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La Nueva Domus de
Livia
Capítulo V
La prometida lechuza de Potter llegó casi una semana después. Lo sorprendente fue que no le decía qué día tenía disponible para posar de nuevo para él, sino que había escrito una torpe y encantadora invitación a cenar. Draco no salía de su asombro. De pronto, aquella mañana lluviosa de jueves se convirtió en una cálida mañana de primavera en el corazón del pintor. Le faltó tiempo para buscar pergamino y pluma y barajar varias respuestas:
Si me permites revisar mi agenda, después te enviaré una lechuza para hacerte saber si estoy libre.
Casualmente, esta noche no tengo ningún compromiso para cenar y podrás disfrutar de mi compañía.
Casualmente, esta noche no tengo ningún compromiso para cenar, así que podré disfrutar de tu compañía.
Estoy esperando esta invitación desde hace siglos, Potter, ¿cómo voy a dejar escapar esta oportunidad?
Finalmente, sólo escribió:
Acepto encantado.
Bocca di Lupo era un restaurante italiano que estaba en el 12 de Archer Street, en el Soho. Draco no lo conocía. Con su fachada de ladrillo visto, desde fuera no parecía gran cosa. Potter le esperaba en la puerta. Su sonrisa, aunque nerviosa, le pareció la más cálida que nadie le hubiera dedicado jamás. También Draco se sentía nervioso. Al principio, incluso pensó que le había invitado a una cena junto al resto de sus amigos. Pero Potter estaba solo. Y Draco tuvo la sensación de tener cientos de hormiguitas caminando por su piel. Intercambiaron algunas palabras de saludo y entraron.
El comedor era bastante pequeño. Sólo había catorce mesas. El servicio era simple y sencillo, cubiertos sobre una servilleta de papel, lo suficientemente gruesa como para parecer de tela, y una copa de cristal sobre la madera rojiza y brillante. No había mantel.
—Cocina regional italiana —dijo Harry cuando se sentaron—. Espero que te guste. Consideré un hindú, pero no sabía si te iba ese tipo de comida.
—Sí, me gusta —confirmó Draco—. Para la próxima —tentó.
Harry asintió con esa sonrisa de nuevo en sus labios.
—Te recomiendo el rissotto de calabacín y las berenjenas al horno con parmesano —dijo al tiempo que abría su carta.
Asombrado, Harry se dio cuenta de que Draco sacaba del bolsillo de su camisa unas pequeñas gafas de delgada montura dorada.
—Vista cansada —reconoció el rubio al sentirse observado.
l
—No las llevas cuando pintas…
Un poco avergonzado, Draco también admitió:
—Lo hago cuando estoy solo.
Se mantuvieron en silencio mientras cada uno examinaba los platos que ofrecía el restaurante. Harry dejó su carta sobre la mesa mucho antes que su compañero y se dedicó a observar las estilizadas y pálidas manos pasando cada hoja y el rostro concentrado de Draco mientras leía. Aquellas doradas gafas le sentaban bien. Le daban un aire intelectual que le hacía todavía más interesante. Harry había imaginado secretamente ese momento desde aquella comida en Berlín, cuando había deseado que Elveira Elkins, sobre todo ella, y el resto de la delegación del Ministerio desaparecieran. Sin embargo, no estaba preparado. No podía negar que le había impresionado ver a Malfoy después de tanto tiempo en la Galería Saatchi, a pesar de que su libido se hubiera decantado abierta y descaradamente por Blaise. Tal vez había sido la educada pero fría actitud del rubio, aquella elegante manera de mantener las distancias, de preservar su atractiva persona lejos del alcance de cualquier otro mortal. Harry pensó que le había parecido más cercano cuando se zumbaban por los pasillos del colegio que ahora, envuelto en una calma que lo hacía todavía más atrayente pero, a su parecer, también más inalcanzable. No estaba muy seguro de si esa noche iba a hacer el ridículo más grande de su vida.
Draco dejó la carta sobre la mesa, fingiendo no haber notado la intensidad de la mirada de Potter sobre su persona todo ese tiempo. Se quitó las gafas y las volvió a guardar.
—Debo confesar que me ha sorprendido tu invitación —declaró.
—Y a mí que aceptaras —confesó Harry.
—¿Por qué no iba a hacerlo?
