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Cuando casi están terminando de comer, Piddly avisa a Blaise que Ginny Weasley está en la chimenea del salón y quiere hablar con él. Draco observa como su amigo se levanta casi de un salto y corre hacia allí para hablar con la pelirroja. Parece que las cosas funcionan muy bien entre ellos, a pesar de la insalvable distancia. Aunque Draco sospecha que Ginny pasa todo el tiempo que sus compromisos le dejan libre en la casa que Blaise tiene en Schaan. Ambos son bastante discretos, virtud que Blaise debe haber adquirido recientemente, lo que parece apoyar la teoría de Pansy de que la menor de los Weasley no es solo un ligue más.

 

—Feliz Navidad para todos de parte de Ginny —transmite Blaise cuando regresa al comedor —después mira directamente a Draco—. Y también de parte de Harry. Está pasando las Navidades en casa de los padres de Ginny.

 

—¿Es que no tiene casa propia? —ironiza Draco.

 

Blaise mira a su amigo con un poco de pena.

 

—Está bien, si nadie lo dice lo diré yo: ¡sois un par de imbéciles!

 

—Está claro que Potter lo es… —apunta Pansy.

 

—Deberíais hablar cuando regrese después de fiestas —dice Narcisa suavemente, dirigiéndose a su hijo—. No hay nada que no pueda arreglarse con…

 

—Harry no va a volver —la interrumpe Blaise.

 

—¿Cómo lo sabes? —inquiere Narcisa, sorprendida a la par que decepcionada.

 

—Ginny me lo ha contado. Por lo visto le ha montado un buen cirio al Ministro de Magia, negándose a regresar. Y ahora el Ministerio británico, para cumplir con lo pactado con Schädler, enviará a un instructor de la academia de aurores. La excusa oficial es que el Ministerio británico necesita a Harry y no pueden seguir prescindiendo de él.

 

—¿Y cómo se lo ha tomado Schädler? —pregunta Draco, fingiendo que la noticia no le ha impactado tanto como así ha sido.

 

—No lo sé —responde Blaise—. Seguramente lo descubrirás la próxima vez que vayas al Ministerio…

 

 

 

Como era de imaginar, Schädler se había tomado la sustitución de Harry por el instructor de la academia de aurores casi como una afrenta. Pero el Ministro Shacklebolt había hecho gala de su diplomacia —diplomacia que al parecer de Harry tendría que haber exhibido tres meses antes—, y había invitado al Ministro liechtensteiniano a visitar el Ministerio británico donde se le rendirían honores de estado. El ego de Schädler no pudo resistirse a la invitación.

 

 

 

Después de Navidad, las semanas pasan lentas para Draco. Se ha sumergido en su trabajo, cosa que ha hecho siempre desde que acabó la escuela, pero se le ha agriado el carácter. En los últimos meses ha discutido con Blaise y Pansy lo que no ha discutido con ellos en todos los años que llevan juntos. A sus amigos y socios está a punto de acabárseles la paciencia. Narcisa observa en silencio, entristecida por el devenir de los acontecimientos. La guerra dejó marcas muy profundas en Draco. Y el rechazo de su padre también. Al principio, intentó hablar con él, pero se cerró en banda y Narcisa prefirió no discutir. Bastantes peloteras había ya entre su hijo, Pansy y Blaise.

 

Septiembre y octubre pasan casi sin sentir. Y cuando enfilan noviembre, Draco, que después de las vacaciones ha estado mucho más tranquilo y su relación con Blaise y Pansy vuelve a ser la de antes, se vuelve melancólico y tristón. Y ante la preocupación de Narcisa y los fallidos intentos de Blaise por reavivar a su amigo, Pansy decide tomar cartas en el asunto.

 

 

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Pansy no se siente muy cómoda ahora mismo. Pero hay que reconocer que esto es un Ministerio como Merlín manda y no la farándula que Schädler ha montado en Liechtenstein. Con su placa identificadora prendida de la solapa de su americana —hoy lleva un traje chaqueta que le da un aire muy serio y formal—, la  joven bruja se mete en el ascensor que le llevará hasta la segunda planta, donde se encuentra el Departamento de Aurores. Cuando llega, un poco perdida, se dirige a un hombre alto y fornido que camina con paso decidido hacia la salida del departamento.

 

—Perdone, estoy buscando al auror Potter.

 

El hombre se detiene y la mira de arriba abajo, lo cual molesta bastante a Pansy.

 

—El auror Potter no está en este momento —dice por fin.

