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Cuando Harry despierta esta mañana está solo en la cama. En el lado donde ha dormido Draco las sábanas están frías, así que debe hacer bastante que ha abandonado el lecho. El reloj encima de la mesita de noche señala las nueve y cuarto de la mañana. Le sienta un poco mal que se haya ido tan pronto, sin decirle nada, sin despertarle. Si la noche ha sido tan buena como la de ayer, más que buena a decir verdad, a Harry le gusta despertar junto a su amante, rezongar un poco en la cama con él, incluso ponerse un poco cariñoso y follar de nuevo. Sus ligues suelen irse duchados y desayunados, no se diga que no es un caballero. Pero en esta ocasión es él quien se encuentra en casa ajena, así que tendrá que aceptar las normas que el dueño de la misma imponga.

 

En la habitación no hay cuarto de baño y tampoco sabe dónde habrá uno en el piso superior, así que convoca a un elfo para preguntar. El pequeño ser le dirige hacia una de las puertas que hay en el mismo pasillo donde está su habitación, señalándole que es el cuarto de baño para los invitados. También le indica que su desayuno está preparado en el comedor. Cuando baja media hora más tarde, los demás prácticamente han terminado de comer. Harry tiene la sensación de que solamente siguen sentados a la mesa por pura cortesía.

 

—Lo siento —se disculpa.

 

—¿Se te han pegado las sábanas, Harry? —pregunta Pansy en tono burlón.

 

—Sí, así ha sido —reconoce el auror para cortar cualquier otro comentario.

 

Después dirige la mirada hacia Draco, sentado frente a él, quien se la sostiene unos segundos antes de apurar su taza de té. Ni a Narcisa ni a Pansy les pasa desapercibido el intercambio de miradas.

 

—Cuando termines, ¿te apetece dar una vuelta por la propiedad, Harry? —pregunta Draco—. Hasta ahora solamente has visto la casa…

 

—¿Hay más? —pregunta el auror.

 

—Si vais a montar, yo también quiero ir —dice inmediatamente Pansy.

 

—¿Tenéis caballos? —vuelve a preguntar Harry sin poder evitar demostrar su sorpresa.

 

Tras dirigirle una mirada recalcitrante a Pansy, Draco asiente.

 

—Sí, tenemos una pequeña cuadra —responde.

 

—Pansy, querida, deja que los chicos monten si quieren —interviene Narcisa—. Yo necesito que me ayudes en algunas cosas…

 

La joven tuerce el gesto pero no insiste. Draco está raro esta mañana. Y Potter también. Estaba todo taciturno cuando ha bajado a desayunar. Y cuando Draco ha sugerido dar una vuelta por la propiedad se le han iluminado los ojos. Y ahora mismo está engullendo su tostada, rayando la mala educación en la mesa, como si le hubieran dicho que tiene que irse a salvar al mundo. Otra vez. Draco juega al despiste hablando con su madre sobre si habrá que reforzar el tejado del invernadero debido al peso de la nieve. Y ahora Potter está apurando su té como si quisiera tragarse la taza también…

 

—Oh, ¿has terminado? —pregunta Draco quien parecía no estar atento, pero lo estaba.

 

Con un “con vuestro permiso” la mar de educado ambos hombres se levantan de la mesa. Pansy les sigue con la mirada hasta que desaparecen tras la puerta del comedor. Luego vuelve la mirada hacia Narcisa que tiene una sonrisa de oreja a oreja.

 

—Están raros —comenta la joven—. ¿Y esa sonrisa? —pregunta después.

 

Ella compone esa expresión conspiradora que Pansy conoce tan bien y dice totalmente feliz:

 

—Draco no ha dormido en su cama.

 

—¿Cómo lo sabe?

 

—Por Piddly…

 

Piddly es el elfo que suele llevar el desayuno a la cama a Draco los domingos. Especialmente cuando ha hecho alguna escapada a Zúrich. Y esta mañana, como nadie le había dado nuevas instrucciones, ha ido a dejar la bandeja con el desayuno en la habitación de Draco y no había nadie. Por supuesto, ha ido a informar inmediatamente al ama Narcisa, angustiado por si le había pasado algo a su joven amo. Draco ha llegado a su habitación apenas diez minutos después, cuando el servicial elfo ya se había llevado la bandeja de nuevo a la cocina, tranquilizado por Narcisa.

 

 

 

Harry sigue en silencio a Draco hasta el establo, un poco alejado de la casa. Sus botas se hunden apenas en la nieve, que ha extendido su blanco manto durante la noche, pero todavía no es muy grueso. Hace bastante frío y el auror lamenta no haber cogido sus guantes. Lleva las manos hundidas hasta el fondo de los bolsillos de su anorak.

