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La Nueva Domus de
Livia
Como cada domingo, hay comida familiar en casa de Draco. Inevitablemente, la conversación versa sobre la velada del día anterior en la Mansión Schädler. Pansy cotillea a su antojo sobre todos los asistentes: quién iba con quién, la bruja que lució el mejor modelito y también la que necesitaba una urgente lección sobre moda, que en su opinión son casi todas; el que se pasó de copas y, el que hizo gala de los modales más pueblerinos; pero, sobre todo, Pansy disecciona a Dietlinde Schädler y le describe con todo detalle a su anfitriona su reacción ante la inesperada aparición de Ginny Weasley y su posterior acoso a Potter durante la cena.
—La verdad es que hubo un momento en que Potter hasta me dio pena —reconoce Pansy—. Y encima va éste —señala a Blaise con el tenedor— y le levanta la novia…
Narcisa Malfoy mira con aire de reproche al joven que sonríe satisfecho de sí mismo.
—Esa es una actitud muy libertina para el caballero que considero que eres, Blaise —le reconviene suavemente.
Pero él niega con la cabeza mientras sigue sonriendo.
—Lo sería si Ginny fuera realmente la novia de Potter, Narcisa.
—¿Qué? —exclama Pansy. ¿Cómo puede haberse perdido ella semejante alcahueteo?
Draco mira a su amigo con un repentino interés en una conversación que hasta ahora le ha tenido bastante aburrido. Tras unos segundos de silencio para crear expectación, Blaise desvela:
—Potter y Ginny no están prometidos. Fueron novios durante un tiempo en la escuela pero después lo dejaron.
—¿Entonces? —pregunta Pansy con curiosidad.
—Pues que Potter le ha pedido a Ginny el favor de hacerse pasar por su prometida para que Dietlinde, o cualquier otra, le dejen en paz.
—Parece que a Potter le dan miedo las mujeres… —ironiza Draco.
—Más bien las liechtensteinianas, diría yo —se ríe Blaise.
Los magos y brujas sentados a la mesa consideran a sus congéneres del pequeño Principado un poco anticuados y algo pueblerinos en comparación con los británicos.
—Y, Pansy, dame tu palabra de bruja que no le vas a ir con el cuento a Dietlinde —exige Blaise—. Le he dado la mía a Ginny de que esto quedaría entre nosotros.
A la joven no le sienta demasiado bien la exigencia de su amigo. Ginny Weasley nunca le ha caído bien. De hecho, ningún estudiante de Hogwarts le cayó bien a excepción de los de su propia Casa.
—Pues sí que ha conseguido sacarte cosas este fin de semana la mosquita muerta de Weasley, ¿no?
—No creo que mosquita muerta sea precisamente la palabra que la define —se burla Blaise—. Que yo sepa, antes de Potter, salió con Michael Corner, un Rawenclaw y después con Dean Thomas, Gryffindor como Potter.
—Eso que sepamos… —añade Draco, consciente de que la lista de conquistas de su promiscuo amigo es mucho más larga.
—Es una chica muy guapa —asegura Blaise—. Muchos en Slytherin estábamos colgados de ella. Tal vez si hubiera sido Ravenclaw, algunos nos hubiéramos atrevido…
Draco se ríe ante la declaración de su amigo.
—Di mejor que no os atrevisteis porque era la hermana de Weasley, que gastaba muy mala leche cuando se trataba de su hermanita, y que además era amiga de Potter…
Blaise hace un gesto desdeñoso con la mano y Pansy se ríe.
—Pues parece que uno de esos Slytherins sí lo consiguió —dice.
Narcisa extiende la mirada alrededor de la mesa y la posa sobre todos y cada uno de los miembros de su familia, sanguíneos o agregados.
—Tal vez deberíamos invitar al señor Potter a unirse a nosotros un domingo de estos —sugiere.
Draco mira a su madre con asombro. Si bien es cierto que a él también se le había pasado la idea por la cabeza, le sorprende un poco que Narcisa haya tomado tal iniciativa.
—Me parece bien —aprueba—. Aunque tenemos que estar preparados para una flagrante negativa.
—Estoy segura de que sabrás cómo convencerle —ironiza Pansy—. No te creas que no me di cuenta de cómo le mirabas ayer —después se dirige hacia Narcisa, bajando el tono de voz como si fuera a hacerle una confidencia—. En cuanto Potter se quitó la túnica, Draco se pasó la noche mirándole el trasero…
—¡Pansy!
