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A mediados de la semana siguiente Harry está dispuesto a pedir una conexión flu con el Ministerio de Magia inglés en cuanto llegue al hotel. Siempre se ha considerado una persona paciente a la hora de enseñar. Los miembros del Ejército de Dumbledore pueden dar fe de ello. Y cualquiera de sus compañeros del Departamento de Aurores que en algún momento le haya pedido ayuda con algún hechizo o encantamiento difícil de realizar. Ha enseñado a conseguir su Patronus a más gente de la que puede recordar. Y nunca, jamás, en ningún momento, nadie le ha dicho que su forma de enseñar sea petulante. ¡Petulante! ¡Será cretino! Ha dado por terminado el entrenamiento de hoy mucho antes de lo previsto para evitar soltarle unas cuantas maldiciones a Egon y, de paso, seguir conservando su salud mental. Y en cuanto sale de la sala destinada al entrenamiento, los dientes del auror rechinan.

 

—¡Harryyy!

 

—Ahora no, Dietlinde —gruñe.

 

—Pero Harry…

 

—Querida, me temo que debo privarte de la compañía de Harry porque ha quedado conmigo.

 

Harry se da la vuelta tan de prisa que casi se echa encima de Draco. Nunca pensó que se alegraría tanto de verle.

 

—¿Un chocolate? —pregunta el rubio en voz baja para que Dietline no le oiga, a pesar de que ella lo intenta estirando la cabeza todo lo que puede.

 

El auror asiente y convoca su abrigo. Los dos caminan rápidamente por el pasillo que lleva al vestíbulo de la mansión, mientras Dietline les ve marchar con un mohín de decepción en el rostro. En cuanto salen al jardín, Harry pregunta:

 

—¿El mismo lugar de la última vez? —Draco asiente— Pues nos vemos allí —Y a continuación desaparece.

 

Esta vez Harry decide probar un Kleine Schoggi —70% de cacao con crema y azúcar confeti— y Draco un Nocciolatto —chocolate con crema de avellana.

 

—¿Mal día? —pregunta Draco una vez la camarera ha tomado nota de su pedido.

 

Harry deja escapar un suspiro de hastío y niega con la cabeza.

 

—De acuerdo, si es un secreto ministerial no hace falta que me lo cuentes.

 

—No te ofendas, Malfoy, pero no hablo de trabajo con civiles.

 

Draco alza una ceja irónicamente y Harry se pregunta si no habrá estado un poco borde.

 

—Creí que desde el pasado domingo habíamos decidido olvidar los apellidos —dice, sin embargo, Draco.

 

—Tienes razón —se apresura a rectificar Harry—. La fuerza de la costumbre, supongo…

 

Y mira que sigue guapo, el cabrón, piensa para sí. Las tres de la tarde y no tiene ni una sombra de barba en el rostro. Entran ganas de darle un bocado a esa puntiaguda barbilla…

 

—Harry, ¿me estás escuchando?

 

—¿Eh? Perdona, ¿decías?

 

—Que mi madre quiere saber si este domingo vendrás a comer —repite Draco frunciendo un poco el ceño—. Habrá venado. Nos lo ha traído Egmont Vogt. Por lo visto estuvo cazando el fin de semana pasado y abatió dos.

 

Ahora es Harry quien frunce el ceño. Seguro que un venado cazado por Vogt se le atraganta.

 

—Mi madre sabe prepararlo muy bien —sigue hablando Draco, un poco molesto por la poca atención que parece prestarle el otro—. Es una receta muy antigua de los Black… Oye, Potter, si te estoy aburriendo no tienes más que decirlo…

 

Harry le dedica una sonrisa descarada.

 

—Creí que habíamos decidido no utilizar los apellidos…

 

Draco deja escapar un suspiro de impotencia. Si este hombre sonriera más… En ese momento la camarera llega con sus chocolates. A la primera cucharada la expresión tensa de Harry se suaviza y a Draco hasta le parece oír un mmmm… de satisfacción. El auror ha cambiado mucho desde la última vez que le vio en Inglaterra. Para empezar, por aquel entonces ni siquiera era auror. Sin embargo, detrás de sus eternas gafas, sigue conservando esa mirada desafiante y determinada que ya tenía en la escuela. Pero cuando está relajado, como ahora, cuando todos sus rasgos se suavizan y olvida por un momento lo cabreado que está por tener que estar aquí, aflora el hombre atractivo e indudablemente seductor en el que se ha convertido. Seguramente, Draco se lo follaría hasta fundirle el cerebro si Harry también fuera gay… y no fuera Harry Potter.

