su desayuno en el estómago por culpa de la pequeña e inestable embarcación, sino contra toda la mezcolanza de sentimientos que le revolvían el cuerpo todavía más que el inevitable oleaje.

 

Cuando desembarcaba, siempre tenía la desagradable sensación de que el suelo se tambaleaba bajo sus pies y que caminaba torcido, intentando torpemente mantener el equilibrio. El joven auror jamás podía dejar de sentirse impresionado cuando se acercaba a los altos e inexpugnables portones. A pesar de que ahora había apenas media docena de dementores, la prisión mágica seguía siendo una fortaleza tétrica y sombría. Una construcción de esas que aparecen con frecuencia en las películas de terror muggles, en la que invariablemente acaban entrando los protagonistas cuando nadie en su sano juicio lo haría, y de la que no suele salir nadie por su propio pie. De hecho, de Azkaban había salido mucha gente con los pies por delante. 

 

Ron enseñó sus credenciales al auror de la entrada y le entregó la orden que iba personalmente firmada por el Ministro de Magia. El pelirrojo estaba convencido de que, de ser otro y no Kingsley Shacklebolt quien ocupara ahora ese puesto, aquella excarcelación anual jamás habría sido posible.

 

Cumplido el trámite, Ron siguió a su compañero hasta una de las salas de espera de la prisión, cuya puerta estaba custodiada por dos aurores. El pelirrojo ejecutó apenas un ligero movimiento de cabeza a modo de saludo hacia ellos, y esperó a que el auror que le acompañaba abriera. El hombre que les esperaba tras la sólida puerta de metal levantó la cabeza y fijó su mirada en los dos funcionarios del Ministerio. Se puso lentamente en pie y extendió sus brazos con un gesto mecánico, para que el auror de Azkaban le quitara los grilletes de las muñecas. También le liberó de los que aprisionaban sus tobillos. Ron observó el pelo todavía húmedo del reo, señal inequívoca de que había pasado por la ducha y, al acercarse para dejar sobre la mesa la bolsa de mano que llevaba, comprobó también que su rostro estaba perfectamente rasurado.

 

—Cámbiate —ordenó en un tono que trató de sonar indiferente.

 

Una indiferencia que ya no sentía desde hacía mucho tiempo.

 

El prisionero abrió con expresión imperturbable la cremallera de la bolsa y extrajo unos pantalones y una camisa, así como una muda de ropa interior. Comprobó que su colonia y el anillo familiar, junto con el colgante, pitillera, encendedor y billetero también estaban allí, dentro de una bolsa de plástico transparente. Su mirada se dirigió entonces hacia Ron, con esa particular expresión que no decía nada, vacía de otra cosa que no fuera un frío desinterés.

 

—Jamás olvidas nada, ¿verdad? —dijo.

 

—Procuro no hacerlo —respondió Ron.

 

 

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Eran apenas las ocho de la mañana cuando Hermione Granger llamó al timbre de su vecino. Sonrió al oír el trote apresurado de alguien bajando las escaleras. La puerta se abrió intempestivamente, descubriendo a un Harry Potter únicamente en pantalones de pijama y con las gafas un poco torcidas sobre su nariz.

 

—¡Feliz cumpleaños, Harry!

 

Él la estrujó entre sus brazos con una alegría casi infantil.

 

—¡Sabía que eras tú!

 

Hermione dejó escapar una risa abierta y risueña.

 

—¡Claro que lo sabías! Te dije que vendría ayer por la noche, tonto.

 

Sin dejar de sonreír, el joven recogió del suelo el montón de bolsas que su amiga había traído, y juntos se dirigieron hacia la cocina.

 

—Acabo de hacer té —dijo Harry— ¿Has desayunado? Voy a ducharme y bajo en seguida.

 

Hermione le vio desaparecer a través de las puertas batientes con una mezcla de cariño y tristeza. Después, los ojos de la joven bruja recorrieron la desordenada cocina. Resignada, sacó un delantal de una de las bolsas que había traído y se lo ató con decisión. ¡Había mucho que hacer! Recogió varios envases vacíos de comida pre-cocinada y el sentimiento de que Harry no debería vivir solo, la asaltó otra vez. No es que su amigo no pudiera valerse por sí mismo. Aunque visto, lo visto… Hermione contempló el desparrame de tazas, platos, vasos y cacharros con el ceño fruncido, preguntándose cómo estaría el resto de la casa. Dejó escapar un suspiro. De todas formas, Harry siempre había sido algo desordenado. Y ella conocía un montón de prácticos hechizos de limpieza que tal vez algún día lograría que el moreno se decidiera a aprender. Al menos, pensó, su amigo vivía cerca de ellos y la tranquilizaba tener la posibilidad de poder visitarle con frecuencia y solucionar esas pequeñas cosas a las que Harry no prestaba atención.

