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La Nueva Domus de
Livia
Potter se ha bebido su primera cerveza sin hablar y ha pedido la segunda. Draco todavía sigue con la primera a la espera de que al auror se le descrucen los cables y recuerde el arte de la conversación. De repente, Harry pregunta:
—¿Qué tal la vida nocturna aquí? Hoy me apetece salir.
—De pena —responde Draco—. Hay algunos bares y restaurantes en la zona de la Stadtle y el centro histórico, pero hasta los turistas prefieren quedarse en los bares y pubs de sus respectivos hoteles…
Harry le dirige una mirada de incredulidad.
—¿Cómo puedes vivir aquí?
Draco deja escapar un suspiro profundo.
—A veces yo también me lo pregunto…
—¿Qué haces para divertirte, entonces?
Draco lo piensa unos momentos antes de responder:
—Me largo a Zúrich —se encoge de hombros—. Total, está a una aparición de distancia…
Harry vuelve a quedarse en silencio, bebiendo su cerveza, cosa que Draco en este momento agradece. Porque lo único lúdico que conoce de Zúrich es la zona gay, en la parte antigua de la ciudad, entre la estación central y la orilla del río Limmat. Decide cambiar radicalmente de tema antes de que al auror se le ocurra pedirle referencias de algún local que suela frecuentar.
—Espero que no te incomodara demasiado la conversación con mi madre el pasado domingo…
—Parkinson debería luchar sus propias batallas —responde Harry sin mirarle.
Observa su jarra de cerveza casi vacía, pero duda en si pedir otra o pasar a algo más fuerte.
—Sí, muy épica tu declaración, pero fueron tiempos difíciles. Todos teníamos miedo…
—Cierto, TODOS teníamos miedo —el tono del auror es cortante—. Algunos con más razón que otros.
Draco se arrepiente inmediatamente de haberse enzarzado en un tema tan delicado. Aprieta los dientes y declara:
—Pero no TODOS teníamos el coraje de afrontarlo.
Harry, que ya ha decidido que después de dos cervezas puede empezar con el whisky, se vuelve hacia el otro mago con la expresión algo tensa.
—Mira, Malfoy —parece que si utiliza su apellido es más fácil discutir con él—, no quiero hablar de la guerra, ni de quien fue más fuerte o quien sufrió más. Terminó hace ocho años, la gente debería olvidar.
Draco deja escapar una risita sarcástica.
—¿Tú has olvidado?
Ante la falta de respuesta del otro mago, decide coger al hipogrifo por el pico.
—Mira, Potter, vas a estar aquí mucho tiempo —Harry suelta un resoplido— y nosotros somos la única unión con Inglaterra que tienes ahora mismo así que vamos a dejar las cosas claras.
Draco observa como Harry le pide un whisky al camarero, sintiéndose ignorado. Pero el auror vuelve entonces el rostro hacia él y dice:
—Te escucho.
—Está bien —respira hondo y dice—: Pansy actuó impulsada por el miedo. Tú conoces solamente la versión desde tu bando, pero nosotros también estábamos acojonados. Si se muestra tirante contigo es porque teme que en cualquier momento le recrimines su actuación de esa noche en el Gran Comedor. Pero, si te das la oportunidad de conocerla, encontrarás que no es tan odiosa como piensas. Mi madre solamente trató de limar asperezas.
Draco respira hondo de nuevo antes de continuar.
—Y antes de que mi madre también se meta en lo que hay sin resolver entre nosotros —en este punto Harry alza una ceja y le mira con curiosidad—… Me refiero a que tú casi me matas en el baño de prefectos pero después me salvaste de una muerte horrible en la Sala de los Menesteres, así que estamos a mano. Y te recuerdo que mi madre mintió al mismísimo Señor Oscuro sobre tu muerte.
En este punto Harry va a decir algo, pero Draco se apresura a continuar antes de que le suelte que su madre actuó por interés propio, porque no podrá quitarle la razón.
—A mí tampoco me gusta hablar de la guerra y de todo lo que me tocó vivir mientras el Señor Oscuro estuvo en mi casa. Tú tienes tus demonios y yo los míos. Pero creo que todo lo que vivimos nos une más que nos separa, así que si quieres que seamos amigos, las puertas de mi casa seguirán abiertas para ti. De lo contrario, nos bebemos esta ronda y que cada uno siga su camino.
Al principio Harry no dice nada, solamente le mira fijamente y Draco empieza a ponerse un poco nervioso.
