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Draco despertó debido al insistente sonido del timbre. Miró el reloj de la mesilla de noche y maldijo al inoportuno que ahora había pasado a aporrear su puerta. Se había acostado tarde y después le había tomado bastante tiempo poder dormirse, rememorando una y otra vez la delirante adoración de Harry a su antebrazo y la posterior y deliciosa adoración de su boca. Sería una falacia decir que Harry besaba como los propios ángeles. Harry besaba como un verdadero demonio, de esos que inducían al pecado y a la lujuria y le subyugan a uno hasta hacerle caer en un abismo de agonía y deseo. Cuando por fin se puso en pie, Draco comprobó que bajo la delgada tela del pantalón del pijama, su pene parecía estar mucho más despierto que él. Se puso una bata y salió de la habitación, cruzó el estudio y entreabrió la puerta. Era Blaise.

 

—No me he atrevido a aparecerme por si no estabas solo… —se excusó con una gran sonrisa.

 

Draco terminó de abrir la puerta e hizo un fastidiado gesto con la mano para que su amigo pasara.

 

—Necesito un té bien cargado —gruñó, dirigiéndose a la cocina.

 

Blaise le siguió sin perder su genial sonrisa.

 

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Estás solo?

 

—No ha dormido aquí, si es lo que estás preguntando.

 

La expresión de sorpresa de Blaise fue totalmente genuina. Draco dejó escapar un suspiro.

 

—Quiere que vayamos despacio —aclaró.

 

La espontánea carcajada de Blaise resonó por toda la cocina. Draco le dirigió una mirada asesina.

 

—No tío, eso es bueno —se apresuró a aclarar Blaise—. Significa que está considerando una relación contigo, no sólo un acostón…

 

Draco llenó la tetera de agua y la puso al fuego guardando un tupido silencio.

 

—¡Oh, vamos, Draco! Si ayer te besaba como si le fuera la vida en ello y tú  no te quedabas corto…

 

—Siéntate —dijo el pintor por fin, señalando la otra silla que había en la pequeña cocina.

 

El hombre de piel oscura frunció el ceño. Era imposible que Draco fuera a decirle que lo poco que había probado de Harry no era lo que esperaba. ¡Potter era un goce para la vista y todos los sentidos, por el amor de Merlín! Podía dar fe de ello.

 

—Eso es exactamente lo que me dijo, ¿sabes? —empezó a hablar Draco mientras sacaba un par de tazas de un armario—. Que le gustaba mucho, que quería que nos conociéramos de nuevo porque ya no éramos los mismos que en la escuela… —Draco casi podía sentir la misma emoción que la noche anterior, cuando Harry le susurró esas palabras—. Que deseaba que saliéramos e hiciéramos cosas juntos, solos o con nuestros amigos; descubrir lo que nos unía y lo que podía separarnos…

 

—Joder, este tío va en serio, Draco —dijo Blaise, boquiabierto—. Supongo que después del fracaso de su relación con Wood, quiere asegurarse de que las cosas funcionarán entre vosotros.

 

Draco asintió.

 

—En cuanto a Wood… —Draco se mordió el labio. Había dado su palabra de mago— Mira, Wood no es un buen tipo. Cuanto más lejos de Harry, mejor. Te agradecería que si le vieras rondándole…

 

Blaise sonrió.

 

—¿Celoso tan pronto?

 

—No, preocupado —antes de que Blaise pudiera hablar añadió—: Di mi palabra de mago y ahora mismo no puedo explicártelo. Sólo te pido que si ves a Wood cerca de Harry, te hagas el encontradizo y no te separes de él.

 

Aunque no sabía exactamente de qué podía estar hablando Draco, Blaise también había presenciado la desagradable escena entre Harry y Wood en aquella discoteca. Y podía recordar esa exagerada reacción a un simple agarre de su brazo. Así que dijo:

 

—Dalo por hecho, amigo.