Harry se quedó en silencio, sin saber qué sería adecuado responder.
—Supongo que yo también te debo una disculpa —ofreció después, tratando de hilvanar una conversación—, por la forma de marcharme de tu estudio el otro día.
Draco decidió que no volvería a pronunciar la palabra “héroe” por lo que le restaba de vida. Al menos, frente a Potter.
—Ambos nos hemos disculpado —dijo, sin embargo—, así que olvidemos ese tema.
—De acuerdo —Harry se obligó a relajarse y buscó un nuevo tema sobre el que hablar—. ¿Tuviste algún profesor que te ayudara, ya sabes, a dibujar y todo eso? —preguntó.
La conversación discurrió entre ellos fluida y fácil, mucho más de lo que ninguno de los dos hubiera imaginado. Draco explicó despegadamente, pero con mucho más detalle que aquel día en su estudio, cómo su padre le había desheredado a raíz de la pelea que tuvieron después de que le quemara los cuadros y el material que tenía en aquella habitación en desuso situada en el último piso de la mansión Malfoy; se había negado a casarse y a involucrarse en los negocios de la familia. Lucius le había echado de casa con la esperanza de que la penuria a la que le abocaba le hiciera recapacitar y le obligara a volver arrastrándose a la seguridad que acatar las órdenes de su padre le ofrecía. Pero Blaise le había cobijado bajo su techo mientras ponía sus ideas en orden. Y también había sido quien le había convencido de que debía dedicarse a la pintura. Le había financiado los primeros meses y se había ofrecido a ser su agente. Admitió con ironía que Hermione le había dado un fuerte empujón a su economía gracias a su ocurrente encargo y la promoción que había hecho de él.
Harry, por su parte, reconoció que, de haber querido, podría haber entrado en el Departamento de Aurores sin tan siquiera hacer las pruebas pertinentes. Pero que ya había tenido suficiente lucha para el resto de su vida, por lo que había rechazado ser auror a pesar de que esa había sido su meta desde la escuela. Confesó que lo que sí le había dolido había sido tener que renunciar a jugar profesionalmente al quidditch. Pocos sabían que a consecuencia de una maldición durante su enfrentamiento con Voldemort tenía una lesión en la rodilla derecha que le impedía mantenerla doblada durante demasiado tiempo. Al menos, no lo que podía durar un partido con la rodilla flexionada en el estribo de la escoba. Así que, como el Ministerio se empeñaba en pagarle un sueldo, aceptó entrenar a la selección inglesa de Quiddtich, puesto que de esta forma no se desligaba totalmente del deporte que tanto amaba y ya no podía practicar. Draco se preguntó si su relación con Wood se habría iniciado a raíz de ese nombramiento. Cada vez que se imaginaba al hombre frente a él golpeado hasta hacerse necesario su ingreso en un hospital, le hervía la sangre. Pero Harry no habló en ningún momento de su tormentosa relación con el guardián del Puddlemer United y Draco no preguntó.
Harry pagó la cena y Draco le invitó a tomar una copa que el entrenador no pudo aceptar porque al día siguiente tenía que viajar a Sofía. Y los estúpidos de la oficina de trasladores habían programado la activación del traslador que Harry y su equipo debían tomar para las seis de la mañana. Pero le dijo a Draco que esa copa quedaba pendiente para cuando regresara.
—Así que cenasteis… —una sonrisa maliciosa se extendió por el rostro de Blaise.
—Sí, cenamos —Draco le dirigió a su amigo una mirada molesta—. Cenamos y punto.
—¿Qué diablos te pasa? —preguntó Blaise, moviendo con la varita uno de los voluminosos lienzos del estudio para dejar sitio para todo el material nuevo que el pintor había adquirido.
—A ti te invitó a cenar a su casa y follasteis como dos animales —Blaise abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera hacerlo Draco le cortó con un—: ¡Tú mismo lo dijiste!
—No follamos como animales, Draco —desmintió su amigo—. Sólo era una manera de hablar, ya me conoces. Y si entonces hubiera sabido que Harry te interesaba de esa forma, te juro que jamás habría aceptado su invitación.
Draco se limitó a apretar los labios.
—¡Oh, por el amor de Merlín! —se exasperó Blaise—. No vas a empezar con eso otra vez, ¿verdad?