—Creo que tú también deberías pasarte al whisky, Draco. Esa vena oradora tuya no se aviene mucho con mis dos cervezas y este whisky —alza su vaso y hace tintinear el hielo.
Draco niega con la cabeza, a pesar de todo, con una sonrisa asomando a sus labios.
—Este domingo pasaré a buscarte más temprano —dice—. Hay que ir a buscar el árbol de Navidad. Ponte ropa cómoda.
Cuando Draco le había dicho que irían a buscar el árbol de Navidad el domingo, pensó que irían a un vivero o una floristería... Jamás se le pasó por la cabeza que se refiriera a ir al monte y talar un abeto.
—¿Estás seguro de esto? —pregunta por enésima vez— Porque yo sí que estoy seguro de que los muggles tienen leyes que protegen a los árboles de estas cosas…
—No te preocupes por los muggles —dice alegremente Blaise—. Siempre utilizamos un Cave Inimicum para proteger la zona. Los muggles no se enteran.
—Además, somos muy respetuosos con la naturaleza —añade Draco—, ¿por quién nos tomas?
Harry levanta las manos en señal de rendición y se dedica a observar el ir y venir de los dos amigos entre los abetos que crecen en la ladera de la montaña.
—¿Y cómo lo vamos a cortar? —se le ocurre preguntar.
Entonces, Draco se vuelve hacia él, con la misma expresión que si le hubiera preguntado si la leche es blanca.
—Merlín bendito, Potter, ¿acaso no tienes una varita?
Harry se encoge de hombros.
—No sé… pensaba que quizás llevabas un hacha encogida en el bolsillo… Por hacerlo más tradicional, digo…
Blaise se echa a reír.
—¿Acabas de hacer una broma? —pregunta. Después le da un codazo a Draco—. Parece ser que Potter SI tiene sentido del humor, y tú que lo dudabas…
Horas después, con el abeto ya colocado en su soporte en el salón, los habituales de la casa de campo y Harry se encuentran allí tomando café después de comer como cada domingo. El auror empieza a sentirse bastante cómodo en su compañía. Participa en la conversación y en las bromas de Blaise sobre sus peripecias de la mañana con el abeto. Pansy le ha dirigido la palabra en un par de ocasiones durante la comida y casi se ha puesto colorada cuando le ha dicho que el vestido que lleva hoy le sienta muy bien. Draco le ha dedicado una luminosa sonrisa de agradecimiento. Harry lamenta no haberle echado un piropo a Parkinson antes. Draco está guapísimo cuando sonríe de esa forma.
—El domingo que viene decoraremos el árbol —le informa Narcisa—. Contamos contigo, ¿verdad?
Harry asiente con mucho más entusiasmo del que piensa.
—¿Debo traer algo? —pregunta.
La bruja lo piensa unos momentos y después dice:
—Trae algo que te represente para colgarlo en el árbol.
Harry asiente, aunque no está muy seguro de lo que significa “algo que le represente”.
—¿Un adorno, un objeto? —pregunta.
—Lo que tú prefieras —responde Narcisa.
Para qué habrá preguntado…
Ahora que ya ha quedado claro quién es el profesor y quién es el alumno, las cosas están mucho más suaves entre Egon y Harry. Incluso Georg parece haber espabilado un poco. La verdad es que ésta sería la primera semana desde que llegó a Liechtenstein que Harry se sentiría mucho más relajado si no fuera por el tema del adorno representativo para colgar en el árbol de Narcisa. Ha estado pensando mucho en ello, pero no acaba de encontrarlo. ¿Qué puede representarle a él? ¿Un león, porque fue un Gryffindor? No es habitual colgar adornos en forma de león en los árboles de Navidad… Cuando a mediados de semana Draco se deja caer por allí para invitarle a un chocolate, cosa que también se ha hecho costumbre, decide sacar el tema entre cucharada y cucharada de delicioso chocolate.
—¿Qué adorno navideño crees tú que me representa? —pregunta a bocajarro.
Draco sonríe con suficiencia. Ya se lo esperaba, así que tiene la respuesta preparada.
—Sin duda, una estrella.
Harry se le queda mirando, un poco sorprendido por la decidida contestación.
—¿Una estrella? —repite.
—La estrella simboliza la esperanza y la luz para alcanzar una vida mejor —explica Draco.
—Ah…
Harry se concentra en su chocolate durante unos momentos antes de no poder más y preguntar:
—¿Tú crees que yo soy esperanza y luz?
