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El Íncubo Travieso
by Livia

El primero en entrar es ese auror de color, rapado y con las orejas llenas de aros que sostiene la puerta abierta para sus otros compañeros: el moreno de la enorme nariz, la mujer de rostro engañosamente angelical y, finalmente, el hombre fornido de pelo corto y rubio. Draco pensó, desde que se presentaron en su casa por primera vez, que era el jefe del grupo. Y parece demostrarlo que el de los aros en las orejas aparte una silla para que se siente. Sin embargo, Draco tiene la impresión de que no lo hace tan solo por deferencia al rango, porque el auror rubio toma asiento con cierta dificultad. Los otros tres se quedan de pie, detrás de él.

—Bien, caballeros, aquí estamos otra vez…

El auror los mira a los tres por turnos, con los ojos un poco entrecerrados.

—Voy a hacerles un resumen de cómo está la situación ahora mismo.

—Por favor, auror Packard —sonríe irónicamente Theo.

El auror mira a Theo unos instantes y esos ojos pequeños y azules destellan un aviso: no estoy para bromas.

—Les alegrará saber que hemos comprobado que las dosis de Aliento de Dragón que se encontraron en su club no les pertenece, sino que fueron colocadas allí para incriminarles.

Blaise suelta una exclamación, pero Draco y Theo permanecen en silencio.

—Esos viales de Aliento de Dragón formaban parte del alijo que fue decomisado hace unos años por la Oficina de Aurores, cuando detuvieron al fabricante y traficantes que lo estaban distribuyendo. Estaba guardado en la cámara de pruebas de la Oficina de Aurores. Pero, parece que tenemos a otro auror bocazas, aparte del señor Potter —hay cierta ironía ahora en la voz del auror Packard—, que frecuentaba su club y soltó esta información al íncubo en un momento… digamos… de intimidad.

El auror posa la mirada sobre Draco.

—Y parece, también, que todo esto empezó por su culpa, señor Malfoy.

Draco le devuelve una mirada desafiante.

—Por lo visto, usted se interpuso entre el íncubo y el hombre que había elegido una noche de las que estuvo en su club. Hasta ese momento, el íncubo había sido discreto. No se alimentaba siempre de la misma víctima para pasar desapercibido. Así que los que sucumbieron a sus encantos solo notaban un pequeño bajón de energía al día siguiente, pero se recuperaban enseguida. Y el club era como un buffet libre para un íncubo insaciable que necesitaba alimentarse.

El auror guarda un pequeño silencio antes de seguir hablando, como si el simple hecho de hacerlo le agotara. Draco tiene la impresión de que Packard trata de encubrir alguna especie de malestar físico.

—Al parecer, los íncubos son muy vengativos —prosigue el auror—. Y decidió que usted, señor Malfoy, y por ende su club, iban a pagársela. Hubo seis víctimas —Packard esboza una pequeña sonrisa—, sí, fueron seis, ¿verdad? Pero creo que eso ustedes ya lo sabían. Siete, si contamos al señor Potter. Que ha sobrevivido, por si les interesa saberlo, al igual que Andy Tinker.

Draco aprieta los labios para contener un suspiro y aparta unos segundos la mirada de Packard. El único gesto que se permite.

—Como he dicho antes —continúa hablando Packard—, el Aliento de Dragón pertenecía a la Oficina de Aurores. Y el íncubo se lo daba a sus víctimas en el último momento, antes de que murieran, para confundir la causa de su muerte. Los síntomas de la muerte por Aliento de Dragón o por un íncubo han resultado ser muy parecidos, fáciles de confundir.

—Bueno, pues eso demuestra que nosotros no tuvimos nada que ver ni con el Aliento de Dragón ni con las muertes de esos chicos —dice Blaise, aliviado.

—No tan de prisa, señor Zabini —dice Packard en un tono mucho más seco del que ha utilizado hasta ahora.

—Pero usted acaba de decir que…

—¡Guarde silencio! —ordena el auror de los aros en las orejas— El auror Packard todavía no ha terminado.