 

Había sido un sueño acariciado durante mucho tiempo pero, una vez terminada la guerra, Harry se había dado cuenta de que jamás podría vivir en el hogar donde Voldemort había aniquilado a sus padres. Por mucho que lo reconstruyera y lo reformara. Al igual que era incapaz de hacerlo en Grimmauld Place. Así que, como ella y Ron, había comprado la casa en la que ahora vivía, en el condado de Kent, situada en un barrio donde, discretamente, se habían ido instalando muchos de los magos y brujas de su generación.

 

Hermione consultó su reloj y se preguntó cuánto tardaría esta vez Ron en regresar. Se había ido de casa a las 6.00 de la mañana, casi sin desayunar —y eso en su marido siempre era una mala señal—,  y con un humor de perros. Otro de los sueños de Harry que había caído al fin de la guerra, había sido precisamente el de ser auror. Su amigo no había sido capaz de explicarles en qué momento la idea había empezado a parecerle absurda. Y fue más que evidente que no sintió el menor arrepentimiento en su decisión, ni siquiera cuando Ron ingresó en la academia y se convirtió en auror pocos meses después gracias a su experiencia en el conflicto mágico. Ahora Harry era el socio de George en Sortilegios Weasley. Y cualquiera que conociera un poco íntimamente al ex Gryffindor, no dudaría en asegurar que jamás le había visto más feliz. La mayor parte del tiempo.

 

Harry entró nuevamente en la cocina, ya vestido, con la misma expresión radiante con la que había recibido a su amiga. Y ésta sabía que no se debía solamente a que ese día fuera su cumpleaños.

 

—¿Qué le estás haciendo a mi cocina? —preguntó maliciosamente.

 

—Intentar que vuelva a parecer una cocina —refunfuñó ella. Se volvió hacia él un poco bruscamente, señalando el fregadero— ¿Acaso no te enseñé el hechizo para desincrustar los restos de comida?

 

Harry tuvo la decencia de parecer avergonzado. Pero al segundo siguiente volvía a sonreír. De esa forma en la que Hermione se veía incapaz de soltarle el sermón. Sin embargo, dispuesto a no tentar su suerte, el mago sacó su varita para echar una mano. Al cabo de un rato, inmune al incesante parloteo de Hermione, la miró de reojo y titubeó un momento antes de decir:

 

—¿Sabes? Este año voy a pedirle que se quede. Y no aceptaré un no por respuesta.

 

Hermione apenas pudo contener el sobresalto. No obstante, cuando habló, su voz sonó despreocupada, casi apática.

 

—Ni siquiera sabes si podrá venir, Harry —le dijo.

 

—Lo ha hecho cada año. Lo prometió —Harry agitó su varita sobre un montón de platos con mucha energía, como si quisiera dar énfasis a sus palabras—. Prometió que estaría aquí cada año el día de mi cumpleaños.

 

—Lo sé, Harry —Hermione apretó los labios, buscando fervientemente un buen argumento—. Y hasta ahora ha podido combinarse el trabajo para estar en Inglaterra en esta fecha. Pero eso no quiere decir que pueda hacerlo siempre.

 

El joven mago detuvo su actividad y miró a su amiga con el ceño fruncido, apuntando hacia un incipiente enfado.

 

—¡No se puede mantener una relación vía lechuza, Hermione!

 

Ella adoptó una actitud desganada, bastante dispuesta a dejar que la conversación  muriera allí. Deseándolo, de hecho.

 

—Hace un par de semanas hablé con Kings —descubrió Harry de pronto, un poco picado por la distraída atención que Hermione le concedía—. Y le dije que dejara de mandarle a todas esas estúpidas misiones y que le buscara un puesto fijo aquí.

 

Hermione tuvo la impresión de que no iba a ganar para sustos ese día.

 

—¡Pero a él le gusta su trabajo! —rebatió con un punto casi histérico en su voz, que discrepaba totalmente con su anterior actitud— ¿No crees que si hubiera querido quedarse en Inglaterra, después de tres años, ya lo habría solicitado?

 

Cruel, pero necesario, se animó a sí misma, dispuesta a echarse a la espalda la expresión dolorida de su amigo.

 

—¿Insinúas que no me quiere? ¿No lo suficiente, al menos? —preguntó Harry, en un tono mezcla de incredulidad y reproche— Me quiere —afirmó—. Por mucho que os empeñéis en dudarlo.