 

—¿Puedo esperarlo?

 

El auror señala uno de los cubículos más cercanos.

 

—Esa es su mesa, puede esperarle allí.

 

—Gracias.

 

Pansy camina hacia la silla que hay delante de la mesa de Potter, consciente de que el auror le está repasando el culo. La espera es larga. Un chico muy amable le ha preguntado si quería un té y ella ha aceptado, más que nada por hacer algo. Está segura de que el té que puedan hacer esta panda de servidores de la ley está muy lejos de ser aceptable. Pero al menos, durante un rato, tiene algo más que hacer que contemplar la desordenada mesa de Potter.

 

Después de una hora y veinte minutos, un pequeño alboroto en la entrada del departamento llama la atención de Pansy. ¡Por fin, Potter! Él y un compañero traen a dos individuos, más bien arrastran, que no parecen muy contentos de encontrarse allí. Los cuatro van tiznados, ropas y rostros, como si se hubieran revolcado en carbón o hubieran salido chamuscados de un incendio. Potter, al principio, no repara en ella. Bastante tiene con vérselas con el tipo que, a pesar de ir esposado, está presentando una fuerte resistencia. Al final, harto, el auror saca su varita y lo aturde. El hombre cae desplomado sin que parezca importarle demasiado a nadie el porrazo que se pega contra el suelo.

 

—Tienes visita, Potter —dice el auror alto y fornido que antes ha hablado con Pansy—. Oye, ¿a ti no te gustaban los tíos…?

 

Potter no parece estar de muy buen humor, y tras descargar un puñetazo en el pecho de su compañero, dirige la mirada hacia su cubículo y frunce el ceño.

 

—¿Te encargas? —pregunta señalando al tipo que está en el suelo.

 

El otro auror  asiente, levanta al detenido como si fuera una pluma y se lo carga al hombro.

 

—Parkinson… —saluda Harry sentándose tras su mesa.

 

—Parece que no he llegado en el mejor momento —dice ella.

 

—Aquí nunca hay un buen momento —gruñe él—. ¿Qué puedo hacer por ti?

 

Bajo su malhumorada fachada, Harry está intrigado. ¿Qué habrá traído a Parkinson hasta Inglaterra?

 

—He venido a Londres a hacer unas gestiones y he pensado en saludarte antes de irme otra vez a Liechtenstein. Me marcho mañana por la mañana.

 

—Muy amable de tu parte —dice el auror, sin creerse una palabra.

 

—Narcisa te manda recuerdos —Pansy sonríe—. Creo que a Blaise lo ves con frecuencia…

 

—Algunas veces, cuando coincidimos en La Madriguera.

 

Potter se quita las gafas y empieza a limpiarlas con una pequeña gamuza que saca de un cajón de su escritorio.

 

—¿Te gustaría que cenáramos? —pregunta Pansy, armándose de valor.

 

El auror dirige su mirada miope hacia ella.

 

—¿Cenar? ¿Tú y yo? —Harry deja escapar un pequeño suspiro— Parkinson, por qué no me dices lo que quieres y acabamos antes…

 

—Está bien —se rinde ella—. He venido por Draco.

 

—¿Y qué le pasa? —pregunta el auror en un tono fastidiado. Lo único que le falta hoy es que le recuerden a Draco.

 

—Verás, Draco es un hombre inteligente y tenaz, cuando se trata de negocios. Pero nunca ha sabido muy bien cómo gobernar su corazón.

 

—Y eso es asunto mío, porque…

 

No le va a poner las cosas fáciles, piensa Pansy. Aunque eso ya se lo esperaba.

 

—Porque desde que te marchaste Draco no ha sido el mismo.

 

—Bueno, creo que cumplí totalmente con sus expectativas —ironiza Harry—. Dijo que me marcharía y eso hice.

 

—Antes de tiempo —le recuerda Pansy.

 

—Mira, Parkinson…

 

—Pansy.

 

—…fue él quien no quiso dar una oportunidad a una posible relación. Puede que no hubiera funcionado, puede que hubiéramos acabado tirándonos los trastos a la cabeza, no lo niego. O puede que todo hubiera marchado sobre ruedas y hubiéramos buscado la mejor manera de estar juntos. Pero él se rindió antes de saberlo.

 

La bruja sabe que no puede quitarle la razón. Así que tiene que buscar la manera de apelar a ese gran corazón que, según Ginny, Potter posee.

 

—Estoy segura de que se ha arrepentido muchas veces por no haberlo intentado, Harry. Y todos hemos pagado las consecuencias, créeme.