 

—Nunca he probado el venado… —reconoce Harry, interrumpiendo el hilo de pensamientos de Draco.

 

No obstante, no está muy seguro de querer volver a la casa de campo de los Malfoy. Se siente un elemento extraño en el pequeño grupo que los Malfoy, Zabini y Parkinson han formado aquí. Tampoco entiende por qué están siendo tan amables con él. A excepción de Parkinson, por supuesto.

 

—Entonces, ¿le digo a mi madre que vendrás?

 

Harry alza la mirada de su copa y se lame los labios, limpiándolos de los restos de delicioso chocolate que la última cucharada ha dejado en ellos. Draco le maldice mentalmente por su ignorada provocación.

 

—Así que te dedicas a la importación y exportación de ingredientes para pociones…

 

Draco parpadea unos segundos, confundido por el inesperado cambio de conversación. A este hombre no hay por dónde cogerlo.

 

—Sí —responde, tratando de no demostrar su molestia—. La verdad es que la fauna y flora mágicas de Alemania, Suiza y Liechtenstein proporcionan una inagotable fuente de ingredientes para todo tipo de pociones. Algunos bastante raros y difíciles de encontrar. El bowtruckle, por ejemplo, solamente se encuentra al sur de Alemania y el graphorn es un animal que habita en las regiones montañosas de Europa; su cuerno, pulverizado, se utiliza en muchas pociones.

 

Harry asiente mientras engulle chocolate con verdadero deleite.

 

—Tengo gente que se dedica única y exclusivamente a conseguirme la materia prima de todo tipo de ingredientes. Desde aquí exporto a toda Europa —concluye Draco.

 

—¿Y Parkinson y Zabini trabajan contigo?

 

Draco asiente.

 

—Pansy se encarga de los recolectores de ingredientes —explica—. Hay que tener carácter para tratar con esa gente.

 

Por un momento, Harry se la imagina blandiendo amenazadoramente su varita hacia un pobre hombre que lleva un pesado saco cargado a su espalda.

 

—¿Y Zabini? —pregunta.

 

—Relaciones públicas, contactos y esas cosas…

 

Harry le echa una mirada decepcionada a su copa, ya vacía, y después la dirige hacia la ventana.

 

—Ya están instalando las luces de Navidad —dice.

 

Draco también dirige la mirada hacia la ventana. Los empleados de la empresa que ha contratado este año el ayuntamiento trabajan afanosamente para cumplir los plazos antes del encendido de luces de este año.

 

—El mercado navideño empieza el 24 de noviembre hasta el 23 de diciembre. Está bastante bien…

 

Harry deja escapar un suspiro.

 

—Espero estar en casa para esas fechas.

 

Draco no dice nada. Vuelve el rostro hacia la ventana de nuevo y se dedica a contemplar el ir y venir de la gente, que ahora ya va envuelta en gruesos abrigos, bufandas y gorros de lana.

 

—¿Qué le digo a mi madre? —pregunta sin apartar los ojos de la ventana. Él también puede ser disperso, si se lo propone.

 

Harry observa durante unos momentos el perfil del hombre sentado frente a él. Draco sostiene desmayadamente la cucharilla entre sus dedos, el Nocciolatto todavía a medias.

 

—Está bien, iré —decide finalmente el auror, aunque no sabe muy bien por qué accede esta segunda vez. Seguramente porque se siente solo y añorado de su patria, razona, y ansía relacionarse con gente que le resulta familiar, aunque sean sus ex compañeros de Slytherin.

 

Draco vuelve la mirada hacia él y le sonríe como si su decisión le complaciera mucho. Eso, piensa Harry, también es extraño.

 

 

 

Cuando Harry llega a la residencia de los Malfoy este domingo, también en el fabuloso y carísimo BMW de Draco, siente una inesperada calidez al entrar en la casa. En el vestíbulo, hay dos grandes ramos compuestos con ramas de pino, acebo y flores de pascua.

 

—En tu casa la Navidad llega pronto, ¿verdad?

 

—Solamente es la primera fase —responde Draco, acostumbrado al devaneo navideño de su madre, pero un poco sorprendido de que este año haya empezado tan pronto—. Si vienes la semana que viene, seguramente ya encontrarás el abeto en el salón.

 

—Pero si solamente estamos a 6 de noviembre…

 

Draco se encoge de hombros.

 

—A mi madre le encanta la Navidad.

