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Ancla 1

Mortis Obtineo
by Livia

—¿Qué pretendes, Malfoy? —pregunta, sin embargo.

Draco se pone de cuclillas frente a él y adivina que, a pesar del tono y la mirada enfurecida que le dirige, Potter está asustado.

—Solo pretendo tener un cambio de impresiones contigo —responde—. Y como sé que no estás acostumbrado a que tengamos una conversación tranquila, he preferido tomar precauciones —señala las cadenas.

Cadenas de las cuales Harry tira de nuevo sin éxito.

—Suéltame o te vas a arrepentir —advierte, intentando que su voz suene lo suficientemente amenazadora.

Sin perturbarse, sintiéndose ahora dueño de la situación, Draco se sienta a horcajadas sobre él. Hasta hace escasos minutos, antes de que Potter despertara, Draco ha dudado de lo que estaba haciendo. Incluso ha estado a punto de deshacer lo hecho y dejar a Potter en el aula de Pociones otra vez, donde despertaría, pensando que se había dormido, sin saber lo que había estado a punto de pasar. Como tampoco lo sabrá ahora, porque Draco es muy bueno lanzando el hechizo desmemorizante Obliviate.

—No tan de prisa, Potter. Vamos a tener ese cambio de impresiones primero.

—Sabes que me buscarán —replica inmediatamente Harry, inquietándose un poco más.

Draco niega con la cabeza, sonriendo de una forma extrañamente suave.

—Nadie te va a buscar, Potter. Te aseguro que dentro de un rato estarás sentado en el Gran Comedor saboreando tu cena. Palabra de mago.

Harry se siente confuso. Malfoy no se burla de él, está demasiado serio. Incluso diría que un poco nervioso bajo su fachada de hombre que controla la situación. Le observa con ojos muy abiertos, sobresaltado, cuando se inclina sobre él y hunde el rostro en su cuello, restregándolo suavemente sobre su piel, oliéndole. Ahora sí que Harry está asustado de verdad. Malfoy le afloja la corbata, deslizándola después del cuello de su camisa, que a continuación empieza a desabotonar muy despacio. Sus dedos tiemblan un poco.

—¿Qué… qué crees que haces?

A parte de que no pueda moverse, con Malfoy sentado sobre él, Harry se ha quedado petrificado. Ya nada es lo que esperaba. Que se trataba de una burla cruel o que quería entregarle a Voldemort, como había creído en un principio. Pero no la lengua de Malfoy dejando un camino de saliva desde detrás de su oreja hasta la base del cuello, y sus manos temblorosas acariciando su pecho.

Las manos de Draco se han posado sobre la piel que siempre ha adivinado blanca y suave, y la acaricia lentamente, sin acabar de creerse que, por fin, lo esté haciendo.

—¿Te gusta, Potter? —susurra, inclinándose nuevamente sobre él, hasta que sus mejillas se rozan.

Aspira embriagado su aroma, que ahora le llega en cálidas oleadas, y aprieta el delgado cuerpo contra el suyo, perdiendo de nuevo sus labios en su cuello, besando, lamiendo, mientras Potter permanece inmóvil, seguramente, tratando de entender lo que está pasando.

—He soñado con esto tantas veces —musita Draco—… Y eres aún mejor de lo que esperaba…

Cuando se aparta un poco de él para mirarle, Potter tiene el rostro sonrojado y la respiración algo agitada.

—No sé si te gustan los hombres, pero haré que te guste yo, te lo prometo.

Cuando toma el rostro de Potter, sus mejillas están tan calientes que arden contra las palmas de sus manos. El contacto con sus labios, tan deseados, hace que el corazón de Draco brinque en su pecho. Se extasía lamiéndolos, mordisqueándolos, besándolos. Cuando logra penetrar su boca, a lo que Potter se ha resistido al principio, Draco está ya en el séptimo cielo. Potter no le responde, pero no importa. Lo hará en algún momento, está seguro.