¡Un día de estos le va a sellar los labios a esta cotilla!
o.o.o.O.o.o.o
Desesperado, Harry se pregunta qué habrá hecho en cualquier otra vida para merecer tantos castigos en ésta. Esperar que Georg y Egon entiendan los principios de Sigilo y Rastreo es casi como pretender que un troll de montaña se siente a tomar el té con la reina de Inglaterra. Hoy ha tenido que borrarles la memoria a tres muggles porque los inútiles aurores del Ministerio Mágico liechtensteiniano no son capaces de hacer un simple hechizo de ocultación para pasar desapercibidos. Y encima Vogt le mira como si toda la culpa fuera suya.
Cuando esta tarde llegan al Ministerio, también conocido como Mansión Schädler, Harry va dispuesto a tener una seria conversación con el Jefe de Aurores
—Mire, Vogt, no todo el mundo sirve para ser auror, o profesor, o periodista —intenta explicar Harry—. Estoy seguro de que Georg y Egon tienen muchas y buenas cualidades para un montón de cosas, pero no para ser aurores.
Vogt, que es un hombre de pocas palabras, de miradas largas e incómodas que suelen exasperar a Harry, en esta ocasión la desvía del auror inglés. Parece que ahora el incómodo es él.
—Soy muy consciente de las limitaciones de Georg y Egon, así como de las mías —reconoce—. Como soy consciente de la escasez de hombres jóvenes en nuestra pequeña comunidad. No podría sustituirlos aunque quisiera.
El Jefe de Aurores suspira pesadamente antes de continuar.
—No crea que este puesto me entusiasma, señor Potter. Como a usted, tampoco me enloquece estar aquí. Pero es lo que nos ha tocado y tendremos que intentar que todo esto salga adelante de la mejor manera posible.
Harry ya está lo suficientemente harto como para conformarse con “intentar que todo salga adelante de la mejor manera posible”.
—Siento ser así de claro, Jefe Vogt, pero se me ha pedido que pase un año entero en este país, con todo lo que ello significa para mi vida privada, con el fin de entrenar a sus aurores. No he venido a perder el tiempo. Y si sus hombres no son capaces de ejecutar un simple hechizo de encubrimiento, tal vez deba dedicarme a hacer turismo por lo que queda de año.
El Jefe de Aurores liechtensteiniano aprieta los labios y mira a Harry como si quisiera hacerle tragar cada una de sus palabras. Pero sabe que no puede.
—Hablaré con los chicos —dice secamente—. Le prometo que mañana prestarán más atención.
Harry asiente, a pesar de que sabe que tal cosa no sucederá. Puede que Georg sea un gran cazador de trolls, pero se mueve como un elefante en una cacharrería cada vez que idea algún entrenamiento en el que haya que actuar con sigilo. Egon no es más que un chulo de barrio dispuesto a soltar maldiciones por la varita a la menor provocación. No escucha, no aprende. Confunde los ejercicios de combate mágico con una pelea callejera. Si de Harry dependiera, Egon no llevaría varita.
—No vale la pena desesperarse por algo que no tiene solución, Potter.
Ensimismado en sus pensamientos, Harry no se ha dado cuenta de en qué momento ha llegado Malfoy. Se da la vuelta para encarar al rubio, que le sonríe con cierta condescendencia.
—¿Nunca te han dicho que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación, Malfoy?
Harry hace ademán de marcharse, pero Malfoy le detiene.
—En realidad, he venido a hablar contigo, Potter —Parece dudar unos segundos, pero después pregunta—: ¿Has probado el chocolate caliente que hacen aquí? —Harry, desconcertado, niega con la cabeza— Pues no puedes perderte una de las pocas cosas buenas que tiene este lugar.
Y antes de que Harry pueda rechazarle, Draco le toma del brazo y les aparece a ambos cerca de la catedral de San Florian. Justo en frente a la entrada de la neogótica construcción, ubicado en un singular edificio llamado Blaues Hous, se encuentra la Chocolaterie am Klosternplatz. Un poco sorprendido y también molesto porque se ha atrevido a aparecerle sin su permiso, Harry sigue a Malfoy hasta el interior del establecimiento. La decoración es moderna y agradable. Las paredes están pintadas de color beige y las mesas y el respaldo de las sillas son negras, mientras que los asientos, altos y mullidos, son de color naranja, así como los pufs que hay junto a las ventanas. En la pared del fondo hay una sucesión de ocho fotografías todos ellas con el chocolate como tema principal. Al otro lado está la tienda, el mostrador y estanterías y expositores llenos de todo tipo de chocolate en todas sus expresiones.
