top of page

Sólo Vivir
by Livia

Ahora, con veinte años, Harry sentía que sí tenía el mundo en sus manos. Y no de la forma en que el Ministerio había temido. Tenía una carrera profesional que disfrutaba y le permitía vivir con holgura. Recibía un merecido reconocimiento por ese trabajo, y no tan solo por quien era o, más bien, por quien había sido. Jamás respondía a preguntas relacionadas con la anterior etapa de su vida. Y si algún entusiasta seguidor se atrevía a formularle alguna que no se refiriera única y exclusivamente a quidditch, recibía una furibunda mirada y se quedaba sin autógrafo. Harry poseía, por primera vez, una casa que podía llamar suya, no muy lejos de la de sus mejores amigos. Y a pesar de que su fortuna le habría permitido disfrutar incluso de una suntuosa mansión, Harry sentía que no necesitaba más, que no quería más. Disfrutaba de las cosas sencillas y en lo único que era un poco manirroto era en su obsesión por conseguir siempre el último modelo de escoba, costara lo que costara. Aunque en la mayoría de las ocasiones los fabricantes se las regalaban. ¡Qué mejor reclamo publicitario que Harry Potter volando en una de ellas! Además, tenía una colección privada de modelos de escoba que era la envidia de coleccionistas mucho más expertos que él, y en la que se había gastado una pequeña fortuna. Desde una Moontrimmer de 1901, una Estrella Fugaz de 1955 o una Barredora 2 de 1934, creada por los hermanos Ollerton de Cleansweep Broom Company, pasando por las Cometa 140 de 1929 y la Cometa 280 de 1938 de la Comet Trading Company, su Nimbus 2000 de la Nimbus Racing Broom Company, que le había regalado la profesora McGonagall y tenía guardada en una caja porque el Sauce Boxeador la destruyó en su tercer año en Hogwarts —en ese momento, estaba tratando de conseguir una Nimbus 1000 de 1967—, la Saeta de Fuego que le había regalado su padrino Sirius, hasta llegar a modelos más recientes, como la Saeta de Trueno.

Ese había sido su único vicio, si se podía llamar así, hasta hacía bien poco. Porque su nueva y reciente afición era la que le había llevado hasta el polvoriento sótano aquella tarde después del entrenamiento. Se encontraban a finales de agosto y la temporada todavía no había empezado. Pero sí los entrentamientos que, tras las vacaciones de verano, eran bastante duros. Cuando Berton, el entrenador, había mencionado casualmente en el vestuario que creía que el juego de pelotas con las que la selección inglesa había ganado el Mundial de Quidditch del 74 estaba todavía por alguna parte el sótano del estadio, los ojos de Harry habían brillado de pura emoción. 

—¿Está seguro? —había preguntado.

 

Berton había sonreído. Sabía que la nueva afición de Harry en ese momento era la de coleccionar bludgers, snitchs y quaffles antiguas y de diferentes países.

 

—¿Cree que puede haber algún problema si las busco? —había vuelto a preguntar, intentando no parecer demasiado ansioso— Si han estado tanto tiempo en ese sótano no creo que le importen mucho a nadie...

 

—Sí, Potter —había respondido Berton, incapaz de negarle nada a su jugador estrella—, si aún están ahí y eres capaz de encontrarlas, son tuyas.

 

Al buscador le había faltado tiempo para acabar de vestirse, meter sus cosas apresuradamente en la bolsa de deporte y bajar al desmantelado sótano.

Harry consultó su reloj una vez más. Ya iba con retraso. Había quedado con sus compañeros en el Callejón Diagon para tomar unas cervezas. Refunfuñó entre dientes porque tendría que dejar la búsqueda para el día siguiente. Tenía tantas ganas de encontrar aquel juego de pelotas, que en ese momento no le apetecía mucho reunirse con sus compañeros de equipo en el pub. Oh, me estoy volviendo un coleccionista paranoico, se reprendió a sí mismo, si están aquí seguirán estándolo mañana. Se detuvo frente a una extensa lona, que parecía haber sido de color verde alguna vez, bajo la cual se adivinaban las formas de varios objetos. La última miradita, se dijo. Levantó con cuidado la lona, pero no pudo evitar la nube de polvo que envolvió su cabeza, obligándole a toser violentamente. ¡Vaya! Más asientos de tribuna, descubrió decepcionado. ¿Por qué no tirarán todos estos trastos? Iba a volver a cubrirlos con la lona, ya decidido a seguir buscando al día siguiente, cuando algo llamó su atención entre dos filas de asientos desvencijados. Un momento, parecía... Harry extrajo su varita del bolsillo de su vaquero y volvió a mirar con más atención. Sí, sin lugar a dudas aquel bulto era un cuerpo. Se acercó con precaución a la forma inmóvil, cubierta por una capa oscura que evidenciaba haber conocido mejores tiempos. Acercó lentamente su mano hasta tocarla suavemente. Si era un vagabundo que se había refugiado allí para pasar la noche, tampoco quería asustarlo. No hubo ningún movimiento.

—¡Eh! —dijo, zarandeando a la figura con un poco más de vigor— No puedes estar aquí, amigo —nada—. Si el guarda te encuentra tendrás problemas, será mejor que te marches.

 

Dio la vuelta al cuerpo sin ninguna dificultad. Quien fuera esa persona, estaba en los huesos. Y, entonces, sin tener apenas tiempo de reaccionar, la figura se movió con una rapidez que no parecía posible, y Harry se encontró con una varita encastada en su garganta.

 

—Tranquilo, amigo, puedes quedarte, si quieres. A mí no me importa…

No obstante, Harry seguía con su varita bien apretada entre los dedos, atento a cualquier otro movimiento de la persona que, ahora sentada, seguía sin mostrar su rostro, oculto bajo la capucha de la capa.

 

—Potter —susurró una voz ronca y arrastrada—… qué inesperado placer…

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

bottom of page