Draco le mira con esos ojos tan grises y tan intensos que hacen que Harry, de repente, sienta mariposas en el estómago.
—Lo fuiste para mucha gente. Todavía lo eres, seguramente.
Harry se queda en silencio, mirando su copa de chocolate, sin saber qué decir.
—Compra una estrella, Potter. O al menos eso espera mi madre que hagas.
El auror asiente lentamente, mientras decide si llevarse otra cucharada a la boca o no.
—¿Y a ti qué te representa? —inquiere.
—Mi adorno es una piña. Y antes de que preguntes, son signo de esperanza en el futuro y representan la inmortalidad.
—Bueno, los magos somos longevos pero tanto como inmortales…
Draco pone los ojos en blanco.
—Es un simbolismo, Potter. Soy la esperanza de mi familia para el futuro, y la continuidad de nuestro apellido. —Aunque, la verdad, dadas sus inclinaciones debería cambiar de adorno. Pero cuando Narcisa lo eligió para él solamente tenía un año de edad.
—Imagino que tu madre, Pansy y Blaise también tienen los suyos…
—Por supuesto —afirma Draco—. Pero tendrás que esperar al domingo para saber cuáles son.
Este domingo, aparte de su apetito habitual, Harry también ha traído flores para Narcisa y Pansy, un ramo de rosas de invierno para cada una. Y le ha comunicado a su anfitriona que el domingo que viene le entregará su adorno de Navidad, ya que el mercadillo navideño no abre hasta el próximo fin de semana.
Después de comer, los elfos traen un montón de cajas que dejan en el salón, llenas de adornos navideños. Harry reconoce que mentiría si dijera que no siente un cosquilleo de excitación al sentirse parte de una actividad tan familiar. Parece que ha estado aquí toda la vida. Cuando vio a Narcisa por primera vez, nunca creyó que podía ser tan cariñosa. Y no tan solo con su hijo. Trata a Blaise y a Pansy como si lo fueran también. Hasta el propio Harry se siente un poco mimado por ella. Y no le desagrada.
—Harry siente curiosidad por saber cuáles son vuestros adornos —informa Draco al resto.
—Que lo adivine —propone Blaise—, será divertido.
Narcisa saca cuidadosamente cuatro adornos que están en una caja aparte: la piña, que es plateada, una campana dorada, un pequeño calcetín rojo como los que se cuelgan en la chimenea y un precioso ángel de porcelana. Deposita todos ellos con sumo cuidado sobre la mesita.
—Ayudaría bastante saber qué significa cada uno. A excepción de la piña, que ya sé que es de Draco.
Narcisa mira nuevamente a su hijo con sorpresa. Pero después se dirige a Harry para darle la explicación que ha pedido.
—La campana antiguamente era utilizada para ahuyentar a los malos espíritus, pero ahora es un símbolo de alegría —después señala al ángel—. Los ángeles son los mensajeros entre el cielo y la tierra y simbolizan el amor y la bondad. Y, por último, el calcetín rojo. ¿Conoces su historia? —Harry niega con la cabeza—. Entre las mágicas y generosas historias que se han ido contando a lo largo de los siglos sobre San Nicolás, Santa Claus o Papá Noel, hay una sobre la de un mísero hombre que decidió prostituir a sus tres hijas vírgenes para poderlas mantener.
“Sin dinero, no podía pagar la dote para que su primogénita se casara. Ante tanto dolor y pobreza, San Nicolás, bajo la luz de la luna, arrojó una bolsa de monedas de oro por la chimenea de la humilde casa. Días después, quiso ayudar nuevamente al anciano y arrojó por el hueco de la chimenea otra pequeña saca de monedas de oro, pero éstas cayeron dentro de unos calcetines rojos que se secaban con los rescoldos del fuego. Desde entonces, entre los niños, existe la tradición de dejar los calcetines en la chimenea para que Santa Claus deje en ellos sus regalos.”
—Es una bonita historia —dice Harry.
Después examina los tres objetos con la mirada y a continuación sus ojos se dirigen hacia Narcisa.
—Creo que el ángel es suyo, qué mejor amor y bondad que el de una madre.
Ella sonríe y asiente.
—El calcetín rojo es sin duda de Pansy —dice dirigiéndose a ella—. No te ofendas, pero por lo poco que te conozco, diría que te encantan los regalos y que desearías que cada día fuera Navidad solamente para recibirlos.