 

El comedor también está precioso. En la chimenea arde un buen fuego y, sobre la repisa, hay colocadas dos pequeñas macetas de flores de Pascua y en el centro tres velas de diferente tamaño atadas con un lazo dorado. El mantel, de un blanco inmaculado con flores bordadas en un rosa muy pálido. Los platos, con la servilleta elegantemente doblada sobre cada uno de ellos. Las copas, cuyo fino cristal refulge al ser herido por la luz de la lámpara que cuelga sobre la mesa… Todo es perfecto. El recibimiento es tan amable y cordial —a excepción de Pansy—, como la semana anterior. Casi parece como si Harry hubiera comido cada domingo en casa de los Malfoy durante toda su vida.

 

—Espero que te guste la carne de venado —dice Narcisa—. Es una vieja receta de los Black, creo que de mi tía abuela Lucretia. El secreto está en marinar la carne con vino, vinagre y aceite y dejarla un par de días en la nevera antes de cocinarla. Claro que por aquel entonces los magos no utilizaban neveras. Creo que se guardaba la carne en una especie de despensa a la que se había aplicado un hechizo de enfriamiento…

 

Harry se pregunta si ha sido Narcisa en persona la que se ha metido en la cocina entre fuegos y ollas o simplemente ha dado las indicaciones pertinentes al elfo correspondiente. Por supuesto, no tiene ninguna intención de formular la pregunta en voz alta. No obstante, no le queda otra que alabar a la anfitriona porque la carne está buenísima. Durante toda la comida hay una conversación fluida entre todos los comensales. Mientras Draco, Blaise y Pansy hablan principalmente de problemas e incidentes de su negocio durante la semana, Narcisa mantiene una charla casi privada con Harry.

 

—Egmont es un hombre muy atento —le explica al auror refiriéndose a Vogt—. Viudo desde hace bastantes años. Siempre tiene el detalle de traernos alguna pieza cuando va de caza —Mira a su hijo, que ahora está enzarzado en una discusión con Blaise—. A Draco no le gusta —baja todavía más el tono de voz—. Dice que lo único que pretende es cortejarme…

 

—Usted es una mujer muy atractiva —alaba Harry, teniendo la prudencia de omitir el consabido para su edad.

 

Ella le sonríe, halagada.

 

—¿Y tú, Harry? —inquiere— ¿No hay nadie que ronde tu aguerrido corazón de auror?

 

Él niega con la cabeza, un poco cohibido. Hablar de su vida sentimental no es un terreno muy cómodo para él.

 

—La señorita Weasley es muy guapa. Supongo que la dejarías escapar por una buena razón… —tantea Narcisa en un tono distraído, preparándose el terreno para futuras indagaciones, pero tratando de no asustar al auror.

 

Nota como Harry frunce un poco el ceño —claramente la pregunta le incomoda—, pero se repone rápidamente y le da a su anfitriona una respuesta sencilla y concluyente:

 

—Diferencias irreconciliables, me temo.

 

—Sin embargo, seguís siendo amigos —apunta ella.

 

—Como amigos funcionamos bastante bien —afirma Harry.

 

La mano de Narcisa se posa suavemente sobre el antebrazo del joven mago.

 

—La falta de rencor es una cualidad muy apreciada —asegura con una sonrisa—. No todas las parejas son capaces de separarse y seguir manteniendo después una relación cordial —Después se dirige a Pansy, quien lleva unos minutos observándoles—. ¿Lo ves, Pansy? Te dije que Harry no era una persona rencorosa.

 

Así que por ahí iban los tiros, piensa el auror. A Parkinson le remuerde la conciencia por lo que hizo esa noche en el Gran Comedor. Se da cuenta de que ahora todos le están mirando, como si esperaran que confirmara las palabras de Narcisa. La verdad es que Harry no ha pensado en ese episodio en particular durante muchos años. En realidad, no suele pensar mucho en la guerra ni en todo lo que vivió antes y durante la misma. Prefiere no hacerlo. Al principio, cuando se reunían con los amigos, Herm, Ron y sus hermanos, Neville, Lee, Dean… todos se empeñaban en rememorar anécdotas y episodios de esa época tan nefasta. Cuando se dieron cuenta del poco interés que tenía Harry en esas conversaciones, dejaron de tenerlas en su presencia. Y que no quiera pensar en el conflicto mágico no quiere decir que haya olvidado. Harry no ha olvidado nada. Ahora Narcisa le ha puesto en un compromiso, intencionadamente o no, aunque se inclina por lo primero.

 

—Olvidado —dice, quizás más secamente de lo que pretendía.