 

Cuando entran en el establo les recibe un agradable calor, impregnado de olor a paja y también a excrementos.

 

—Tengo dos Westfalianos, un Holstein y dos Hannoverianos —le explica Draco mientras se dirige a uno de los compartimentos para acariciar a un precioso alazán que ha relinchado en cuanto le ha visto—. Éste es Salazar, mi favorito.

 

El rubio saca un par de terrones de azúcar de su bolsillo, que desaparecen de su mano en un segundo. Después le entrega unos cuantos terrones a Harry para que se los dé a los otros caballos.

 

—¿Has montado alguna vez? —pregunta Draco.

 

—Hipogrifos y dragones —responde el auror con ironía—. Estoy seguro que un caballo es mucho más fácil.

 

—Los caballos son animales mucho más delicados —le advierte Draco—. Espero que no trates a mis caballos como si fueran hipogrifos, Potter.

 

Un poco molesto porque Draco ha utilizado su apellido de nuevo, pero mucho más porque el rubio todavía no ha mencionado nada sobre lo sucedido entre ellos la pasada noche, el auror trata de morderse la lengua.

 

—Tú montarás a  Briana, es una yegua muy dócil.

 

Harry frunce el ceño. ¿Draco ha oído bien que él ha montado hipogrifos y dragones?

 

—Ven, te enseñaré a ensillarla.

 

Pacientemente, Harry va siguiendo las instrucciones de Draco para ensillar a Briana mientras el rubio hace lo propio con Salazar. Después, monta airosamente sobe la yegua, bajo la atenta mirada de Draco, quien parece temer que pueda hacerle algún daño a su animal. Harry empieza a estar más que molesto.

 

Salen del establo y enfilan un camino adyacente a la propiedad que en verano debe ser un campo precioso, pero ahora solamente se ve nieve hasta donde alcanza la mirada. Tal como ha dicho Draco, Briana es una yegua tranquila y dócil, Harry no tiene ningún problema para llevarla. Por el contrario, Salazar es un animal brioso al que Draco tiene que ir reteniendo de vez en cuando. Cabalgan en silencio unos minutos hasta que Harry ya no puede más.

 

—Cuando me he despertado esta mañana no estabas…

 

—No quería que el elfo que suele traerme el desayuno los domingos notara mi ausencia.

 

—¿Desayunas en la cama los domingos?

 

El rubio parece un poco incómodo ante la pregunta.

 

—A veces.

 

—Creo que solamente he desayunado en la cama cuando acababa en la enfermería, en Hogwarts… —rememora Harry.

 

—Deberías probarlo alguna vez. ¿No tienes ningún elfo?

 

—Sí —reconoce el auror—, Kreacher. Lo heredé de mi padrino junto con la casa. Pero nunca se me ha ocurrido que me lleve el desayuno a la cama —observa a su compañero, que cabalga muy erguido sobre su montura—… ¿Estamos bien, Draco?

 

Ahora el rubio sí le mira.

 

—Claro, ¿Por qué no íbamos a estarlo? Fue una follada de adultos, ¿no?

 

Harry se siente un poco desconcertado por el deje de resentimiento que le parece notar en el tono de Draco.

 

—Pues no me parece que te estés comportando como un adulto —recrimina—. Para mí fue genial y me pareció que para ti también. Creí que te gustaría que siguiéramos explorando ese terreno mientras esté por aquí.

 

—Por supuesto —los ojos de Draco se clavan en el auror más fríos que un témpano de hielo—. Y cuando esté bien enganchado a ti te marcharás. Creo que es mejor que lo dejemos aquí, Harry —detiene el caballo y el auror hace lo mismo con el suyo—. Mira, los dos lo deseábamos y nos hemos quitado las ganas con lo de ayer. Y tienes razón, fue genial. Pero esta mañana me he dado cuenta de que yo seguiré aquí cuando tú te marches y vuelvas a tu vida en Inglaterra.

 

Harry no podía prever un giro tan inesperado en la actitud de Draco.

 

—Creo que te estás cerrando en banda demasiado pronto —arguye—. Éstas últimas semanas contigo me he encontrado muy cómodo, Draco. Y ayer sentí que valía la pena ver qué podía depararnos el futuro, darnos tiempo para conocernos un poco mejor.

 

—Sería perder el tiempo —asegura Draco—. A ti no te gusta estar aquí y yo no pienso marcharme. Luego todo sería más difícil.