A pesar de que, cuando consiga tener su varita de nuevo en las manos, Malfoy va a llevarse la peor maldición que se le ocurra en ese momento, Harry reconoce que nadie le ha besado de esa forma en su vida. Lo de Cho fue una risa, comparado con el slytherin. Y que, para su vergüenza, se está excitando. Tener a Malfoy sentado encima, balanceándose sobre él continuamente, no ayuda a mantener una actitud furiosa y combativa. Las caricias que le ha prodigado hasta el momento no son bruscas ni agresivas, más bien todo lo contrario. Inexplicablemente, parece que se está esforzando en agradarle, en hacerle sentir… bien. La actitud del slytherin le confunde. Aunque lo más probable es que, más pronto que tarde, Malfoy descubra su juego y empiece a burlarse de él. Se sobresalta cuando, de pronto, siente la mano del slytherin sobre sus partes íntimas, acariciándolas con lentitud. Quiere protestar, pero la lengua de Malfoy sigue en su boca, haciendo estragos en su voluntad.

Draco siente la repentina agitación de Potter cuando le toca. Por eso no despega su boca de la suya mientras baja la cremallera de sus pantalones e introduce la mano buscando acariciar la parte de su cuerpo que más desea. Ahora sí, Potter intenta sacudírselo de encima con todas sus fuerzas. Vanamente. Draco sonríe sobre los labios que mantiene prisioneros cuando su mano se desliza a lo largo de la dureza que hace un rato ya ha adivinado bajo los pantalones del gryffindor. Con el primer gemido, ahogado en su boca, Draco sabe que le tiene, que es suyo. Y desabrocha como puede sus propios pantalones, sin dejar de acariciar a Potter. Está tan duro que teme explotar en cualquier momento, antes de lograr que lo haga el muchacho encadenado a la pared. Y no quiere eso. Su fantasía incluye llevar a Potter a la cúspide del placer y ser testigo de cómo se corre en su mano. No quiere perderse un solo gemido, ni un solo rubor. Quiere ver la expresión de su rostro cuando el orgasmo le golpee y que acepte que es él, Draco Malfoy, el artífice de su gozo, el culpable de que ahora esté jadeando sin control, empujando sus caderas contra su mano cada vez con más ímpetu.

Potter tiembla entero antes de derramarse y Draco acelera su mano sobre él mismo para acompañarle. Después, se quedan quietos, resollando. Draco apoya su frente contra la de Potter y éste, con voz ahogada, murmura:

—Voy a matarte, Malfoy. Escóndete donde puedas, porque voy a matarte.

Draco sonríe y con el mismo tono sofocado, responde:

—No, no lo harás.

Potter empuja bruscamente su cabeza hacia delante, para apartarle, y Draco no tiene más remedio que echarse un poco hacia atrás. Pero no tanto como para no ver que sus ojos, malditos y anhelados, destellan de nuevo en ese fulgor de ira verde que siempre le dirige.

—¿Qué crees que va a impedírmelo? —pregunta el gryffindor.

Draco extiende la mano y acaricia su mejilla, caliente y un poco húmeda. Esta vez, Potter no se aparta.

—Que la próxima vez será todavía mejor.

Harry despierta en su pupitre y, a continuación, se levanta de un salto, alarmado. Pero suspira aliviado al comprobar que el aula está ordenada y limpia. Simplemente se ha dormido de cansancio al terminar con su castigo. No duerme muy bien últimamente, por culpa de las pesadillas y del dolor que le provoca la cicatriz de su frente, cada vez con más frecuencia. Recoge su mochila del suelo, dándose cuenta de que su camisa está un poco húmeda en la espalda, y se dirige hacia la salida del aula. Si no se da prisa, llegará tarde a cenar. Seguramente, Ron y Hermione ya le estén esperando.

—¿Creéis que Malfoy me mira raro? —pregunta un rato después, ya sentado a la mesa.

Ron deja de comer y dirige la mirada hacia la mesa de Slytherin. Malfoy se vuelve de espaldas cuando nota que le están observando.

—No, como siempre. Debe estar planeando su próxima jugada para putearte y eso no es nuevo —responde.

Harry asiente, mientras vuelve la cabeza otra vez para comprobar si Malfoy todavía le mira. Pero éste está comiendo tranquilamente y hablando con sus compañeros de mesa.