Harry sigue a Malfoy hasta una mesa junto a la ventana y se sientan.
—Te recomiendo un Swiss Premium: 70% de cacao con avellanas.
El auror ni se molesta en leer la carta —está en alemán y no puede utilizar la varita para ejecutar un hechizo traductor entre tanto muggle—, así que no le queda más remedio que fiarse de Malfoy.
—Está bien —acepta—, lo probaré.
Malfoy habla un perfecto alemán, por supuesto, y hace el pedido por los dos. Mientras esperan, Harry se distrae mirando por la ventana. Se siente incómodo pero no está dispuesto a demostrarlo. No sabe de qué hablar con Malfoy. ¿Del tiempo, como haría cualquier inglés que se precie de serlo?
—¿Sigues enfadado con el mundo?
Harry abandona su contemplación de la ventana y vuelve la mirada hacia el hombre sentado frente a él.
—No estoy enfadado —miente.
Malfoy asiente, aunque su expresión denota que no le cree.
—Esto no es Inglaterra —afirma—. Aquí funcionan de otra manera. Hay que tener paciencia.
—¿Cuánto llevas aquí? —pregunta Harry.
—Siete años.
Y antes de que pueda preguntarle a Malfoy cómo ha podido aguantar siete años en este puto lugar, llega la camarera con el Swiss Supreme de Harry y un Chocolati —chocolate con canela, clavo y almendra amarga— para Draco. La presentación es tan esmerada que a Harry se le hace la boca agua de solo mirar su rebosante copa. Hunde la larga cucharilla en ella y saborea el primer bocado.
—Esto está… —trata de buscar una palabra que exprese la orgásmica explosión de chocolate en su boca—… de muerte…
Draco sonríe.
—El chocolate mejora el estado de ánimo —explica—. Por lo visto estimula la actividad neuronal en las regiones del cerebro relacionadas con el placer y la recompensa.
—¿Por esto me has traído aquí? —se burla Harry— Te advierto que mi estado de ánimo solamente mejorará cuando regrese a Inglaterra.
Draco degusta su Nocciolatto despacio mientras observa cómo al auror le va cambiando la expresión enfurruñada del rostro por otra mucho más suave a medida que vacía su copa de chocolate. Cuando termina, deja escapar un suspiro de satisfacción. Draco todavía tiene su copa por la mitad.
—¿Hoy no te han dado de comer? —se burla sin demasiada inquina—. Si lo sé te llevo a cenar en lugar de a merendar…
Harry, por un momento, se siente abochornado por haberse zampado el Swiss casi en dos bocados. Pero después manda mentalmente a la mierda a Malfoy y se queda tan tranquilo.
—Escucha, hablando de comidas…
Parece que Malfoy no está muy seguro de lo que va a decir y a Harry le choca un poco su vacilación.
—Solemos celebrar una comida en casa con los chicos cada domingo. Me preguntaba si te gustaría acompañarnos alguna vez.
Más que sorprendido, atónito, Harry observa con detenimiento al otro mago. ¿Lo está diciendo en serio? Ante su falta de respuesta, Draco insiste.
—No sé, he pensado que a lo mejor apreciarías una comida casera de vez en cuando para variar de tanta comida de hotel…
—Bueno, no sé…
Draco piensa que Harry parece un poco atrapado, como si deseara decir que no, muchas gracias, pero lo de la comida casera fuera un punto difícil de rechazar.
—Ya no estamos en la escuela, Potter —le recuerda—. Puede que Pansy parezca un poco arisca cuando no se la conoce bien, pero es buena chica —Después sonríe—. Y Blaise confraterniza con todo el mundo, sin importarle la Casa en la que haya estado.
Harry se muerde la lengua para no soltar lo que piensa de la “confraternización” de Blaise con Ginny.
—Supongo que lo sabes —masculla entre dientes.
—¿Que tú y Weasley no sois novios? —Draco sonríe todavía más ampliamente—. No te preocupes, Potter, tu secreto está a salvo.
