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Octubre ha llegado a su fin y ahora las montañas que rodean Vaduz están cubiertas de nieve, aunque en la ciudad todavía no ha nevado. Harry lleva ya un mes y poco en Liechtenstein. Le faltan menos de once para regresar a casa. Ya conoce bastante bien la zona así que antes de irse al hotel a cenar, se dirige al John Long Bar uno de los bares más antiguos y también más famosos de Liechtenstein, en el que los lugareños se reúnen para tomar una copa. Lugareños muggles que le ignoran y le dejan tomarse su cerveza en paz. Además, el bar en cuestión se encuentra en Shaan, la ciudad más poblada del pequeño Principado, por tanto más anónima, que limita al sur con Vaduz, la capital. Y es mientras se está tomando esta deseada cerveza a lo largo de todo el día, que Harry se lleva una inesperada sorpresa.

 

Como cada tarde desde hace una semana, Harry está sentado en uno de los taburetes de la larga barra del bar, cuando el que está a su lado derecho queda libre y es ocupado inmediatamente por una mujer. No le preocupa demasiado. Por el rabillo del ojo ha comprobado que es morena, por lo tanto no pueden ser ni Carola ni Dietlinde, ambas rubias. Puede seguir tomándose su cerveza tranquilamente. O eso piensa.

 

—Había oído que andabas por aquí, Potter. Aunque me resultaba difícil de creer.

 

A Harry por poco se le cae la cerveza de la mano, pero consigue mantener la compostura a tiempo.

 

—Más raro es verte a ti en este lugar del mundo, Parkinson.

 

—No creas, Potter. El Principado de Liechtenstein es uno de los países más ricos de Europa. Se vive bien aquí.

 

—Por supuesto —masculla Harry. Vacía su jarra de cerveza y se levanta del taburete para marcharse.

 

—¿Ya te vas, Potter?

 

—El ambiente de este bar se ha enrarecido en los últimos minutos —responde Harry.

 

Y abandona el John Long Bar lamentando tener que buscar un nuevo lugar donde tomarse su cerveza vespertina.

 

 

 

A la semana siguiente Harry había encontrado el Black Pearl Bar, también en Schaan. Sin embargo, el ambiente no le gusta tanto como el del John Long Bar. Aquí la gente es mucho más joven y más juerguista. Y no es que no se sienta cómodo entre gente de su edad, pero su humor sigue siendo demasiado negro como para juergas. Se dice a sí mismo que tendrá que encontrar otro lugar un poco más tranquilo que le permita oír sus propios pensamientos. Aunque éstos sean deprimentes.

 

Un alborozado grupo se acerca a la barra, prácticamente echándosele encima, y Harry se vuelve molesto, dispuesto a utilizar el hechizo de traducción simultánea —aunque sabe que sonaría un poco raro para los muggles— y decirles cuatro cosas a los maleducados que casi le aplastan.

 

—¡Pero mira a quien tenemos aquí!

 

El que ha hablado es un joven de color, alto y espigado, que inevitablemente destaca como una mosca en la leche entre tanta piel blanca y sonrosada y cabellos rubios. Harry sabe inmediatamente que le conoce. Está prácticamente seguro que iba a su mismo curso en Hogwarts, pero no recuerda su nombre.

 

—No te estrujes más el cerebro, Potter —se ríe el joven logrando situarse a su lado en la barra—. Blaise Zabini, Slytherin de tu curso.

 

Harry asiente y después mira su cerveza pensando que, definitivamente, tiene que buscar un nuevo bar. De todas formas, éste tampoco le gustaba mucho.

 

—Te encontraste con Pans el otro día, ¿verdad? —sigue hablando Zabini, como si fueran amigos de toda la vida—. Habíamos oído que estabas aquí por algo del Ministerio. ¡Y resulta que es verdad! —se ríe de nuevo, como si le hiciera mucha gracia.

 

A Harry le gustaría poder marcharse en este mismo momento, pero la cantidad de gente apelotonada detrás de él, la mayoría del grupo de Zabini, se lo impide.

 

—No te sorprendas —dice Blaise—. Nuestra comunidad aquí es muy pequeña y todo se sabe. Como por ejemplo que Dietlinde Schädler te ha echado el ojo, ¿eh? —le da a Harry un codazo amistoso y el auror le taladra con la mirada—. Ándate con cuidado si no quieres acabar en el altar antes de que hayas podido darte cuenta de lo que está pasando.

 

—Eso no sucederá —asegura Harry secamente—. Tengo a mi novia en Inglaterra.

 

—¿Y lo sabe Dietlinde? —Harry niega con la cabeza—. Pues yo, si fuera tú, se lo haría saber cuanto antes.

 

Entonces Zabini le da unos golpecitos en la espalda y Harry le mira atónito por el gesto.

 

—Bueno, tío, un placer verte. Seguramente volveremos a encontrarnos por ahí —se despide.

 

Harry observa cómo Zabini se pierde entre el gentío y decide que ya es hora de que él también se pierda hacia el hotel.