 

Hermione todavía recordaba la primera vez que había visto a Harry. Un niño bajito y huesudo, despeinado, más bien feúcho a pesar de sus increíbles ojos verdes, que llevaba aquellas horrorosas gafas que permanecían unidas sólo gracias a un montón de cinta adhesiva. Sus propios complejos, unos antiestéticos incisivos centrales, más propios de un roedor que de una persona, y una especie de selva amazónica por cabellera, la habían llevado a pensar que podrían ser amigos. Aunque pronto descubrió que, tanto Harry como el pelirrojo que le acompañaba, podían ser más bordes y antipáticos de lo que hubiera cabido esperar. Los años habían hecho su trabajo y había puesto cada cosa en su lugar. Ella había acabado casada con el borde y antipático pelirrojo y Harry se había convertido en un hombre no demasiado alto pero con un cuerpo fibroso y enérgico, que seguía sin saber cómo peinarse pero que, junto con sus ojos verdes, igual de increíbles, le conferían a los rasgos de su rostro ya adulto un atractivo muy especial. Y sus gafas ahora eran unas Oakley, las que ella misma le había arrastrado a comprar en cuanto había tenido oportunidad.

 

Lo que nunca había estado en el guión de Hermione, era que Harry no acabara felizmente emparejado con alguna guapa chica, como su cuñada Ginny, que jugaba para las Arpías de Holyhead  y a la que apenas veían; alguna de las gemelas Patil, a pesar del fiasco del baile de cuarto; o con cualquier otra de las que habían mostrado  más que un claro interés en él. Pero si para Hermione ya había sido decepcionante, y también un poco difícil de aceptar al principio, descubrir que Harry era irremisible e inequívocamente gay, que el trasero que le gustara a su amigo fuera precisamente el de Draco Malfoy, la había matado. Incluso más que a Ron, a quien lo único que le había enfurecido de todo el asunto era el apellido Malfoy.

 

Nuevamente, con el paso del tiempo, poseedor de perspectiva, apaciguador de ánimos y fundidor de rencores,  el matrimonio había entendido muchas cosas. Por ejemplo, por qué en lugar de escapar inmediatamente, Harry había volado tan bajo como le había sido posible sobre los incansables monstruos flameantes que habían tomado la Sala de los Menesteres tras el maleficio invocado por Crabbe, buscando… Porque sólo había necesitado aquel débil grito de desesperación, para ellos inaudible entre el fragor de las llamas, para maniobrar como un loco en el aire y lanzarse sobre un infierno de fuego y humo,  infectado de serpientes y quimeras dispuestas a devorarlo. Harry sólo había volado al corazón de ese averno con la esperanza de que el grito fuera de Malfoy. En su descargo había que decir que Ron y ella le habían seguido.

 

Tres años después, Hermione había aceptado, por fin, que no vería a su amigo casado y con hijos. Que no tendría la familia que ella sabía que Harry siempre había deseado. Que había sido incluso rastrero por su parte haber intentado usar ese argumento en algún momento, para intentar llevar a Harry a su terreno. Ahora lo único que deseaba con todas sus fuerzas era creer que Malfoy de verdad le quería y que le haría feliz si pudieran estar juntos. Por increíble que pareciera, Ron, su marido, lo creía firmemente.

 

Hermione afrontó la expresión contrariada en el rostro de Harry. Sabía que se sentía herido. Como también sabía que era cruel darle esperanzas de que Malfoy pudiera quedarse con él ese día o cualquier otro, porque era del todo imposible que pudiera hacerlo. Hermione observó cómo guardaba su varita y cogía una de las bolsas abandonada sobre la mesa, que contenía farolillos y guirnaldas, y le echaba a ella una última y enfurruñada mirada.

 

—Empezaré a decorar el jardín —declaró.

 

Y salió sin decir una palabra más. Cuando se quedó sola, Hermione se permitió soltar el aire con fuerza. Buscó con la mirada su bolso y cuando lo encontró, enterrado bajo otro montón de bolsas, sacó su móvil e hizo la primera llamada. Aquel cumpleaños olía a problemas. Era casi “mágico”, que todo hubiera sido tan sencillo hasta ese momento.

 

 

o.o.o.O.o.o.o

 

 

A media mañana habían llegado los refuerzos. Molly Weasley había aparecido cargada de comida para un regimiento y se había hecho dueña y señora de la cocina, gritando y repartido tareas a todo el que no era lo suficientemente espabilado para escabullirse. Excepto al cumpleañero, que seguía muy atareado colgando farolillos y haciendo nerviosos caminos al interior de la casa de vez en cuando para ver si había llegado alguien más. Cerca del mediodía, el señor Weasley y sus hijos, George y Bill, montaban en el ya engalanado jardín los caballetes y tablones que servirían de mesa para la numerosa celebración, con la inestimable colaboración del pequeño Teddy Lupin, que entorpecía más que ayudaba.