La expresión de irritación de Draco cambió de pronto a otra de absoluta desolación.
—No, lo siento —se dejó caer en el taburete en el que a veces se sentaba cuando pintaba—. Es que le deseo tanto…
—Yo creo que él también te desea —le animó Blaise—. Pero tengo la impresión que le das… —¿cómo decirlo sin ofenderle?—… un poco de miedo. A veces, en las ocasiones que hemos estado todos juntos, le he pescado mirándote como si fueras algo inalcanzable para él, ¿comprendes? Como si pensara que intentarlo es inútil porque no tiene ninguna posibilidad.
—Pero me ha invitado a cenar…
—Lo cual dice mucho a favor del famoso valor Gryffindor —sonrió Blaise.
—¿De verdad crees que es sólo por eso? —Draco parecía realmente ansioso—. ¿Que de verdad está interesado?
—¡Por supuesto que lo está! —aseguró Blaise—. Tú sólo dale tiempo.
Draco asintió lentamente, con la mirada perdida en el lienzo a medio pintar que tenía frente a él.
—Además, te olvidas de algo muy importante —añadió Blasie con una sonrisita—. Sus amigos ya te han aceptado.
Draco pensó en todas esas pollas que había pintado. Entonces, también sonrió.
Harry había pasado tres días que se habían convertido para él en un verdadero infierno. La guardiana titular de la selección inglesa se había lesionado durante el primer entrenamiento, antes del partido de vuelta que jugarían contra Bulgaria al día siguiente. El suplente había pasado a ocupar su lugar y el único disponible con tan poca antelación, a riesgo de jugar sin suplente, no había sido otro que Wood. Harry había tenido que morderse la lengua porque nadie, aparte de Seamus y Dean, estaba al tanto de la verdadera naturaleza de sus problemas con Oliver. Las dos noches que había dormido en Sofía había protegido su habitación con cuanto hechizo conocía, y durante el día, había procurado estar rodeado de gente para evitar quedarse a solas con su ex novio. No le temía. Había logrado sorprenderle una vez, pero no habría una segunda. Sin embargo, no quería que Oliver le montara una de sus escenas delante de la gente de su propia selección o peor aún, de los búlgaros. Cuando regresó a Londres estaba psicológicamente agotado, a pesar de que esta vez habían ganado el partido por un amplio margen de puntos.
No obstante, no tenía ganas de quedarse en casa esa noche, aunque fuera lunes. Tampoco de afrontar una cita a solas con Draco para tomar la prometida copa. Necesitaba relajarse; una conversación distendida y reírse un rato. Sin embargo, envió una lechuza para preguntarle al pintor si quería unirse a él y a sus amigos en el local de la vez anterior. No tardó en recibir la respuesta de vuelta: Draco y Blaise se reunirían con ellos sobre las nueve.
—Leí en El Profeta que les disteis una paliza a los búlgaros…
Harry sonrió.
—Creo que empiezo a tomarle la medida a Krum…
—Brindo por eso.
Draco levantó su vaso de whisky y lo entrechocó con el de Harry. Ambos se encontraban al final de la barra, junto a la pared. Sus amigos alborotaban un poco más lejos, Seamus y Dean trabajando al unísono con Blaise sin saberlo, para concederles un poco de intimidad.
—¿Cómo es que acabó jugando Wood? —preguntó Draco, como por casualidad.
Harry dejó escapar un suspiro cansado.
—El guardián titular se lesionó. Y a pesar de ser un hijo de puta, es mucho mejor guardián que el suplente que tenía —reconoció—. Lo peor de todo es que ahora tendré que convocarle para el próximo partido.
Harry se quedó en silencio, mirando su vaso, y Draco se arrepintió de haber preguntado.
—¿Estás bien?
Harry asintió y esbozó una sonrisa forzada. Y mientras Draco seguía arrepintiéndose de su pregunta, de pronto, recordó algo.
—Por cierto —dijo—, creo que hay una cosa que querías ver la última vez que estuvimos aquí…
Harry le miró sin comprender. Draco extendió su brazo izquierdo sobre la barra, en un mudo ofrecimiento.
—Oh, vaya, lo siento —se disculpó inmediatamente Harry, comprendiendo—. Sólo lo dije porque estaba cabreado —a pesar de la escasa luz, Draco pudo observar que enrojecía un poco—. No iba en serio…
Sin embargo, Draco no retiró el brazo y retó a Harry con la mirada.