 

 

 

Después de aquel encuentro con Zabini, Harry no ha parado hasta conseguir hablar con Ginny Weasley, que es jugadora de las Holyhead Harpies y entre partidos y entrenamientos, bastante difícil de localizar. Le ha suplicado, casi de rodillas, que tome un traslador hasta Vaduz y asista al baile con él. Que podrá pedirle lo que quiera si le hace este gran favor.

 

—¿Lo que quiera, Harry? —pregunta ella en tono juguetón.

 

—Si estás pensando en sexo, olvídalo, Ginny.

 

Ella hace un mohín, pero accede a viajar hasta Vaduz. Ya pensará otra forma de cobrarle a Harry el favor.

 

 

 

Bergem Schädler ha tirado la casa por la ventana. Es el primer evento que celebra el Ministerio de Magia liechtensteiniano, al que asistirá prácticamente toda la comunidad mágica del pequeño Principado, y quiere que esté a la altura de los celebrados en cualquier otro Ministerio de Magia europeo. Especialmente del británico, teniendo en cuenta en honor de quién se celebra dicho evento. Aunque está por jurar que a Harry Potter no le ha hecho ninguna gracia tal honor. La verdad es que, si se lo piensa bien, en el fondo le parece un poco excesivo tanto gasto, tanto despliegue y sabe que, una vez más, se ha dejado llevar por su mujer, por su hija  y por su nieta. Especialmente por su  nieta.

 

Como buen anfitrión, Schädler espera en el vestíbulo de su mansión junto a su esposa Frieda y a su nieta Dietlinde para dar la bienvenida a todos sus invitados. Los elfos domésticos van recogiendo abrigos y capas a medida que éstos van llegando. Con excepción de los miembros del Ministerio y la familia del Ministro, nadie conoce todavía al Salvador del mundo mágico, así que lo primero que todos preguntan es si Potter ha llegado ya porque tienen mucha curiosidad por saber cómo es en persona. Además, ha corrido el rumor de que el apuesto auror británico bebe los vientos por la nieta del Ministro.

 

Potter se hace esperar un poco, suscitando la impaciencia de brujas jóvenes y no tan jóvenes. Sin embargo, cuando por fin se aparece en la entrada de la Mansión Schädler, no lo hace solo. Le acompaña una guapa pelirroja de larga melena enfundada en un espectacular vestido de noche, que va colgada de su brazo como si fuera la dueña y señora del atractivo auror.

 

—¿Quién es esa mujer? ¿Quién es esa mujer?

 

Hay un punto de histerismo en la voz de Dietlinde, que tira sin compasión de la manga de la túnica de gala de su abuelo, alterada ante la inesperada aparición de la pelirroja. Bergem le ruega compostura y que recuerde sus modales antes de que la pareja llegue hasta ellos.

 

—Buenas noches, Ministro —saluda Harry—, señora Schädler, Dietlinde. Permítanme presentarles a mi prometida, Ginebra Weasley. Ha venido a visitarme este fin de semana y espero que no les importe que me haya acompañado, ya que me ha sido imposible avisarles con más tiempo.

 

—Bienvenida señorita Weasley —caballerosamente, el Ministro besa la mano de Ginny—. Será un honor que usted nos acompañe también esta noche.

 

—El honor es conocerle a usted y a su encantadora familia —dice Ginny con la mejor de sus sonrisas—. Harry me ha hablado de lo bien que le han recibido y la fiesta de esta noche es un gran detalle por su parte.

 

Harry se siente orgulloso de Ginny. Sabía que podía confiar en el buen hacer de su ex novia. Las caras de Dietlinde y su abuela no tienen precio. Si las miradas fueran dagas, Ginny estaría muerta desde que se han aparecido en la Mansión Schädler. A partir de ese momento se suceden las presentaciones y un interminable estrechar de manos.

 

—Bueno, Potter, parece que decidiste seguir mi consejo.

 

Un sonriente Blaise Zabini besa la mano de Ginny con gran ceremonial,  mientras Pansy Parkinson se limita a fruncir los labios con una pequeña mueca de hastío. Ginny mira a Harry sorprendida. Su ex no le ha mencionado nada sobre la inesperada presencia de dos Slytherins como Zabini y Parkinson en Liechtenstein.

 

—Una imagen vale más que mil palabras —argumenta Harry dirigiéndose a Blaise—. Parkinson… —saluda después.

 

—Vaya, Weasley, parece que has conseguido enervar a la zorrita de Dietlinde —ironiza Pansy—. Yo de ti haría algún hechizo detector de venenos sobre bebida y comida antes de tomarlos, por si acaso.

 

—No creo que Weasley tenga de qué preocuparse, Pans. Va del brazo de la élite del mundo mágico…

 

Antes de volverse, Harry ya sabe a quién va a encontrar a sus espaldas. Tal vez la voz suene más madura, pero sigue arrastrándola igual que en la escuela.

 

—Parece que no hay dos sin tres, ¿verdad, Malfoy?

 

Embutido en una elegante túnica de gala negra, camisa inmaculadamente blanca adornada con una pajarita también negra, Draco Malfoy le sonríe sosteniendo con indolencia una copa de vino entre sus largos y pálidos dedos.

