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La Nueva Domus de
Livia
Narcisa no puede sentirse más feliz de ver llegar a su hijo junto al auror. Por supuesto, no es ningún problema que Harry se presente a comer sin avisar. Siempre hay un sitio en su mesa para él. Harry se siente un poco abrumado y saca la estrella de su envoltorio para enseñársela y acabar con tanto parabién.
—Es preciosa, Harry. Digna de ti —afirma ella.
—De hecho, Draco me la ha regalado —confiesa el auror.
Narcisa mira a su hijo, entre sorprendida y satisfecha. Éste aparta la mirada, incómodo. No quiere que su madre empiece a pensar cosas raras. Regalarle la estrella a Harry ha sido un impulso, nada más. Tal vez no debería haberlo hecho. Pero no importa, al fin y al cabo, Harry desconoce el significado de este regalo.
—Mañana la colgaremos.
Hoy, ni Pansy ni Blaise están en casa, así que comen los tres solos. Narcisa ya ha acabado con la decoración navideña y en toda la casa se respira un ambiente entrañable. Incluso en la puerta de entrada ya hay colgada una corona hecha con ramas de pino, piñas y acebo, complementada con un gran lazo de color verde. Harry se siente agradablemente relajado. Le gusta el hogar del los Malfoy. Es confortable, tranquilo, ordenado. No como su apartamento en Londres, que a pesar de todo echa de menos.
Después de comer se sientan a jugar a las cartas. Narcisa opta por una copita de jerez mientras que Harry y Draco se inclinan por un whisky de fuego. A media tarde, después de jugar varias manos, Narcisa se disculpa y abandona el salón para dar instrucciones a los elfos sobre la cena. Arrellanado en el sofá, Harry siente deseos de dormitar, pero no se atreve porque sería de mala educación. Sin embargo, le sentaría tan bien una cabezadita…
Harry se ha dormido en el sofá y Draco vela su sueño, sentado en un sillón frente a él, con un libro entre las manos. Cuando le ha quitado las gafas y las ha depositado sobre la mesita el auror ni se ha movido. La única luz que hay en este momento en el salón es la proveniente del fuego de la chimenea y de la lamparita que está utilizando para intentar leer. Pero ahora mismo revolotean tantas cosas por su cabeza que Draco hasta tiene miedo de pensarlas. Por ejemplo, que Harry ha nacido para estar en ese sofá durmiendo plácidamente. No sabría decir en qué momento empezó a desearle, pero ya hace días que lucha contra este sentimiento. Sabe que en unos meses Harry volverá a Inglaterra, contento de poder dejar Liechtenstein atrás. Draco detesta aferrarse a estos momentos con él de la forma en que lo hace, pero los recuerdos serán lo único que le quede cuando el auror se marche.
Pansy llega sobre las seis y media y pasa por delante del salón casi de puntillas. Potter está durmiendo en el sofá y Draco le contempla con cara de ensoñación. Como Narcisa se equivoque, esto va a acabar muy mal para su amigo. Encuentra a la bruja en la cocina, donde está preparando un pastel para la cena.
—Menudo panorama hay en el salón —se burla—. El uno duerme y el otro babea.
—¿No son encantadores? —suspira Narcisa, colocando la masa en un molde para hornear. Desde que se instalaron en el pequeño principado, ha vuelto a tomarle el gusto a la cocina, principalmente por la repostería.
—¿Está segura, Narcisa? —pregunta Pansy, preocupada—. Pocas veces he visto a Draco tan enganchado con alguien como ahora. Aunque lo niegue, por supuesto.
—Estoy segura —afirma la bruja mayor—. Harry es gay, aunque no lo parezca.
—Tampoco lo parece Draco y, mira, me he quedado sin mi futuro perfecto marido —ironiza la joven.
Narcisa le sonríe, comprensiva. Pansy ha estado enamorada de Draco desde el colegio. Fue duro para ella aceptar que él jamás podría corresponderle. También lo fue para Lucius y para ella; la diferencia es que su ex marido nunca lo aceptó y ella supo apoyar a su hijo, como ha hecho siempre. Y se convirtió en uno más de los motivos por los cuales ahora tiene un ex.
—Mi hermana Andrómeda me lo dijo hace tiempo, cuando Draco salió del armario y pasamos tan mala racha en casa.
—¿Y si Potter tiene a alguien en Inglaterra, esperando?
—No, no lo tiene —asegura Narcisa—. Mi hermana me lo habría dicho. Y a pesar de que Harry es una persona discreta, habría salido en la portada de El Profeta más temprano que tarde. Todo el mundo se habría enterado.
Pansy hace un gesto de asentimiento, pero no se la ve muy convencida.
—Pans, Harry es perfecto para Draco —afirma Narcisa, intentando convencerla.
—Y usted una casamentera de mucho cuidado…
Narcisa se ríe.
—Estarás de acuerdo conmigo en que fue una inesperada bendición que enviaran a Harry aquí —afirma—. Sería una absoluta necia si desaprovechara la oportunidad de proporcionarle a Draco la pareja que necesita. ¡No puede vivir eternamente con su madre! Aunque los visitaré a menudo.