Ella hace un mohín, pero asiente.
—Por eliminación, la campana es tuya —concluye finalmente dirigiéndose a Blaise—. Aunque no sé exactamente por qué.
—¡Porque soy la alegría de la fiesta, Harry, por eso!
Bajo la dirección de Narcisa, el árbol queda espectacular. Harry se ha divertido como un niño y ha olvidado que lo ha hecho acompañado de personas que durante su época escolar no podía ver ni en pintura. A media tarde, en lugar de té, Narcisa prepara un delicioso chocolate caliente que sabe a gloria.
—Pues espera a probar el que hace el día de Navidad —dice Pansy—. Tomaría tazas y tazas si no temiera después no entrar en mis vestidos.
Harry deja escapar un inconsciente suspiro. Lástima que no va a estar aquí el día de Navidad…
Harry y Draco han quedado el sábado para ir al mercadillo navideño de Vaduz, instalado en la plaza del ayuntamiento, en el centro peatonal histórico de la ciudad. Está formado por casi 100 casetas de madera en las que se pueden encontrar todo tipo de adornos navideños, velas, artesanía, vino caliente, castañas asadas y galletas de Navidad. Los dos magos las recorren una por una en busca de la estrella de Harry. Hace bastante frío, así que hacen un alto para comprar castañas asadas y vino caliente especiado, que sirven en jarras desde unas grandes y humeantes tinajas de arcilla.
—Nunca había probado el vino caliente —admite Harry, saboreándolo—. Pero con este frío entra que ni se siente.
—Y que lo digas —Draco mira hacia el cielo encapotado—. Puede que hoy nieve…
Pero, a pesar de ese frío, ninguno de los dos tiene ninguna prisa. Se detienen en cada caseta, buscan, remiran, comentan y pasan a la siguiente. Draco no quiere que este rato que está pasando con Harry se acabe nunca. Pasean bastante pegados el uno al otro, por el frío y por la cantidad de gente que les hace apretujarse cada dos por tres para poder proseguir con su recorrido. Ahora Harry se comporta de una forma mucho más cercana y amigable que cuando llegó. Parece incluso feliz. Tal vez sea porque ha logrado solucionar sus problemas con esos dos remedos de auror a los que no le queda otro remedio que entrenar. Pero, en el fondo, Draco espera que no sea solamente por eso.
Finalmente, encuentran lo que buscan. Es una estrella dorada de cristal soplado, preciosa, y Harry se siente bastante ilusionado con ella.
—¿Me permites regalártela? —pregunta Draco.
Una de las mujeres de la caseta les mira con una gran sonrisa en el rostro y le comenta a su compañera, seguramente esperando que no la entiendan ya que Draco ha hablado en inglés:
—Das macht gutes Spiel, nicht wahr?[1]
El rubio se vuelve hacia ella y dice en un perfecto alemán:
—Ich bleibe mir[2].
Aunque sorprendida, ella le sigue sonriendo y pregunta:
—Ein Geschenk für Ihren Freund[3]?
Draco da la callada por respuesta, aunque lo único que consigue es que ella le guiñe un ojo, asumiendo que el guapo moreno que está a su lado es su pareja. Harry sigue con curiosidad, más que la conversación que no puede entender sin utilizar el pertinente hechizo, las sonrisitas y la expresión resabida de la mujer de la caseta. Y esa mirada de entendimiento que les dirige cuando se marchan.
—¿Qué decía esa mujer? —pregunta.
—Nada, parloteo de feriante —responde Draco, dando gracias a Merlín de que Harry no pueda entender el alemán—. Oye, ¿te apetece comer en casa?
—No quiero abusar, Draco…
El rubio mira al cielo de nuevo.
—Mira qué cara de tiempo se está poniendo. ¿Qué vas a hacer, comer solo en el hotel y pasarte toda la tarde aburrido mirando programas de televisión que no entiendes?
Eso ha hecho desde que ha llegado, ahora, a excepción de los domingos, piensa el auror. Aunque la propuesta no le desagrada. La perspectiva de pasarse el resto del día encerrado en el hotel no le atrae demasiado. En cambio, Draco le atrae cada día más.
—No seas tonto —insiste el rubio—. En casa tenemos un montón de cosas para entretenernos.
Harry, finalmente, se deja convencer. Con bastante facilidad.
[1] Qué buena pareja hacen, ¿verdad?
[2] Me la quedo.
[3] ¿Un regalo para tu novio?