 

El auror vuelve a ponerse las gafas y la imagen de Pansy se hace mucho más nítida. Realmente parece apenada.

 

—Mira, Harry, no ha sido fácil venir aquí, sentarme en esta silla y esperar hora y media a que llegaras. Más sabiendo lo que probablemente ibas a responder. Pero Draco es mi amigo, mi mejor amigo. Y por él estoy dispuesta a pasar el mal trago de suplicarte, si es necesario. Tú harías cualquier cosa por tus amigos, ¿verdad?

 

El auror se echa atrás en su silla, sintiéndose un poco desarmado.

 

—Porque si no estás con nadie… no lo estás, ¿verdad? —Potter niega con la cabeza, confirmándole lo que Ginny ya le ha dicho a Pansy—, te ruego que reconsideres un acercamiento con Draco. Él se hará el duro, al principio. Pero si eres hábil, le desarmarás en menos de lo que se tarda en decir quidditch. Blaise y yo ayudaremos y ni qué decir de Narcisa…

 

—¿Anda Ginny metida en esto también? —pregunta Harry, receloso.

 

—Ginny es una buena amiga, ¿no? —responde Pansy.

 

O sea, que sí.

 

—Déjame pensarlo —suspira el auror.

 

—Está bien. Gracias por tu tiempo, Harry.

 

Un “déjame pensarlo” es mucho mejor que una negativa a priori, piensa Pansy. Abandona el Ministerio no muy segura de que su esfuerzo haya servido para mucho.

 

 

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Draco tiene que reconocer que se alegra por su amigo, pero que a la vez se siente un poco celosillo. Blaise siempre ha sido un poco crápula con las mujeres, pero desde que sale con Ginny no ha habido otra. Ayer por la noche, noche de Navidad, cenó en casa de los Weasley y pidió su mano. Hoy la pelirroja comerá con ellos porque Blaise les considera su familia más que a su propia madre, a la que nunca ve y tampoco sabe dónde está la mayor parte del tiempo. Draco se ha propuesto ser amable y encantador durante toda la velada porque Blaise se lo merece y es de bien nacido alegrarse de la felicidad de los amigos. La procesión irá por dentro.

 

Pansy no ha tenido noticias de Potter desde que habló con él en el Ministerio hace ya tres semanas. Dijo que se lo pensaría, pero seguramente solo fue una manera educada de librarse de ella. Está convencida de que el auror se encuentra también en casa de los Weasley pasando las navidades, tan campante, mientras su pobre Draco languidece. Que Blaise haya formalizado su relación con Ginny Weasley ha sido un pequeño golpe para su rubio amigo. Una Gryffindor, amiga de Potter, perteneciente a la familia que el auror considera como la suya propia. Cuando la pareja se case, Draco y Potter tendrán que verse sí o sí. Ginny le ha pedido a Potter que sea su padrino y Blaise ha hecho lo mismo con Draco. Va a ser otra Navidad difícil…

 

Mientras se ocupa de los últimos preparativos de la comida de Navidad, Narcisa no puede evitar albergar cierta esperanza. La última vez que vio a Ginny ésta prometió hablar con Harry. Ha sido su novia, es su amiga y Narcisa asume que es una de las personas que conoce mejor al auror. Por su parte, Blaise ha visto a Harry algunas veces este año, cuando han coincidido en alguna celebración en casa de los Weasley. No han hablado mucho porque el auror siempre ha tenido la precaución de no quedarse a solas con él. Pero Blaise tiene la impresión de que tampoco es muy feliz. Lo que sí sabe seguro es que sigue sin pareja y Narcisa espera que eso signifique algo.

 

Cuando todo está a punto, Narcisa decide acercarse al invernadero para cuidar un poco de sus queridas flores. Solamente son las once de la mañana y la comida no está prevista hasta las doce y media. Ahora mismo está sola en casa porque Draco ha salido a dar un paseo con Salazar, Pansy se ha acercado a la ciudad a buscar Narcisa no recuerda qué y Blaise y su novia todavía no han llegado. Lleva poco más de media hora regando las plantas cuando aparece Piddly en el invernadero, muy alterado, porque la mesa está puesta para cinco personas y ahora resulta que se ha presentado un invitado más. A Narcisa le da un vuelco el corazón. Recorre el nevado camino empedrado que va desde el invernadero hasta la casa como si sus pies tuvieran alas. Después de recomponerse un poco se dirige al salón, por cuya chimenea deben haber llegado Blaise y Ginny con el inesperado invitado.