 

—Teddy, chaval, ¿por qué no buscas a tu padrino y le preguntas si puedes ayudarle a él? —masculló George, con el pequeño una vez más enredando entre sus largas piernas— Seguro que Harry te necesita para pasar lista de los que van llegando.

 

El niño no se lo hizo repetir dos veces y salió corriendo hacia el interior de la casa, en busca de su padrino.

 

—¿Cómo no te ha dicho nada a ti? —susurró el señor Weasley, colocando uno de los tablones de madera que serviría de mesa, ayudado por su hijo mayor— Os veis a diario…

 

—Seguramente porque está convencido de que a nadie nos agrada esa relación. Y no quiere oír más desánimos —renegó George en respuesta.

 

Los tres hombres se quedaron callados durante unos momentos.

 

—Sé con qué ansia espera que aparezca cada año el día de su cumpleaños —resopló George sujetando el tablón que su hermano estaba levitando—. Pero después se queda hecho una mierda y odio que se atiborre a pociones para recuperar el ánimo.

 

—Peor sería si no fuera por el hechizo… —apuntó Bill.

 

Su padre y su hermano asintieron. Mientras Harry había permanecido en San Mungo, a causa de una severa crisis nerviosa, había estado protegido de cualquier información sobre los acontecimientos que sacudían el mundo mágico tras la guerra. Pero era inevitable que, cuando saliera, un periódico llegara a sus manos; escuchara una conversación sobre el monotema del momento; que los mismos periodistas le acosaran para recabar su opinión sobre los juicios, las condenas…

 

Mucha tranquilidad —había recomendado el sanador poco antes de conceder el alta—. Es aconsejable evitar situaciones que puedan avivar el foco del trastorno y una respuesta emocional que provoque la recaída.

 

Los amigos del héroe no pudieron estar más de acuerdo. 

 

A pesar de ser un hechizo muy usual en medimagia psicológica, su preparación era bastante complicada. El hechizo tenía que adaptarse a las características y hechos desencadenantes en cada paciente, tratando de tener en cuenta el máximo de factores que abarcaban esos hechos. El de Harry en particular, impedía que cualquier persona pudiera hablar con él de la guerra, temas relacionados con ella o que cualquier información sobre ésta pudiera llegar a sus manos. Claro que podía ser el mismo Harry quien sacara el tema a colación en algún momento; pero su interlocutor se vería imposibilitado de seguirle la conversación. De todas formas, hablar del conflicto mágico no estaba ni de lejos en la lista de asuntos de los que a Harry le gustaba charlar.

 

—Siempre he dicho que Kingsley pudo haber hecho más de lo que hizo —habló George de nuevo.

 

—Estaba muy presionado —le disculpó el señor Weasley—. Todavía no le habían ratificado como Ministro; tenía cientos de asuntos que resolver y ánimos que calmar. De haber involucrado a Harry, su testimonio no habría tenido ningún peso, considerando su estado. Además, en ese momento, ¿quién estaba dispuesto a creer que realmente había algo entre ellos dos?

 

—Nadie, esa es la verdad —afirmó Bill—. Oh, ahí está Neville.

 

El también ex Gryffindor se acercaba a ellos, sonriente.

 

—¿Cómo va eso, Profesor? ¿Tus mandrágoras gozan de buena salud? —saludó George en el mismo tono burlón que siempre empleaba en referencia al puesto de Profesor que ahora ocupaba su ex compañero de escuela. ¿Quién en su sano juicio querría ser profesor? ¡Y de Herbología, además!

 

También como siempre, Neville esbozó una sonrisa bonachona.

 

—¿Necesitáis que os eche una mano? —preguntó.

 

—Estaría bien que fueran las dos —bromeó después el gemelo sobreviviente—. Mientras voy por un vaso de limonada. Me estoy deshidratando. ¡¡¡Angeliiinaa!!!

 

Neville meneó la cabeza, divertido, mientras le veía encaminarse a grandes zancadas hacia la casa, agitando exageradamente las manos mientras seguía vociferando el nombre de su mujer. Era verdaderamente reconfortante tener de vuelta al viejo George después de todo lo sucedido.

 

—¿Y Hannah? —preguntó el señor Weasley, con el rostro brillante de sudor.

 

—Vendrá un poco más tarde —respondió Neville—. Ernie le hace el favor de quedarse en el Caldero esta tarde.

 

Los tres siguieron trabajando en el montaje de la mesa sin cruzar apenas palabra durante un buen rato. Cuando casi terminaban, el Profesor de Herbología preguntó:

 

—¿Es cierto lo que me ha dicho Ginny por teléfono? ¿Va a pedirle que se quede?

 

Bill asintió. Neville volvió a menear la cabeza. Esta vez sin ningún asomo de diversión.

 

 

 

o.o.o.O.o.o.o

 

 

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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