Pansy pone los ojos en blanco. Acabaría viviendo con ellos, si pudiera.
—Creo que olvida un pequeño detalle —señala, sin embargo—. Potter es un auror del Ministerio británico y regresará a su trabajo dentro de unos meses. Y Draco ha establecido su negocio aquí, en Liechtenstein, y le va muy bien.
—Seguro que encontrarán la manera —responde Narcisa, convencida—. Ahora solamente es cuestión de seguir creando el ambiente propicio. Te habrás dado cuenta de que Harry es una persona hogareña —Pansy se encoge de hombros—. Lo es —ratifica Narcisa—. Si bien es verdad que al principio no se sentía muy cómodo entre nosotros, fíjate ahora. ¡Hasta es capaz de echarse una siesta de tres horas en el sofá!
—No sé yo si eso es ser hogareño o un poco lirón —rezonga la joven.
—Y lo más importante —prosigue Narcisa sin hacerle caso—: Draco le ha regalado el adorno navideño que le representa. Y como muy bien sabes, en nuestra familia solamente lo regalamos a nuestras parejas, hijos o amigos muy íntimos, casi familia.
—Está bien, está bien —se rinde Pansy levantando las manos—. Pero si Potter le da un desaire a Draco, lo capo. Por muchos ramos de rosas de invierno que me regale.
Un par de horas más tarde Harry despierta en el mismo sofá en el que trataba de no dormirse, pero tapado con una manta. Alguien le ha quitado las gafas y las ha colocado sobre la mesita. Sin embargo, puede distinguir a Draco, sentado en el sillón frente a él, con un libro entre las manos.
—Lo siento —se disculpa—, no sé cómo he podido quedarme dormido…
Se despereza un poco antes de alcanzar las gafas de la mesa y colocárselas.
—No has roncado demasiado, si eso te sirve de consuelo —se burla Draco. Pero es una burla amable—. Dentro de media hora estará la cena —le informa después.
¿La cena? ¡Dios! ¿Cuánto tiempo ha dormido?
—Debería marcharme —dice el auror, levantándose.
—Mi madre ya cuenta contigo… Además, está nevando.
Harry se acerca a la ventana. A pesar de la oscuridad que hay en el exterior, puede ver los blancos copos caer sobre el terreno. Todavía no está todo cubierto, pero si sigue nevando toda la noche, lo estará mañana por la mañana. La verdad es que no le apetece nada volver a su impersonal habitación de hotel, pero siente que es abusar un poco de esta familia quedarse a cenar también.
—La nieve no es ningún problema —dice—. Solamente tengo que aparecerme en el hotel.
—Claro…
El tono de Draco ha sido de… ¿decepción? Sus miradas se encuentran por unos segundos pero el rubio la aparta rápidamente.
—Oh, Harry, querido, estás despierto —Narcisa le sonríe desde la puerta del salón—. La cena ya está lista —Y se va antes de que Harry pueda objetar nada.
—Me temo que ya tienes el plato en la mesa —sonríe Draco—. ¿Vamos?
Todavía no sabe cómo se ha dejado convencer. Aunque la habitación es algo más pequeña que la de su hotel, es mucho más agradable. Se nota el toque personal de Narcisa en todos sus detalles, desde la ropa de cama, pasando por las cortinas hasta el bonito ramo de acebo, pino y flores de Pascua que hay sobre la cómoda. Hay una antigua estufa de leña de hierro labrado frente a la cama que proporciona un agradable calor a toda la habitación. Draco le ha dejado uno de sus pijamas, uno de seda gris que casi ni se siente sobre la piel.
Harry camina con los pies descalzos sobre la mullida alfombra hasta la ventana. La siesta de esta tarde le está pasando factura y no tiene sueño. El cristal está empañado por la diferencia de temperatura, así que limpia una parte con la mano para poder ver el exterior. Todavía está nevando, incluso parece que más intensamente que antes de cenar. Deja escapar un suspiro y sigue contemplando la nieve caer. El pinar está precioso moteado de nieve. La verdad es que la ubicación de la casa es perfecta, un poco apartada para proteger la intimidad de sus habitantes, en un entorno natural maravilloso. Le gustaría poder tener un lugar así en Inglaterra. Lo buscará en cuanto regrese. Quizás no con una casa tan grande como esta, pero de características similares. Tal vez, algún día, pueda compartirla con alguien. Alguien como Draco. Harry no acaba de entender cómo lo ha hecho, pero el ex Slytherin se ha ido adueñando poco a poco de esa parte de él que está tan vacía. Este Draco es tan diferente al que él había conocido en el pasado… O tal vez siempre fue así pero las circunstancias no jugaron nunca a favor de ninguno de los dos para poder apreciarlo.
Unos leves golpecitos en la puerta distraen a Harry de sus meditaciones. Extrañado, se dirige hacia ella para abrirla y, al hacerlo, se encuentra con Draco. También va en pijama, solo que cubierto por una elegante bata de lana. En una mano lleva una botella y en la otra dos copas.