 

—¡Qué alegría que ya estéis aquí!

 

Blaise sonríe al darse cuenta de que la mirada de Narcisa se posa brevemente en Ginny y en él para dirigirla inmediatamente después hacia el hombre que espera detrás de ellos, justo al pie de la chimenea, como si estuviera preparado para irse si no es bien recibido.

 

—¡Harry! —la bruja extiende las manos hacia él y el auror las toma y besa una de ellas— Me alegro tanto de verte…

 

—Espero no ponerla en un compromiso, Narcisa. Sé que no me esperaban y no quisiera…

 

—¡Tonterías! —le interrumpe ella— Solamente hay que poner un plato más en la mesa.

 

Él asiente y le devuelve una sonrisa algo turbada. Durante un tiempo se sintió muy cómodo en esta casa; sin embargo, ahora se siente un intruso de nuevo. Si hoy se encuentra aquí es porque Ginny, con la inestimable ayuda de Blaise, le ha taladrado la cabeza hasta límites insospechados durante la última semana. Y porque, seguramente, la visita de Parkinson ya le había dejado un poco tocadillo y eso les ha facilitado bastante el trabajo de machaqueo a los otros dos. Ni siquiera sabe qué le va a decir a Draco cuando le vea. ¡Señor! ¿Por qué se ha dejado convencer?

 

Mientras Blaise entretiene a Harry en el salón, Ginny se dirige hacia la cocina para hablar con Narcisa. Después de todas las veces que ha estado aquí ya conoce bastante bien la casa. En el vestíbulo se topa con Pansy, que acaba de llegar.

 

—Hola, Pansy, ¿sabes dónde está Draco?

 

La aludida hace un gesto de obviedad, acaba de llegar. Pero Ginny no está para tonterías. Está desgastada y crispada de tanto discutir con el auror para lograr traerle aquí hoy. Si alguien en esta casa falla en su cometido de facilitar las cosas para que al menos Harry y Draco hablen, un hechizo mocomurciélago será lo mínimo que va a recibir.

 

—Hemos traído a Harry, así que búscalo. Y adviértele de mi parte que, como esta vez la cague, yo misma le destripo.

 

Y antes de que Pansy pueda responderle que qué se ha creído para hablarle de esta manera, la pelirroja desaparece camino a la cocina. El tronco de Navidad helado que lleva en las manos está a punto de fundírsele de puro cabreo. De un golpe de varita lo manda directamente a la cocina y después vuelve a salir de la casa para dirigirse a los establos. Es bastante probable que Draco esté allí. No se equivoca. Encuentra a su amigo cepillando a Salazar después del largo paseo.

 

—¡Tú! Deja el maldito caballo y ve a vestirte como Merlín manda para la comida —ordena.

 

—Hay pociones para esos días, Pans. Mejoran bastante el humor.

 

Ella se acerca con cara de pocos amigos y le quita el cepillo de la mano.

 

—¿Y cómo anda tu humor, Draco? —pregunta con malicia—. Porque me gustará verte la cara cuando veas quien ha llegado con Blaise y su novia y está esperando en el salón ahora mismo…

 

Pansy puede ver cómo Draco palidece. Literalmente.

 

—Deja a Salazar en su establo y ve a cambiarte —ordena mucho más suavemente, arrepentida de haber sido tan brusca—. Ponte guapo, que vea lo que se ha estado perdiendo durante todos estos meses…

 

Draco obedece sin rechistar. Pansy le sigue hasta su habitación y mientras él se ducha para quitarse el olor a caballo, ella le prepara la ropa. Ya más apaciguada ella también, Pansy intenta tranquilizar a su amigo mientras se viste.

 

—Él estará nervioso también, seguro —afirma—. Hace prácticamente un año que no os veis. Y me duele decírtelo, pero ha sido él el que ha venido hasta aquí, así que, si realmente te importa, piensa bien lo que vas a decirle. Porque no te dará una segunda oportunidad, Draco.

 

Draco asiente en silencio mientras acaba de arreglarse, aceptando  estoicamente el sermón de Pansy.

 

—Estoy listo —dice finalmente poniéndose la americana—. Bajemos…

 

Pero la verdad es que no lo está en absoluto. Ahora mismo siente un agujero en el estómago que amenaza con mandar a paseo la comida de Navidad. Está tan nervioso que, antes de entrar en el salón donde Harry aguarda, tiene que sujetarse las manos unos momentos para que no le tiemblen. Ha imaginado este momento muchas veces. Se ha arrepentido de la decisión que tomó después de aquella noche con Harry muchas más. Pero ahora él está aquí y Draco está dispuesto a hacer lo posible para que ambos tengan una nueva oportunidad.