 

 

 

Desde que le había confesado a Draco que sentía algo por él, algo con lo que todavía necesitaba guardar cierta reserva, Harry se notaba otro hombre. Volvía a experimentar ese no sé qué en el pecho, como cuando se había enamorado de Oliver. Y eso le complacía y le asustaba a la vez. Jamás había considerado la posibilidad de que Draco Malfoy estuviera al alcance de su mano. Y ahora que la había alargado, había logrado tocarle y además había sido bien recibido… le temblaban las carnes. Y, a la vez, tenía la sensación de que podía comerse el mundo.

 

—Presta atención, Harry —le regañó cariñosamente Hermione—. Las tarjetas color marfil, van en los sobres color marfil, no en los azules.

 

—Er… disculpa…

 

Eran las invitaciones de boda de sus amigos, cuya enlace se celebraría en mayo. Las de color marfil iban dirigidas a la familia muggle de Hermione. Las azul cielo, a la familia de Ron y a sus amigos en el mundo mágico. Las habían diferenciado porque las invitaciones azules eran mágicas, y cuando sus destinatarios las abrieran, recitarían el texto acompañadas de una romántica musiquilla elegida por los novios. Ron había nombrado a Harry su padrino de bodas y éste ya estaba asustado con todo lo que tenía que hacer: organizar la despedida de soltero, llevar el ramo a la novia y leerle el tradicional verso (gracias a Merlín, Ron ya lo había elegido), llevar a los novios de la iglesia al banquete y hacer el primer brindis, lo que significaba que tendría que idear una especie de discurso (cosa que había empezado a provocarle sudores). Tenía suerte (o no, considerando todo lo que tenían a su alcance en Sortilegios Weasley) de que los hermanos de Ron hubieran prometido ayudarle en todo lo posible.

 

Desde hacía un buen rato se moría de ganas de decirles a sus amigos que deseaba que Draco asistiera a la boda con él; pero no sabía exactamente cómo hacerlo. No llevaban demasiado saliendo y, de hecho, ni siquiera se lo había comentado a Hermione todavía. Su amiga le iba a matar…  

 

—¿Cabría la posibilidad de invitar a alguien más? —preguntó por fin, armándose de valor—. Me gustaría ir a la boda con un amigo…

 

—¡Harry Potter! —exclamó Hermione con expresión encantada—. ¿Por qué no nos habías dicho nada? ¿Quién es? ¿Cuánto hace que salís?

 

—Hermione, he dicho “amigo” —trató de aclarar él sin mucho éxito.

 

Ron soltó una risita al tiempo que le daba unos golpecitos en la espalda.

 

—No sabes dónde te has metido —canturreó.

 

Harry puso los ojos en blanco. ¡Por supuesto que lo sabía!

 

—¿Y  bien? —insistió Hermione, impaciente.

 

Harry exudó resignación por cada uno de sus poros.

 

—Draco, Draco Malfoy —dijo finalmente.

 

A Hermione se le iluminaron los ojos de pura excitación, como siempre que acababa resolviendo alguna cosa que la traía de cabeza.

 

—¡Lo sabía! —casi chilló dirigiéndose esta vez a su futuro marido—. ¿Te lo dije o no te lo dije?

 

Ron, que a lo largo de los años había desarrollado una suerte de infinita paciencia con los arranques de Hermione, fruto de su vasta experiencia al lado de la chica, mantuvo su sonrisa de rendido enamorado.

 

—Trae al hurón, si quieres —aceptó no sin cierta sorna—. Después de haber pintado mi polla, lo de menos es que venga a mi boda.

 

 

 

Harry no había estado en su estudio desde la vez que se había marchado dando aquel portazo. El cuadro seguía inconcluso, cosa que a Draco no le preocupaba demasiado. Podía acabarlo cuando quisiera; podía pintar el rostro de Harry hasta con los ojos cerrados. Sin embargo, éste había prometido su presencia después de casi un mes, casualmente, 14 de febrero, y Draco lo esperaba con absoluta ansiedad. No es que no se vieran con frecuencia; bien al contrario. Durante las últimas semanas Harry no había tenido que salir del país porque la selección inglesa no debía cumplir ningún compromiso hasta dentro de mes y medio, aproximadamente. Así que el entrenador de la selección tenía cierto tiempo libre. Cenaban juntos casi todas las noches y después iban a tomar una copa y a bailar. Más bien a mirar como los demás bailaban. No había manera de arrancar a Harry, y a Draco le iban más los bailes de salón que esa especie de imprescindible desmembramiento para bailar en la pista de una discoteca.