La mirada de Harry demuestra que no está muy convencido de que sea así. Después la desvía hacia la ventana, apartándola de la de Draco. No sabe qué decir. Aunque no le apetece nada una comida con sus ex compañeros de escuela, sabe que sería bastante maleducado por su parte rechazar la invitación. Malfoy tiene razón en algo, ya no están en la escuela. Se supone que ahora son adultos y han madurado. Además, Malfoy y sus amigos son los únicos con los que puede hablar en inglés sin necesidad de un maldito hechizo traductor.
—Supongo que estaría bien poder salir de la rutina de la comida de hotel —dice por fin.
Draco intenta no denotar lo satisfecho que se siente ahora mismo.
—¿El domingo, entonces? —pregunta. Harry asiente—. Vendré a buscarte a tu hotel sobre las once y media, ¿te parece bien?
—De acuerdo.
Harry se ha pasado el resto de la semana intentando espabilar a Georg y refrenar a Egon. Al Jefe de Auores Vogt no le ha visto el pelo. Harry no sabe si es a causa de la conversación que mantuvieron a principios de semana. Pues bien, si se ha ofendido, que le jodan. Bastante jodido está él ya. Y si Shackleboolt quería diplomacia, haber enviado a un diplomático, no a un auror. ¡Qué le jodan a él también!
Ver aparecer a Malfoy el domingo por la mañana en el hall del hotel le produce un extraño sentimiento de familiaridad. La perspectiva de comer con él y sus amigos se le antoja incluso apetecible después de la semana que ha tenido. Podrá soltar más de una frase seguida sin tener que esperar que el hechizo la traduzca antes de poder soltar la siguiente. No sabía muy bien qué ponerse para la ocasión y se alegra de haber optado por unos pantalones de vestir negros, una camisa blanca y un cárdigan bastante grueso de lana gris con cenefas blancas, porque Malfoy, como esperaba, va de punta en blanco. Ha pedido consejo al señor Sonnenhof, el dueño del hotel, sobre qué vino podía comprar para llevar a su anfitrión y quedar bien. Le ha recomendado un vino suizo de nombre impronunciable, al menos para él: Clos du Château Pinot Noir Merlot. El señor Sonnenhof le ha regalado dos botellas de su propia bodega, a pesar de que Harry ha insistido en pagárselas.
La primera sorpresa que se lleva el auror esta mañana es que en lugar de aparecerlos, Malfoy le lleva hasta un BMW 640 Coupé gris plateado aparcado delante del hotel.
—Vaya —musita—… ¿tú conduces?
—No, Potter, encojo el coche y lo paseo en mi bolsillo.
Gilipollas…, piensa Harry y entra en el coche sin hacer ningún otro comentario. El interior huele a cuero, a nuevo. O Malfoy acaba de comprarlo o no lo saca mucho del garaje. Al poco rato nota que el asiento, que es muy confortable, incluso tiene calefacción porque se le está calentando el culo. Sin embargo, se abstiene de decir nada. Pasa de que Malfoy le suelte otra burla. Finalmente, se relaja y se dedica a contemplar el paisaje. Al principio no las tenía todas consigo, pero tiene que reconocer que Malfoy conduce bien. Han salido de la ciudad y se dirigen a las afueras por la carretera de Schaan. A los pocos kilómetros Malfoy toma un desvío y entran en una carretera rural bastante estrecha. Casi al final, a mano derecha, hay un camino privado con un cartel que anuncia: Pinienhaus[1].
La segunda sorpresa para Harry es que Malfoy no vive en una mansión sino en una preciosa casa de campo. Parece grande, pero no enorme. Los terrenos alrededor de la casa están llenos de pinos. Malfoy aparca el coche en la entrada y cuando bajan, Harry se da cuenta de la paz que se respira en este lugar. La tercera sorpresa le aguarda cuando entran en la casa…
—Bienvenido, señor Potter. Me alegro mucho de que aceptara nuestra invitación.
Narcisa Malfoy, enfundada en un traje chaqueta azul marino que le sienta como un guante, le sonríe a Harry mientras extiende la mano hacia él. Aturdido, Harry se la estrecha y después mira a Draco con mal disimulado reproche.
—Permítame su abrigo, señor Potter.
A pesar de todo, parece que los Malfoy no han renunciado a los sirvientes, piensa Harry mientras se quita el abrigo. Pero antes de entregárselo al elfo doméstico saca del bolsillo las botellas encogidas de Clos du Château Pinot Noir Merlot y las devuelve a su tamaño natural.