 

Harry se queda en silencio. Ha agotado todos sus argumentos y no sabe qué más decir. Así que toma una decisión.

 

—Entonces es ridículo que siga viniendo a tu casa, no desde lo de anoche.

 

Draco deja escapar una risa sarcástica.

 

—¿No dijiste que era una follada de adultos?

 

Atrapado en sus propias palabras, Harry tiene que admitir su error.

 

—Cierto. Y tengo que comerme mis palabras —afirma el auror—. ¿Volvemos?

 

Draco asiente y los dos hacen dar la vuelta a sus caballos para regresar al establo.

 

 

 

Narcisa no es capaz de entender qué ha pasado. Harry le ha presentado sus excusas y le ha dicho que no podía quedarse a comer. Y cuando ella le ha preguntado si se verían el domingo que viene él ha respondido que tenía un compromiso. El auror ha sido muy educado pero, sin lugar a dudas, estaba bastante tenso. Cuando ha ido a pedirle explicaciones a Draco, éste se ha mostrado esquivo y poco predispuesto a aclararle las cosas. Narcisa ha sentido unas irrefrenables ganas de darle un cachete a su hijo, y eso que ni de niño le ha puesto la mano encima.

 

Ahora se encuentran sentados a la mesa con una inesperada invitada que seguramente a Harry le habría hecho ilusión ver: Ginny Weasley. Por lo visto, ella y Blaise han estado manteniendo el contacto desde la fiesta en la mansión Schädler. Llegó ayer, porque este fin de semana no tenía que jugar, y Blaise le ha pedido permiso a Narcisa para invitarla.

 

Después de comer, Ginny se despide de sus anfitriones agradeciéndoles su hospitalidad. Quiere que Blaise la lleve al hotel donde se aloja Harry para hablar con él. Sin embargo, en recepción les indican que Harry ha comido allí pero que ahora mismo no está en su habitación. Que si lo desean, le entregarán una nota de su parte cuando regrese. Ginny garabatea cuatro líneas para su amigo:

 

Harry, estoy en Vaduz y me gustaría verte. Estaré en casa de Blaise hasta mañana. Me marcho el martes temprano. La dirección flu donde puedes contactar conmigo es Fabrikweg 24. Por favor, llámame.

Ginny

 

Harry le envía una lechuza el lunes con una escueta nota que dice que siente mucho no poder verla. Que ahora mismo se encuentra camino de las montañas para una semana de entrenamiento de supervivencia con los aurores liechtensteinianos. Pero que le avise la próxima vez que venga.

 

—Lo que sea que haya pasado entre ellos dos, Harry se lo ha tomado muy mal —dice Ginny a Blaise después de leer la nota—. Tal vez deberías hablar con Draco…

 

Blaise deja escapar un suspiro. Sí, claro, como si fuera tan fácil…

 

 

 

Durante las tres semanas siguientes Harry parece haberse hecho invisible. Blaise se ha dejado caer por la mansión Schädler varias veces para hacerse el encontradizo con el auror. Incluso Pansy lo ha hecho, sin decir nada a los demás para que no digan que, después de todo, el auror le cae bien. Porque no es verdad, ambos han hecho el esfuerzo de soportarse, nada más. Draco le preocupa. Porque su querido amigo tendría que ir acompañado de un libro de instrucciones, así de complicado es. Y aunque no piensa disculpar a Potter sus artes de Houdini, Pansy reconoce que le habría ido muy bien al auror saber cómo funciona su rubio amigo.

 

 

 

El siguiente domingo, 25 de diciembre, Draco finge que tan solo es una Navidad más y que no le importa que Harry no esté aquí. Que la estrella que le regaló no cuelgue del árbol. Piddly la encontró sobre la mesilla de la habitación de invitados cuando fue a limpiarla. El servicial elfo se la había entregado a Narcisa y ésta a Draco con una muda mirada de reproche. Su hijo no puede culparla. Sabe que hace años que su madre desea verle en una relación feliz y estable. Merlín sabrá por qué, se había hecho ilusiones con Potter. Sospecha que ella ya sabía mucho antes que él que el auror también era gay. Y trató por todos los medios de allanar el terreno entre ellos. Cierto que casi lo consiguió. Pero Draco no está dispuesto a sufrir una decepción más. No quiere enamorarse de Harry, como lo estaba haciendo, y después quedarse solo cuando el Ministerio británico le reclame de nuevo. Las relaciones a distancia nunca funcionan. Entendió por las palabras de Harry, la mañana que salieron a montar, que a él le habría gustado intentarlo; pero a la larga el resultado habría sido el mismo: Draco solo de nuevo.

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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