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Sólo Vivir
by Livia

Capítulo I
La Estrella de los Chudley Cannons

Descendió por las polvorientas escaleras entusiasmado, sin que a pesar de todo pudiera evitar un acceso de tos cuando imperceptibles partículas que impregnaban el ambiente se adhirieron a su garganta. Bajó el último tramo y se enfrentó al amplio sótano. Berton no le había dicho por dónde empezar a buscar. Pero las encontraría, ¡vaya si las encontraría! Aunque se ahogara en polvo. En el grandioso sótano bajo el estadio había de todo: desde partes de tribunas carcomidas por las termitas, viejas banderolas, polvorientos cojines de los antiguos asientos del estadio antes de que fuera remodelado, podridos y destripados por el paso del tiempo, viejos carritos voladores donde los vendedores ambulantes transportaban sus golosinas, un viejo marcador, hasta aros en los que alguna vez habían brillado los colores del equipo. Su equipo.

Harry Potter sonrió para sí mismo, feliz. Por primera vez en su vida estaba haciendo lo que él deseaba, con la agradable sensación de haber recuperado el control de su existencia; más bien, de haberlo asumido por primera vez, porque nunca antes había sido suyo.

Harry había derrotado al Señor Oscuro el dos de mayo de mil novecientos noventa y ocho, todavía con diecisiete años, a dos meses para cumplir los dieciocho. Durante las semanas siguientes al fin de la guerra, se había sentido desorientado, sumido en una profunda depresión. El estrés de los últimos meses; el agotamiento, físico y psíquico, como consecuencia de los intensos entrenamientos a los que había sido sometido; a la tensión previa a su enfrentamiento con Voldemort. A la dura lucha después, cuando peleó por los demás, sí, pero ante todo defendió su vida. Porque era la del mago oscuro o la suya. Después, Harry se derrumbó. Parecía que una vez cumplido con lo que era el objetivo de su existencia, tras haber complacido a todo el mundo, no había nada que pudiera satisfacerle a él. Seguía vivo contra todo pronóstico y tenía toda una vida por delante. Pero no sabía qué hacer con ella.

Casi inmediatamente, desde el Ministerio intentaron convencerle para que tomara la carrera de auror o, por lo menos, se integrara en algún departamento del Ministerio donde pudiera aprovechar y desarrollar sus innatas cualidades para la Defensa contra las Artes Oscuras. Todavía quedaban seguidores de Voldemort que no habían podido ser capturados. Pero, Harry Potter, el Niño que Vivió y el Joven que Venció, no sentía el menor deseo de seguir luchando. Deseaba paz. Olvidar. Quería sentirse libre. Levantarse por la mañana disfrutando de no sentir la responsabilidad de tener que salvar al mundo. Sin notar la garra que había estado durante tanto tiempo atenazando su garganta, ahogándole. Sin el peso que había soportado sobre sus jóvenes hombros durante demasiados años.

Harry nunca supo la preocupación que había acarreado su actitud.  Las dudas, la inquietud de los que entonces se daban cuenta de que un muchacho que había logrado vencer al mago oscuro más poderoso de los últimos cien años, tenía que ser a la fuerza más poderoso que el vencido. Empezaron a no fiarse de su mirada, demasiado cándida a pesar de todo, y de su actitud desvalida. ¿Qué pasaría cuando Potter se diera verdadera cuenta de lo que tenía al alcance de su mano, de lo que podía conseguir, si se lo proponía? ¿Quién podría detenerle a él entonces, si por fin caía la venda de inocencia que cubría sus ojos y los abría a todas las posibilidades que su magia le ofrecía?

Encerrado por propia voluntad en Hogwarts las semanas posteriores a la terrible lucha, bajo la protección de su Director, Harry se recuperaba de sus heridas físicas y psicológicas sin querer ver ni hablar con nadie que no fueran sus más allegados. Fueron vanos los intentos del Ministro de Magia para convencerle de que su futuro estaba en el Ministerio, ya terminados sus estudios. Estaban incluso dispuestos a darle el título de auror sin haber cursado la carrera. Hasta llegaron a ofrecerle la posibilidad de ponerle al frente del departamento del Ministerio que él eligiera. Lo que fuera con tal de tener a Harry Potter atado y bien controlado. Sin embargo, él rechazó una oferta tras otra, no consiguiendo otra cosa que poner más nerviosos al Ministro y a su inefable corte de intrigantes que, una vez sintieron sus traseros definitivamente a salvo tras la desaparición del Señor Oscuro, estaban dispuestos a lo que fuera para que permanecieran así.