—¿Creéis que sería capaz de entregarme a Voldemort? —pregunta de pronto.

Ron y Hermione se miran. Harry está un poco raro esta noche.

—No lo creo —responde ella—. En el fondo, es un cobarde.

Ron suelta una risita.

—A la única a la que le tiene miedo es a ti —dice con una mueca—. Desde el puñetazo que le endilgaste en tercero…

Los tres se ríen. Harry, sin la misma diversión que en otras ocasiones.

Han pasado dos semanas desde su encuentro con Potter. Semanas que se le han hecho eternas. Draco ha buscado desesperadamente una nueva oportunidad que le permita llevárselo sin levantar sospechas y sin tener que recurrir a nadie. A Crabbe y a Goyle no les había hecho mucha gracia tener que limpiar el aula de pociones. No confía en ellos y no puede abusar de sus favores, aunque sean a cambio de los dulces que su madre le envía regularmente.

Cada vez que ve al gryffindor sentado a la mesa en el Gran Comedor, justo frente a él, charlando tranquilamente con sus amigos, sonriente, ignorante de lo que ha pasado entre ellos, se exaspera. Ha rogado a los dioses para que Snape vuelva a castigarle. Incluso ha intentado aportar su pequeño granito de arena estropeando su poción, añadiendo, en un descuido de Potter, más raíz de mandrágora de la indicada. Pero la repelente sangre sucia, tan buena en pociones como él mismo, le ha ayudado, librándole de las iras del profesor de Pociones.

Sus amigos no se separan de él ni a sol ni a sombra, es casi imposible encontrarle solo. Además, se ha dado cuenta de que Potter le esquiva. Por lo visto, aconsejado por la maldita sangre sucia, le evita para no caer en una de sus habituales peleas y acabar castigado otra vez. ¡Lo que daría Draco ahora mismo por una buena pelea, cuerpo a cuerpo a poder ser! Aunque, seguramente, el estúpido de Weasley se habría metido por medio y lo habría estropeado.

Sin embargo, a principios de diciembre, como un regalo adelantado de Navidad, Draco ve por fin la oportunidad de cumplir su deseo. Un lunes por la mañana, tras la invasión de lechuzas con el correo, la idea le sobreviene como caída del cielo. Justo cuando ve a la hermosa lechuza blanca de Potter posarse ante él y extender su pata con un pequeño paquete atado a ella. Potter acaricia el ave con afecto y ésta le corresponde con un suave picoteo en la mano, dirigiéndose después a su plato bajo la mirada divertida de su dueño. Potter adora a su lechuza y Draco no duda de que correrá a la lechucería sin hacer demasiadas preguntas si alguien le dice que su precioso pájaro ha sufrido algún percance. El único problema es que tiene que lograr embaucarle cuando esté solo, sin sus dos eternas sombras. Draco tiene hasta el fin de semana para urdir su plan, antes de la salida a Hogsmeade del sábado.

A pesar de la fría mañana, los alumnos de tercero a séptimo se apresuran a abandonar la abrigada calidez de sus salas comunes para dejar el castillo en pos de un día de diversión en Hogsmeade. Tras el desayuno, Draco se aposta a la salida del Gran Comedor, esperando con paciencia a que la comadreja acabe de atiborrarse, como cada mañana. Después de diez minutos de malhumorada espera, el trío por fin abandona el Gran Comedor en dirección a las puertas del castillo, para disfrutar de la esperada visita al pueblo.

—Hey, Potter —escupe Draco en cuanto los ve cruzar la puerta—. ¿No es tuya esa estúpida lechuza blanca?

Potter se detiene y le mira con fastidio.

—¿Qué pasa con ella? —pregunta.

Draco tuerce una sonrisa y se encoge de hombros.

—Vengo de la lechucería y tu maldito pájaro está alborotando como un condenado. Creo que ha tropezado con algo mayor que él, porque parecía tener un ala rota.

A pesar de que su expresión revela una inmediata preocupación, Potter le mira con recelo, sin saber si creerle realmente.

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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