—Pues yo sí voy en serio —insistió.
Por la expresión de Harry, comprendió que acababa de ponerle en un buen aprieto. La sonrisa le subió a los labios, pero Draco no se permitió esbozarla. Por un momento, casi se había sentido como en el colegio, cuando metía en apuros a Harry con Snape. Se preguntó si el valor Gryffindor saldría a la superficie otra vez y se atrevería a subirle la manga de la camisa. De lo contrario, iba a sentirse muy ridículo. Sin embargo, después de mantener lo que parecía una tempestuosa lucha interna, Draco dejó escapar suavemente el aire que había estado reteniendo cuando las manos de Harry se movieron hacia el puño de su camisa.
No muy seguro de lo que estaba haciendo, la mirada de Harry se encontró con dos brillantes ojos grises que seguían sus movimientos con expectación. Desabrochó el botón como si temiera romperlo, casi acariciándolo. Después dobló el puño y volvió a mirar a Draco. Éste permanecía muy quieto, sin apartar los ojos de sus manos. Bajo la tenue luz de la barra la piel de Draco se veía tan blanca como Harry la había imaginado. Tan pálida que podía ver perfectamente el azul del entretejido de venas de su muñeca. Un doblez más y sus dedos descubrieron una suavidad nívea, caliente, que le obligó a frotar extasiado el pulgar una y otra vez, hasta que un suspiro entrecortado de Draco le sacó de su ensimismamiento. Sus ojos se encontraron de nuevo. Ahora eran las mejillas de Draco las que parecían haberse cubierto de un leve rubor. Harry no apartó la mirada de él mientras seguía doblando la manga despacio, como si estuviera desenvolviendo un regalo precioso, arrastrando sus dedos detrás de la tela para poder sentir con ellos cada centímetro de tersa piel.
La marca tenebrosa se extendía en el centro del lechoso antebrazo, atenuada, pero perfectamente visible todavía. Era como un borrón de tinta manchando un texto perfecto; como una pintura de valor incalculable cuyo lienzo hubiera sido rajado de arriba abajo; como una nota disonante en medio de una bella melodía. El dedo de Harry dibujó lentamente todo el contorno, sin poder apartar los ojos de ella. La piel era tan suave, tan cálida. Desprendía el fino aroma del gel que Draco había utilizado para ducharse. Todas las sensaciones que llenaban en ese momento a Harry no tenían nada que ver con la oscuridad que alguna vez había representado esa marca, ni con decepción o rechazo. Harry quería lamerla. Marcar el mismo contorno que había delineado con el dedo, con la lengua.
Draco se estremeció de arriba abajo cuando Harry tomó su antebrazo con ambas manos y lo llevó hasta su boca. No podía creer lo que ese loco estaba haciendo. Miró a su alrededor, sofocado, y apretó los dientes para no gemir cuando la húmeda y tibia lengua de Harry hizo contacto con esa piel tan fina y sensible. Cerró los ojos mientras sentía que su brazo desmayaba en las manos de Harry. Después los abrió, justo para ver el rastro brillante de saliva que hacia relucir su piel como pulido alabastro. Su pene palpitó. Y entonces, como si Harry se hubiera dado cuenta de pronto de lo que estaba haciendo, levantó la cabeza y el húmedo antebrazo añoró la calidez de su boca. Miró a Draco como si regresara de otro mundo.
—Lo siento —se disculpó azorado—. No sé qué me ha pasado…
Draco intentó sonreír, pero estaba demasiado alterado como para conseguirlo de forma convincente. Y Harry parecía tan avergonzado…
—Si… si llego a saber que ver esa marca iba a emocionarte tanto… —Draco tragó saliva con cierta dificultad—… te la hubiera enseñado mucho antes…
Y entonces, la sonrisa que apareció en el rostro de Harry no tembló, como la de Draco. Fue firme, genuina y absolutamente brillante. Igual que la forma de colocar el brazo que todavía tenía entre sus manos alrededor de su cuello y besar a Draco como si no hubiera mañana.
Desde el otro lado de la barra Blaise sonrió. Bendita fuera la tan traída y llevada valentía de los leones.