 

—¿A quién cabreaste, Potter, para que te mandaran a este rincón de mundo? —pregunta con sarcasmo.

 

—¿A quién cabreaste tú? —pregunta a su vez Harry en igual tono.

 

Draco se encoge desmayadamente de hombros y da un sorbo a su copa de vino, evitando responder porque el Ministro de Magia se está acercando a su pequeño grupo acompañado del Jefe de Aurores Vogt.

 

—Veo que ya conoce a las más recientes incorporaciones a nuestra pequeña comunidad —dice Schädler dirigiéndose a Harry—. Era una pequeña sorpresa que le tenía preparada —sonríe el Ministro—. No se sentirá tan solo con unos cuantos compatriotas con los que charlar, ¿verdad?

 

—No tengo palabras —responde Harry en un tono mucho menos agradecido del que el Ministro esperaba.

 

Schädler no puede por menos que pensar que Potter es un hombre difícil de contentar. Tal vez tenga algo que ver con todo eso de ser un héroe, la presión y esas cosas… Pero se pregunta por qué a su novia parece que esté a punto de darle un ataque de risa. Los otros tres también están conteniendo una sonrisa, a su parecer, más burlona que otra cosa. Definitivamente, los ingleses son raros.

 

Después de la cena, durante la cual el que haya distribuido los asientos ha tenido la descalabrada idea de sentar a Dietlinde a su lado y a los tres Slytherins delante, lo único que Harry desea es volver al hotel para que le dejen en paz. La nieta del Ministro le ha hecho un concienzudo interrogatorio sobre su relación con Ginny, en el que solamente le ha faltado preguntar cuál es su postura favorita para follar. Sorprendentemente, ha sido Parkinson quien le ha dado algún respiro de vez en cuando, metiéndose ingeniosamente con Dietlinde. Harry está seguro de que no ha sido para ayudarle a él, sino porque, descaradamente, la hija del Ministro no le cae bien. Zabini se ha pasado la cena charlando con Ginny como si en la escuela hubieran sido íntimos. Malfoy apenas ha abierto la boca. La mayor parte del tiempo se lo ha pasado observándole, incomodándole con esa penetrante mirada gris que parecía querer leerle hasta el más íntimo pensamiento. Está guapo, el cabrón. Muy guapo. Harry se pregunta si no sería buena idea desviar la atención de Dietlinde hacia él. Así se la sacaría definitivamente de encima, ya que parece que la presencia de Ginny ha desinflado sus aspiraciones solo momentáneamente.

 

Harry jamás ha sido un gran bailarín y había pensado escabullirse de tener que danzar en el amplio salón de la Mansión Schädler manteniendo a Ginny a su lado como excusa. Sin embargo, la traidora de su ex novia, y a estas alturas de la noche pronto ex amiga, no ha dudado ni un momento en largarse a bailar con todo el que la ha invitado, aunque todos han tenido el detalle de pedirle permiso a él primero. No ha podido negarse, claro está. Y es que esta noche Ginny está radiante. Y sin su salvaguarda, a él le ha tocado bailar con cuanta bruja se lo ha insinuado —las más prudentes—, o sencillamente le ha arrastrado a la pista de baile sin más contemplaciones —como Dietlinde o Carola.

 

—Yo también te sacaría a bailar, Potter, pero aprecio demasiado a mis zapatos —se burla Malfoy cuando Harry intenta medio esconderse en la mesa de bebidas.

 

Harry está tan cansado y tan harto que ni siquiera se plantea responder a la pulla. Le pide al elfo doméstico que está sirviendo las bebidas un whisky de fuego e intenta localizar a Ginny entre el gentío de magos y brujas desperdigados por todo el salón. Quiere irse al hotel ¡ya!

 

—Creo que tu novia está bailando otra vez con Blaise —le informa Malfoy—. Yo de ti no la perdería de vista, Potter. Donde Blaise pone el ojo, pone la polla…

 

Esta vez Harry sí se vuelve hacia su ex compañero de escuela.

 

—Te agradecería que te abstuvieras de hacer comentarios soeces —mira al rubio de arriba abajo—. Tan elegante y tan ordinario…

 

—Así que crees que soy elegante, ¿eh, Potter? —sonríe Draco, al parecer sin sentirse ofendido por las palabras de Harry.

 

El auror suspira pesadamente.

 

—¿Eso es todo lo que has oído? —pregunta.

 

Malfoy se limita a sonreírle y, después de dejar su copa vacía sobre la mesa, se marcha.

 

 

 

Esa misma noche Ginny le había cobrado el favor. Había tenido la decencia de aparecerse con él en la zona privada de apariciones del hotel, pero luego le había dicho que, si no le importaba, le había salido un plan. Y como sabía que ese plan no iba a parecerle bien, le rogaba que se lo tomara como el favor que le debía. Y que ahora era el momento de servirle de tapadera a ella. Así que Harry se había pasado el fin de semana encerrado en la habitación del hotel para que todo el mundo pensara que estaba aprovechando el tiempo con su novia, cuando en realidad ella estaba aprovechando el tiempo con Zabini, maldito fuera. Harry no ha podido sentirse más gilipollas…

 

 

 

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LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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