                                                                      

En cuanto entra en el salón, Ginny y Blaise se marchan discretamente, dejándolos solos.

 

—Hola, Harry —saluda—. Esto sí que es una verdadera sorpresa…

 

—Sí, bueno… —el auror se rasca la nuca, intentando digerir la hermosa imagen del hombre frente a él—… tenía otros planes pero… los he cambiado.

 

—Me alegro de que lo hicieras —Draco señala el sofá—. ¿Nos sentamos?

 

Pansy tenía razón. El auror también está nervioso. Al ir a sentarse ha tropezado con la pata de la mesita y por poco se carga la maceta con flores de Pascua que hay sobre ella. Y ya que Harry ha dado el paso de venir a su casa, Draco se siente en la obligación de ser él quien empiece con una conversación que puede ser muy fácil o muy difícil…

 

—He pensado mucho en ti estos meses —confiesa—. He comprendido que tal vez me precipité un poco cuando cerré toda posibilidad de ver qué podía pasar si seguíamos adelante.

 

—Entonces, ¿por qué no has contactado conmigo en todo este tiempo? —pregunta Harry.

 

Buena pregunta, piensa Draco, ¿porque soy demasiado orgulloso como para hacerlo? ¿Porque tuve miedo?

 

—Creí que no querrías saber nada de mí —responde, sin embargo—. Que habrías vuelto a tu vida y me habrías olvidado.

 

Harry le mira fijamente y después niega con la cabeza.

 

—Tienes la mala costumbre de dar las cosas por sentadas, ¿lo sabías? —deja escapar un suspiro resignado—. No te he olvidado, Draco. Si lo hubiera hecho no estaría aquí.

 

—Claro, sí… tienes razón… —En este momento la mirada de Draco está centrada en las llamas de la chimenea, sin saber muy bien cómo continuar. Finalmente, la desvía hacia Harry y se aventura a preguntar—: ¿Entonces…?

 

Harry tarda un poco en responder y el agujero en el estómago de Draco se hace un poquito más grande.

 

—¿Tú quieres intentarlo? —pregunta el auror.

 

—Sí —responde Draco—. No sé si saldrá bien o mal, pero quiero arriesgarme.

 

Por primera vez, Harry sonríe.

 

—Estás en plan temerario, ¿eh? —bromea.

 

Por un momento, Draco no sabe si se está burlando de él, pero inmediatamente se da cuenta de que lo único que está intentando Harry ahora mismo es disipar la tensión que hay entre ellos.

 

—Sí —afirma en un tono más distendido—, planeo afrontar el 2006 con espíritu aventurero, cosa que en realidad no congenia demasiado con mi carácter, pero siempre he oído decir que los cambios son buenos.

 

—Ven aquí… —dice el auror suavemente, extendiendo la mano hacia él.

 

Y en cuanto Draco lo hace, Harry le envuelve en un abrazo apretado, posesivo, y le besa con el cuerpo entero. Y la cosa se hubiera vuelto mucho más tórrida y apasionada sobre ese sofá si no es por  la inoportuna aparición de Piddly.

 

—La señora Narcisa les llama a la mesa, amo —recita el elfo con voz cantarina.

 

Draco intenta levantarse y recuperar la compostura, pero Harry no le deja.

 

—Espíritu aventurero, ¿recuerdas? —susurra en el hueco del blanco cuello de Draco—. Dile a la señora Narcisa que vamos en seguida —pide después dirigiéndose al elfo doméstico.

 

Éste desaparece para dar el recado y, durante unos minutos más, Harry mantiene a Draco muy ocupado sobre el sofá.

 

—Vamos —jadea finalmente Draco, empujando al auror para sacárselo de encima—, es de mala educación hacer esperar a la gente.

 

Nadie les pregunta nada cuando se sientan a la mesa. Pero Draco tiene algunos cabellos fuera de sitio, y su corbata se ve un poco torcida. Cuando se da cuenta se la recoloca rápidamente. Los demás fingen no verlo. Harry lleva una sonrisa en la cara que no tenía cuando ha llegado. Y el jersey un poco arrugado. Ginny le sonríe significativamente desde el otro lado de la mesa y él se hace el desentendido, ya habrá tiempo de darle la razón. Pero cuando su mirada se cruza accidentalmente con la de Pansy, ella le dirige una leve inclinación de cabeza y él se la devuelve. Blaise, que es un hombre bastante alto y tiene las piernas larguísimas, le da una patadita por debajo de la mesa a Draco, sentado frente a él, y después le guiña un ojo. Draco simplemente sonríe y niega con la cabeza. Narcisa los observa a todos y siente que hoy es uno de los días de Navidad más felices de su vida.