Blaise cierra la boca con un gesto de enojo. El auror Packard toma la palabra de nuevo.

—Aunque la intención del íncubo era involucrar al señor Malfoy y al club en los asesinatos que estaba cometiendo, solo logró en dos ocasiones que los cuerpos de sus víctimas aparecieran en el club: Andrew Simson, quien no murió en el parque donde lo encontraron, sino en uno de los aseos de su club —el auror posa la mirada sobre cada uno de los tres magos sentados frente a él—… y Peter Relish, al que ustedes encontraron en una de las habitaciones.

—No puede demostrarlo —dice Blaise arrogantemente.

—Sí, puedo —sonríe Packard—. El señor Gregory Goyle ha sido una gran fuente de información.

Un denso silencio se extiende por la sala mientras Packard repasa los rostros de cada uno de los magos. El de Malfoy está impasible, el de Nott indiferente, el de Zabini denota ahora cierto nerviosismo.

—Sin embargo —y aquí Packard no puede evitar un suspiro derrotado—… el señor Goyle jura y asegura que la idea de sacar los cuerpos del club fue suya. Que fue él quien los encontró y los trasladó para que el club no tuviera problemas.  También jura que no dijo nada a nadie y que, por tanto, ustedes no podían saberlo —el auror suspira de nuevo—. Un poco difícil de creer, ¿verdad? Más teniendo en cuenta que el señor Goyle se pasa todas las horas que el club está abierto en la entrada, controlando el acceso. Admito que necesitará ir al baño de vez en cuando, pero, ¿por qué iba a subir a las habitaciones?

El auror clava una mirada inclemente en cada uno de los tres magos.

—El señor Goyle, probablemente, se va a pasar los próximos años en Azkaban. Y ya que parece que ninguno de ustedes va a agradecer su lealtad con ninguna confesión por su parte —en este punto la mirada de Packard se posa en Draco—, lo menos que pueden hacer es pagarle un buen abogado.

—Entonces, ¿podemos irnos? —pregunta Blaise tras un breve silencio.

El auror Packard le mira con cara de pocos amigos, pero asiente.

—Usted quédese un momento, señor Malfoy, tengo un mensaje para usted —dice después.

El auror de los aros en las orejas frunce el ceño y pone una mano en el hombro de Packard, como si fuera a decir algo.

—Acompañe a estos caballeros, auror Green —ordena Packard en un tono que no admite replica.

Y el auror Green se traga un bufido y espera a que Theo y Blaise salgan de la sala para cerrar la puerta.

Draco mira al auror Packard en silencio, esperando. Pero parece que el auror necesita recomponerse un poco antes de hablar.

—Tengo un mensaje para usted del señor Potter —dice por fin—. Quiere que sepa que, independientemente de su participación para deshacerse de los cuerpos de esos pobres chicos, sabe que le debe la vida y tiene una deuda de mago con usted. Ahora mismo, todavía no se encuentra lo suficientemente recuperado como para tener con usted la conversación que desea tener. Pero lo hará tan pronto se vea con fuerzas para hacerlo.

Draco asiente despacio, sin perder la mirada de esos pequeños ojos azules que sospecha que en realidad son un poco más grandes y de color verde.

—Dígale al señor Potter que puede considerar su deuda saldada. No me debe nada —Draco lo medita unos momentos antes de añadir—: Bueno, tal vez sí. Dígale que me debe la verdad.

Packard asiente y después se levanta, apoyándose en la mesa, demasiado despacio para un hombre de su edad. Al otro lado de la puerta está el auror de los aros en las orejas y la rubita de la sonrisa angelical.

—La auror Pritchard le acompañará para hacer los trámites pertinentes para su puesta en libertad.

—Sígame, señor Malfoy —ordena la rubia sin ninguna amabilidad.

Lo último que Draco ve por el rabillo del ojo es cómo el auror Packard se apoya en el hombro de su compañero y este le sostiene unos momentos, susurrándole algo, antes de que ambos empiecen a caminar en dirección contraria a la de él. Packard lo hace con su mano apoyada todavía en el hombro de su compañero.​​​​​​​

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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