—Si hubiera sabido que usted estaba aquí, habría traído también flores… —se excusa un poco incómodo mientras entrega el vino a Draco.
Narcisa le sonríe y le toma del brazo para dirigirle hacia el comedor. Draco camina tras ellos con las dos botellas en la mano.
—Señor Potter…, ¿puedo llamarte Harry?
—Por favor…
—Harry, disfrutaré mucho más de una buena copa de vino que de un ramo de flores, créeme.
En el comedor, sentados a la mesa, ya están Blaise y Pansy. Harry tiene la impresión de que ella no se siente muy contenta de que él se encuentre hoy aquí. Sin embargo, Blaise le dedica una amable sonrisa de bienvenida.
—Siéntate, por favor.
Narcisa le indica la silla que está junto a Blaise y Harry toma asiento, un poco menos intimidado por la hostilidad de Pansy que por la amabilidad de los otros tres.
—Hoy en tu honor tenemos Sunday Roast —explica Narcisa—. Pero como no sabía cuál era tu carne favorita, le he dicho a Pinky que asara cerdo, ternera y cordero.
Sobre la mesa aparecen tres fuentes con las carnes que su anfitriona ha mencionado. Y también patatas asadas, yorkshire pudding[2], salchichas, verduras y dos salseras a rebosar de una espesa salsa gravy[3]. El olor que desprenden todas las viandas es delicioso y Harry no puede evitar que se le haga la boca agua.
—Me temo que voy a probar un poco de todas —confiesa el auror—. No podría decidirme por ninguna de las tres…
Narcisa parece satisfecha con su respuesta y asiente. A continuación levita la fuente de cordero hacia él para que se sirva.
—Y dime, Harry, ¿qué te parece Liechtenstein? —pregunta mientras ella misma se sirve de la fuente de ternera—. Demasiado tranquilo comparado con Inglaterra, imagino.
—Sí —reconoce Harry—, aquí la vida es muy diferente.
—Y la comunidad mágica muy pequeña —añade Narcisa—. No entiendo por qué se han enredado en crear un Ministerio de Magia cuando el suizo cumplía sus funciones perfectamente.
—Todos sabemos el porqué —interviene Blaise—. Desde que tienen el dinero de medio mundo mágico en su banco, se les han subido los humos a la cabeza.
Draco, que hasta el momento no ha hablado pero tampoco ha perdido de vista el más mínimo gesto o expresión de su invitado, interviene:
—Supongo que tienen a nuestro Ministro bien agarrado por sus partes nobles…
—Disculpa que no te responda, pero no puedo hablar de temas ministeriales —contesta Harry, un poco incómodo.
—No hace falta. Es más que evidente por qué estás aquí —afirma Draco—. Considero que es un poco vergonzoso que el Ministerio británico te utilice como moneda de cambio, Potter.
Y aunque Harry está completamente de acuerdo con él, seguramente por primera vez en su vida, no tiene más remedio que decir:
—Soy un funcionario, Malfoy, voy donde me envían.
—Por Merlín, dejemos los apellidos —interviene Narcisa, conciliadora—. Somos una pequeña familia, ¿no es así?
Tal vez es por la expresión interrogativa de Harry que la bruja añade:
—Quiero decir que todos somos ingleses en un país extranjero, podemos dejarnos de formalidades.
Y aquí es cuando Harry aprovecha para lanzar la pregunta que le ha estado rondando por la cabeza y hasta ahora no ha tenido una ocasión clara en la que poder formularla.
—Si no le molesta que pregunte, Narcisa, siento curiosidad por saber cómo han venido ustedes a parar aquí.
Ella se toma su tiempo antes de responder, como si estuviera buscando la mejor manera de enfocar la explicación que va a darle.
—Unos meses después de terminar la guerra, mi marido y yo nos divorciamos —descubre ante un atónito Harry—. Mi hijo y yo nos trasladamos aquí porque tanto en Liechtenstein, como en Suiza y Alemania, hay un buen mercado para la compra-venta de ingredientes para pociones, que es a lo que Draco se dedica.
—Con tu inestimable ayuda, madre.