La Orden del Fénix, inquieta, cerró filas alrededor del Salvador del mundo mágico, sin que éste lo supiera.

—Potter debería saberlo —gruñó Snape desde su rincón—. Debería saber a lo que se enfrenta ahora.

—No se enfrenta a nada, Severus —le contradijo en tono amable el Director de Hogwarts—. Esta vez lo haremos nosotros por él. Y, mientras tanto, hay que intentar retenerle aquí el máximo tiempo posible. En Hogwarts no corre peligro.

—Albus —habló Remus Lupin por primera vez, después de escuchar todo lo que se había dicho en aquel despacho—, creo que no habrás olvidado que en el pasado ya tuviste problemas con Harry por ocultarle información que le atañía muy directamente.

—Lo sé, Remus. Pero ahora la situación es muy distinta —razonó el anciano—. Se trata de darle la oportunidad de que pueda vivir tranquilo y en paz por primera vez en su vida. No podemos pedirle más de lo que ya ha hecho.

—No, no podemos. Todos estamos de acuerdo en que se merece la oportunidad de vivir, con todo lo que ello significa —admitió Remus—. Pero conocer la verdad es importante para él, Albus. Lo sabes.

El Director de Hogwarts apartó la mirada de la persona que representaba para Harry el último nexo de unión con su desaparecida familia: sus padres y su padrino. Comprendía la preocupación de Lupin. Pero esta vez no le fallaría al muchacho. Harry tendría lo que se merecía, una vida. Y estaba dispuesto a apartar de ella cualquier cosa o a cualquier persona que pretendiera impedir que transcurriera de forma tranquila y feliz.

—Debemos enfrentarle al mundo de la forma menos traumática posible —dijo.

 

Remus no replicó. Solamente se limitó a lanzarle una mirada de decepción.

 

—Si al menos el muchacho hubiera aceptado alguna de las posibilidades que el Ministerio le ofrecía, todo sería más fácil —señaló Kingsley Shacklebolt.

—Si quieres saber mi opinión, te diré que ha demostrado tener la cabeza sobre los hombros —aseguró “Ojo Loco” cerrando el puño sobre la mesa y demostrando con ello que estaba completamente de acuerdo con la decisión del joven.

Snape emitió un nuevo gruñido desde su rincón, al otro extremo de la mesa.

 

—Está por llegar el día en que Potter ponga las cosas fáciles a nadie —dijo.

 

—¡Cómo puede decir eso de Harry! —le recriminó Hermione Granger con coraje.

 

Snape la miró con desdén y se cruzó de brazos, sin nada más que añadir, de momento.

 

—Bien —moderó Dumbledore en tono conciliador—, el chico ya ha expresado sus razones para no aceptar ninguna de las ofertas del Ministro. Deberíamos buscar algo que le guste, con lo que se sienta cómodo.

 

El Director de Hogwarts esbozó una de esas sonrisas que Severus Snape conocía demasiado bien. Dejó escapar un pequeño bufido. Estaba seguro de que Dumbledore ya lo tenía todo planeado. No pudo dejar de sentir algo de lástima por Potter. Por lo visto, ni después de haber cumplido con la misión de su vida, iba a tener cierto poder de decisión sobre ella.

 

—¿Alguna noticia sobre el señor Malfoy, Severus? —preguntó el Director, cambiando de tema inesperadamente.

 

El profesor de Pociones se tensó en su asiento. Aquel era un tema doloroso para él.

 

—Me temo que no —dijo, intentando recomponer su máscara de frialdad—. Lo único que puedo decir con seguridad a día de hoy, es que la sangre que había en la mazmorra era suya.

 

—¿Estas completamente seguro? —insistió Dumbledore.

 

Por más que Snape se revistiera de una absoluta indiferencia, el Director sabía lo que Draco Malfoy significaba para él; lo que había luchado el profesor para que el joven se apartara del camino que había seguido su padre y lo que le costaba aceptar el haberle perdido. Snape miró al Director con enojo. ¡Por supuesto que estaba seguro!

 

—¿Crees que ha muerto, tal como insinúa el Ministerio? —preguntó Arthur Weasley.

 

La expresión del severo profesor de Pociones se volvió iracunda.

 

—Si me hubieran dejado hablar con su padre antes de... —apretó las mandíbulas con fuerza al recordar aquel episodio—... antes de ejecutar la sentencia, tal vez ahora sabríamos lo que en realidad pasó ese día.