 

A media tarde, Narcisa prepara su famoso chocolate navideño, el que se coloca maliciosamente en las caderas de Pansy y que Harry no llegó a probar el año anterior. Draco ha subido a su habitación y ha bajado con la estrella de cristal de Harry en la mano. El auror la ha colocado con gran ceremonial en el árbol de Navidad y después ha besado a Draco prescindiendo de toda formalidad, arrancando aplausos y silbidos. Y Draco, fiel a su palabra, se ha dejado llevar y se lo ha devuelto con el mismo entusiasmo, tratando de olvidar que su madre está presente.

 

Ginny y Harry van a traer un aire nuevo a esta familia, piensa Narcisa, rompiendo la rigidez de formas de la que todavía adolece. Ginny y Blaise están sentados sobre la alfombra, junto al árbol, haciéndose carantoñas entre cucharada y cucharada de chocolate. Harry está medio tendido en el sofá, apoyado en el pecho de Draco mientras come chocolate de la taza que éste sostiene. De pronto, el auror mira hacia Pansy, que está sentada junto a Narcisa y come su chocolate en silencio, como si se hubiera acordado de pronto de algo.

 

—Por cierto, Pansy, le causaste una gran impresión a Graham cuando estuviste en el Ministerio. Me ha preguntado por ti un montón de veces.

 

—¿Cuándo estuviste tú en el Ministerio? —preguntan casi al unísono Draco y Blaise.

 

—¿El grandullón que se cargó ese tipo que tú trajiste al hombro como si fuera una pluma? —inquiere Pansy, interesada, sin hacerles caso a los otros dos.

 

—Ese mismo —responde Harry con una sonrisita—. Es un buen tipo, soltero, formal y viene muy bien equipado, por si te interesa saberlo…

 

—Lo que me interesa saber a mi es cómo lo sabes tú —pregunta inmediatamente Draco.

 

—Cállate, Draco, Harry y yo estamos hablando.

 

—Porque hay duchas en la zona de taquillas —aclara el auror. Después se dirige a Pansy de nuevo—. Para fin de año hemos alquilado un local en Londres entre unos cuantos amigos —explica—. En realidad es un almacén vacío que nos dejan por poco dinero. George y Ron van a encargarse de ambientarlo y Dean de la música. Hermione y las chicas del catering y los demás de las bebidas, globos y serpentinas y esas cosas…

 

—Por supuesto, todos estáis invitados —interviene Ginny.

 

—¿En un almacén…? —pregunta Draco, incrédulo.

 

—No te preocupes, yo me encargo de darle el toque de clase —le tranquiliza Blaise.

 

—Si quieres, puedo invitar también a Graham… —sugiere Harry, sin hacer caso de los comentarios de Draco.

 

—Bueno, es tu fiesta, puedes invitar a quien quieras, ¿no? —dice ella de pronto mucho más animada aunque intente hacerse la indiferente.

 

—Por supuesto… —se ríe Harry.

 

Los chicos siguen riendo, bromeando mientras se toman su chocolate navideño. Narcisa se acerca a la ventana, con la taza caliente entre las manos, y contempla la nieve caer, arrullada por la calidez de su hogar y la de todas las personas que hay en él. La Navidad es para estar en familia, reunir a los seres queridos y ofrecerles, tal vez de forma más ornamentada, todo el amor que se les profesa durante el resto del año. Adornar la casa para que se sientan cómodos, cocinar manjares exquisitos para agasajar sus paladares y sacar la vieja receta de chocolate navideño de una tía abuela que nadie recuerda para calentar sus corazones. La estrella de Harry ya está colgada en el árbol y la bola de Navidad roja y dorada[1] de Ginny también. ¿Qué más puede desear? Narcisa da un sorbo a su chocolate caliente y suspira. Nietos. Pero ese será tema para otra Navidad…

 

 

FIN

 

 

 

 

[1] Este adorno representa a las antiguas manzanas que colgaban del roble, símbolo de la abundancia y el retorno de los espíritus de la naturaleza y la fecundidad de la Tierra.

 

 

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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