Draco le sonríe a Narcisa con innegable cariño, piensa Harry. Cuando estaban en la escuela, el auror siempre había pensado que Malfoy era un consentido de su madre. Ella le enviaba dulces y pasteles casi a diario. Y no hay que olvidar que traicionó al mismísimo Lord Voldemort por amor a su hijo. Harry se pregunta qué tanto de la condición de mortífago de Lucius y los sinsabores que la guerra trajo a la familia habrían tenido que ver en el divorcio de los Malfoy.
—En cuanto a mis queridos amigos —continúa explicando Draco—, rescaté a Blaise de su disoluta vida, cuando se dedicaba a dilapidar su herencia, y Pansy se instaló aquí huyendo de un matrimonio concertado por sus padres con un mago sesentón.
Pansy le dirige una mirada asesina a su amigo, pero sigue sin abrir la boca para otra cosa que no sea comer.
—Y a ti, Harry, ¿cómo te ha tratado la vida estos últimos años? —pregunta Narcisa.
—Bien, supongo —Aunque hace un par de meses estaba mucho más feliz con su vida.
Los comensales se quedan esperando a que añada algo más, pero Harry no lo hace.
—Por cierto, Harry, ¿volverá tu novia en algún momento por aquí? —pregunta Blaise—. Sería interesante que lo hiciera, más que nada, para desilusionar a Dietlinde.
El auror le dirige una mirada que deja poco que decir sobre lo que piensa con respecto a su affaire con Ginny Weasley. A veces Blaise está mucho más guapo callado, piensa Narcisa. Puede que ahora ella no sea su novia, pero es indudable que Harry todavía la quiere lo suficiente como para no dejarla en manos de un mujeriego como Blaise.
—Ginny es jugadora profesional de Quidditch. Difícilmente tendrá otro fin de semana libre —responde el auror secamente.
Por unos momentos se respira algo de tensión en el ambiente. Draco recrimina a Blaise con la mirada su poco afortunada intervención mientras Pansy le dirige una mueca burlona.
—Dietlinde puede ser un poco obsesiva —interviene inmediatamente Narcisa para aligerar el ambiente—. Al principio de vivir aquí, persiguió a Draco hasta volverle loco, ¿verdad, cariño?
Draco desvía la mirada de Blaise y la posa nuevamente sobre Harry.
—Es cierto —confirma—. Yo le dije que Pansy era mi novia, aunque creo que nunca acabó creyéndoselo del todo…
A partir de este momento la conversación fluye ligera y agradablemente. Le preguntan a Harry sobre algunos conocidos en Inglaterra y él intenta responder lo mejor que puede. También les cuenta algunos chismes que se oyen por los pasillos del Ministerio que no comprometen a nada y que en cambio hacen reír al resto de comensales. Todos, a excepción de Pansy, alaban el vino que Harry ha traído y su buen maridaje con la comida de hoy. Después se trasladan al salón de la casa para tomar café y seguir con la charla trivial e intrascendente en la que todos parecen sentirse cómodos, especialmente Harry. En el salón hay una gran chimenea que caldea la habitación. Al igual que el comedor, es una estancia muy agradable, cálida y confortable. La decoración no es excesiva, aunque se aprecia que tanto los muebles como el resto de elementos decorativos no están al alcance de cualquiera. Harry tiene que reconocer que le gusta el ambiente que los Malfoy han conseguido crear en esta casa, lejos de la frialdad que se respiraba en la mansión de Wiltshire. Claro que él no la visitó en el mejor momento de su vida… Se pregunta si Lucius Malfoy seguirá viviendo allí. Seguramente que sí.
Aunque su anfitriona insiste en que se quede, Harry decide marcharse antes de la hora del té. No lo hace porque no haya logrado sentirse cómodo —y realmente no sabría decir en qué momento ha logrado tal comodidad—, sino más bien porque todavía no sabe qué pinta en esta casa teniendo en cuenta quién es él y quiénes son los otros. No puede evitar sentirse un poco intruso, a pesar de todo. La pequeña familia en la que tanto insiste Narcisa difícilmente puede incluirle a él. Rechaza amablemente el ofrecimiento de Draco de llevarle de vuelta al hotel en coche a favor de aparecerse directamente en su habitación. No le ha costado mucho desbaratar las protecciones que impiden que un huésped pueda desaparecer sin satisfacer la cuenta. Esta gente ni siquiera sabe hacer buenas barreras anti aparición.
[1] La Casa de los Pinos
[2] Como un vol-au-vent vacío.
[3] Hecha con cebolla y el jugo de la carne.