La versión oficial del Ministerio era que Lucius Malfoy se había vuelto loco después de la caída del Señor Oscuro. Que tras la muerte del líder que había seguido prácticamente durante toda su vida, y mientras veía su mundo y sus ideales derrumbarse a su alrededor, en un momento de enajenación producto de su desesperación, había asesinado a su esposa y a su hijo. Aunque el cuerpo del joven Malfoy no había sido encontrado junto al de su madre. El Ministerio dio el asunto por zanjado. No tenían demasiado interés en averiguar el paradero del hijo de un mortífago. Nada hizo sospechar que Draco Malfoy aparecería de repente un par de meses después, repartiendo maleficios letales a su paso, dejando un reguero de cadáveres tras de sí. La única explicación que Severus encontró a tal comportamiento fue que su ahijado sí que se había vuelto completamente loco. 

Casi al mismo tiempo que la sociedad mágica se estremecía con esa inesperada oleada de crímenes, la oferta de los Chudley Cannons llegaba, como caída del cielo, a solucionar el problema del futuro de Harry Potter a finales de agosto de ese mismo año. Harry era un excelente buscador y volar en su escoba era una de las pocas cosas que, incluso en los peores momentos, le había ayudado a mantener la cabeza en su sitio, a no volverse loco. ¿Por qué, entonces, no hacer de una de las habilidades que había desarrollado y disfrutado con mayor intensidad en Hogwarts, su medio de vida? No era tan tonto como para no darse cuenta de que la oferta en sí encerraba también la soslayada intención de aprovechar su indiscutible fama, más que su innata habilidad para el quidditch. La sola mención de su nombre llenaría el estadio.

Y así había sido al principio. Después, Harry se había revelado como el mejor buscador que el equipo hubiera tenido jamás. Bastaron un par de partidos para que el escéptico entrenador de los Chudley Cannons se diera cuenta de que, no solamente tenían un jugador que llenaba el estadio precedido por su fama, sino que además era capaz de llevar a su equipo a la victoria, levantando de su asiento a un público enardecido y devoto, cada vez que su mano se cerraba sobre la pequeña snitch. Y, poco a poco, aunque estaba seguro de que nunca dejarían que lo olvidara completamente, el Harry Potter jugador fue desbancando al Harry Potter que venció al Señor Oscuro. Los Chudley Cannons no había perdido la liga durante los dos años que Harry había estado jugando con ellos; ahora también formaba parte de la Selección inglesa.

Y el hecho del tranquilo paso de esos dos años y de que Harry llevara una vida tranquila y sin sobresaltos, no hacía más que reafirmar a Dumbledore en lo acertado de su decisión; de que esta vez no se había equivocado. Sin embargo, ningún miembro de la Orden había bajado la guardia durante todo ese tiempo. En especial Ron y Hermione, que por ser los más allegados, los que menos sospechas podían levantar en Harry, eran los encargados de vigilarle más de cerca. Además, ambos trabajaban en el Ministerio y junto con el padre de Ron, estaban siempre ojo avizor para detectar cualquier movimiento sospechoso de Fudge con respecto a su amigo.

Ajeno a todo, Harry seguía con su vida, contento y feliz, sin sospechar la tupida red que la Orden había tejido a su alrededor. A pesar de que todos eran conscientes de que su protegido no se lo tomaría muy bien, de llegar a enterarse. Neville Longbotton, contra todo pronóstico, se había convertido en un apreciado sanador y trabajaba en el hospital mágico. Estaba atento a cualquier ingreso del jugador como consecuencia de una lesión deportiva grave o una inesperada caía de su escoba, a pesar de que los Chudlely Cannons tenían un sanador deportivo muy competente. Luna Lovegood estaba al frente de la revista de su padre, El Quisquilloso y, desde esa posición, tenía acceso a rumores y noticias que pudieran derivar en alguna acción en contra de su amigo. Lo mismo que Fred y George Weasley, por cuya tienda de bromas, Sortilegios Weasley, pasaba lo más florido de la sociedad mágica, y tenían la oportunidad de recoger chismorreos y habladurías de todo tipo. Ginny Weasley, su hermana, era auror, para enojo de su madre y orgullo de su padre. Junto con Kingsley Shacklebolt y Tonks, se ocupaban de seguir y perseguir cualquier pista sobre ex mortífagos todavía sedientos de venganza contra el que había acabado con su Señor.

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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