 

Durante el resto de la comida, Harry apenas abre la boca, a pesar de que Narcisa no para de parlotear. Draco le ha dirigido a su madre una mirada reconvenida, pero ella la ha ignorado. Evidentemente, el auror se ha dado cuenta de la encerrona y no le ha sentado muy bien. Pero Narcisa ya estaba preparada para esta situación, así que después de comer, cuando pasan al salón para tomar el café, sienta a Harry en el sofá junto a ella, mientras los demás se distribuyen por los diferentes sillones de la estancia. Empieza a hablarle de la Navidad. De cómo le gusta decorar la casa, de cómo disfruta eligiendo y comprando un regalo para cada uno de sus seres queridos, de su receta especial de chocolate navideño…

 

—Me encantará añadirte a mi lista de regalos navideños —dice finalmente.

 

—Espero no estar aquí por Navidad —anhela Harry. Sólo faltaría que Kingsley le obligara a quedarse aquí también en esas fechas.

 

—Oh, qué lástima… ¿Y dónde la pasarás? —pregunta la bruja en tono decepcionado.

 

—En casa de los Weasley, como cada año.

 

Ella le sonríe y piensa: eso ya lo veremos…

 

 

 

 

Cuando el lunes Draco se acerca a ese sucedáneo de Ministerio que Schädler ha creado, va dispuesto a pedirle disculpas al auror por el comportamiento de su madre el día anterior. Bien, tal vez no sea exactamente una disculpa. Un Malfoy raramente se excusa. Va a invitarle a un chocolate. ¿Por qué? Porque Potter, Harry, le intriga. Y porque, ya que otra cosa no es posible, al menos se alegrará la vista. Sabe que no tiene ninguna posibilidad de nada con él, pero Draco se siente demasiado solo como para no buscar la compañía de un hombre que le resulta atrayente. En Liechtenstein no hay bares o clubs exclusivamente para gays, pero sí una política gay-friendly en la mayoría de sus bares y restaurantes. Sin embargo, la comunidad mágica no es tan ancha de miras como la comunidad muggle. Y Draco tiene una reputación que mantener como hombre de negocios.

 

Cuando llega a la mansión Schädler se encuentra con un pequeño revuelo. Intrigado, Draco se abre paso entre los escasos empleados del Ministerio, miembros de la familia Schädler y visitantes que se agolpan en la entrada de la sala destinada para el entrenamiento de los aurores. Al parecer, está teniendo lugar un duelo.

 

Potter está en el centro de la sala, quieto, con la varita en posición de ataque y una expresión de concentración que le da un aire imperturbable. La determinación que se lee en sus ojos es una seria advertencia de lo que su rival se va a encontrar si le provoca. O que ha encontrado ya. Egon está levantándose del suelo, jadeante y furioso. Se tambalea un poco antes de que sus pies se asienten con más o menos firmeza y alce también la varita. Su ropa está desgarrada por varios sitios y una roja línea muy fina atraviesa su mejilla izquierda de arriba abajo. El gigantón de Georg está en una esquina, algo pálido y nervioso. Y Vogt, con los brazos cruzados sobre el pecho y el semblante serio, contempla la escena sin ninguna intención de intervenir. Es consciente de que su sobrino ha acabado con la paciencia de Potter y ahora tiene que atenerse a las consecuencias.

 

—Egon, déjalo ya… —susurra Georg, dando un vacilante paso hacia él.

 

Pero Egon le aparta de un empujón, sin soltar la mirada de su oponente. Todavía no ha nacido hijo de madre que pueda humillarle. Ni siquiera este salvador del mundo mágico que tiene delante. No obstante, durante el minuto siguiente, seguramente el minuto más largo de su vida, Egon habría pedido clemencia, disculpas y todo lo que hubiera sido necesario, si hubiera podido hablar.

 

Draco observa cómo, con toda la parsimonia del mundo, Harry se acerca a su desmadejado oponente se inclina sobre él y murmura en un tono de voz más profundo de lo habitual, pero no lo suficientemente bajo como para que los espectadores no capten sus palabras:

 

—Y esto, cretino, es lo que cualquier auror corriente sería capaz de hacer si le atacara un mago oscuro.

 

A todos los presentes se les ha cortado la respiración pero a Draco, además, se le ha puesto dura. Ahora  mismo no sabe si, más que un chocolate caliente, lo que necesita es una ducha fría. Sin mirar atrás, Harry se abre paso entre los magos y brujas que se agolpan en la entrada de la sala, no de muy buen talante, y Draco sale disparado detrás de él.

 

—¡Potter! ¡Harry!

 

El auror se detiene, todavía con cara de pocos amigos, pero espera a que Draco llegue hasta él.

 

—Nada de chocolate hoy, Malfoy —espeta antes de que el otro pueda hablar—. Hoy vamos de cerveza para arriba.

 

Draco se limita a asentir y a seguir al auror hasta los jardines para poder aparecerse.

 

 

 

 

 

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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