—No sabía si estarías durmiendo…
—No debería haber dormido tanto esta tarde —dice Harry apartándose para dejarle pasar.
—Eso imaginaba —Draco levanta en alto la botella que sostiene en la mano—. He traído ayuda, por si te apetece.
—¿Qué es? —pregunta Harry, más que dispuesto.
—Coñac, Courvoisier L’Esprit Decanter.
El exquisito acento francés con el que Draco ha pronunciado el nombre del coñac ha sonado tan sexy que ha vuelto a llenar de mariposas el estómago de Harry. El rubio deposita copas y botella sobre la cómoda, que no es muy alta.
—Si hay que hacer caso a los expertos, este coñac viene de una variedad de mezclas que se remontan a los tiempos de Napoleón I —explica mientras empieza a servir la bebida—. Tiene un buqué ahumado con fragancias de canela y flores de albaricoque secas que le da un sabor muy poderoso —entrega una de las copas a Harry—. Un solo sorbo es una experiencia única en la vida…
Harry toma la copa casi con reverencia.
—Pues no sé si bebérmelo o guardarlo dentro de una urna…
Draco se ríe con la ocurrencia y toma su propia copa para brindar con el auror.
—Por nuestra nueva amistad…
—Y una experiencia única en la vida…
Las finas copas de cristal entrechocan suavemente.
—Déjalo en la boca unos momentos —instruye Draco en cuanto el auror se lleva la suya a los labios.
Harry lo hace e inmediatamente siente la explosión de sabores que Draco le ha descrito antes.
—Es casi orgásmico —exclama.
—Es totalmente orgásmico —le rectifica Draco.
La conexión visual que hay entre ellos en este momento es tan intensa que a Harry le invade una oleada de calor por todo el cuerpo. Un hombre no mira a otro de la forma en que lo está haciendo Draco ahora mismo si no es que ese hombre le interesa. Y no es la primera vez que le mira de esta forma. Por un momento se siente algo descolocado, inseguro. Pero después, su vena Gryffindor asoma la cabeza dándole un empujón al arrojo que siempre ha tenido para hacer las cosas.
—¿Puedo preguntarte algo sin que te ofendas ni te alteres?
Draco asiente, inmóvil pero sin perder la mirada del auror en ningún momento.
—¿Eres gay?
A pesar de que en la habitación no hay mucha luz, el fuego de la estufa y la lámpara de la mesita de noche, Harry puede ver claramente el rubor que sube por el blanco cuello de Draco y se extiende por todo su rostro.
—Porque yo sí lo soy y me estás poniendo verdaderamente nervioso.
Draco traga saliva un par de veces antes de poder hablar.
—¿Nervioso porque te parece una situación embarazosa que yo también pueda serlo o nervioso de… excitado?
Detrás de sus gafas, los ojos verdes de Harry parecen más profundos que nunca. Draco intenta mantener una fachada imperturbable mientras habla, pero su mano se cierra sobre la copa con demasiada fuerza. Suya ha sido la idea de colarse en su habitación esta noche con la excusa de invitarle a una copa. Ahora tiene que afrontar el resultado, sea cual sea éste.
—¿Lo eres? —pregunta de nuevo Harry.
Draco respira hondo antes de llevar a cabo lo que está pensando.
—Hace semanas que deseo hacer esto…
Deshace la escasa distancia que hay entre ellos, toma el rostro de Harry entre sus manos y le besa. Y el auror se engancha a ese beso como si no hubiera mañana.
—Yo… también… lo deseaba… —jadea Harry cuando sus labios por fin se separan.
Permanecen abrazados unos momentos, como si temieran que el hecho de que cada uno recupere su espacio pudiera devolverles a las dudas e incertidumbres que acaban de romper con ese beso.
—Quédate… —susurra Harry.
Emocionado ante la perspectiva de lo que el auror está proponiendo, Draco pregunta:
—¿Estás seguro?
Harry hunde el rostro en el pálido y suave cuello de Draco.
—Ya no tenemos quince años, Draco —murmura—, lo que pase hoy en esta habitación pasará entre dos adultos…
Aunque no muy seguro del verdadero significado de las palabras de Harry, Draco asiente. Sigue al auror hasta la cama sintiéndose de pronto más nervioso que si fuera su primera vez. Sin embargo, Harry parece muy tranquilo, a pesar de la evidente erección que se levanta bajo sus pantalones. Draco se deja llevar como pocas veces consiente en hacerlo. Y cuando en un estado de completa y deliciosa agonía cede el paso al auror hacia el interior de su cuerpo, se siente morir de puro placer.
Todavía en su interior, Harry se desploma sobre él, pletórico.
—Dios, ¿dónde has estado todo este tiempo? —jadea el auror, casi sin aire.
Draco está a punto de decir, Aquí, esperándote, pero tiene el buen sentido de no hacerlo. Su respuesta es un beso tan ardiente como todos los que han intercambiado durante una de las folladas más intensas que Draco puede recordar.