 

Draco había mantenido una frenética actividad durante toda la mañana, organizando las cosas para aquella tarde. Su mente, artística y calenturienta a partes iguales, había comenzado a imaginar otro tipo de cuadro. Una pintura que exigía una parte de la anatomía de Harry que tan sólo había podido sentir bajo la apretada tela de sus pantalones cuando los besos eran tan calientes que a duras penas podían respirar. Le halagaba esa especie de cortejo con el que Harry le obsequiaba. Era muy romántico y tal vez, en algún momento de su vida, lo habría deseado. Pero ya no tenía diecisiete años, sino veintitrés. Y, sinceramente, empezaba a estar un poco harto de comerse sólo el aperitivo y no llegar siquiera al primer plato. Draco sentía que ya había esperado mucho, muchísimo tiempo para saber lo que era yacer con Harry Potter. Lo había imaginado tantas veces, que si tenía que imaginarlo sólo una vez más, se volvería loco. Y eso ya era decir mucho tratándose de un Malfoy.

 

Lo había preparado todo con sumo cuidado. El depravado diván que había albergado tanta polla indiscutiblemente jugosa había sido cubierto con una gran tela de seda rojo sangre. No podía haber otro color para Harry, a excepción, quizás, del verde. Junto a éste, encima de una mesita baja, había dos copas, una botella de vino y una bandeja con queso y fiambres. La distracción. El lienzo que se apoyaba en el caballete era nuevo y los pinceles estaban limpios y preparados. Las luces eléctricas del estudio habían sido atenuadas, pero había un montón de velas flotando alrededor del diván, asegurando la iluminación necesaria. Una mucho más íntima e incitante. Si Harry no caía esa noche, sería porque estaba hecho de hierro. Y Draco estaba seguro de que no era así.

 

A las siete en punto, desafiando la creencia de que un Gryffindor jamás podía ser puntual, Harry se aparecía en el estudio de Draco. Draco le recibió con esa gran sonrisa en su rostro de la que hacía apenas unas semanas Harry jamás hubiera esperado ser testigo. Y mucho menos su destinatario.

 

El beso fue tan fogoso y demandante como siempre. Y Draco se dijo que si Harry follaba de la misma forma que besaba, ya estaba tardando en bajarle los pantalones. Calma, se dijo, sin embargo, tiempo habrá.

 

—¿Dispuesto a posar? —preguntó, separándose sin muchas ganas de sus labios.

 

Harry se encogió de hombros.

 

—Qué remedio…

 

Y entonces se fijó en lo íntimo del ambiente: las velas, la botella de vino… Miró a Draco, que ahora le sonreía con un poco de provocación.

 

—He pensado que podíamos tomar un tentempié antes de empezar —se escudó el pintor.

 

Y tomó de la mano a Harry para llevarle hasta el diván, donde ambos se sentaron. Draco abrió la botella de un simple movimiento de varita y lo sirvió.

 

—Me llevé un par de botellas de la bodega particular de Blaise ayer por la tarde —confesó sin ninguna vergüenza; una pequeña e inofensiva venganza…

 

—Por nosotros —Harry levantó su copa, que entrechocó con la de Draco con un suave tintineo.

 

Para regocijo del pintor, le dio un buen trago; a pesar de que pensara que Harry era un poco troll al no detenerse a saborearlo como aquel caldo merecía. Comieron, bebieron, conversaron, se besaron, volvieron a beber y se acariciaron con más ardor que nunca.

 

—¿Quieres emborracharme? —preguntó Harry, al notar que Draco llenaba su copa casi hasta el borde por cuarta vez, vaciando la botella.

 

—Voy a por la otra —fue la respuesta de Draco, al tiempo que le dirigía una sonrisa candorosa.

 

Con otra muy boba y feliz, Harry se dejó caer de espaldas en el diván. Estaba tan empalmado que dolía, y más que dispuesto a olvidar que había decidido ir despacio y afianzar su relación con Draco antes de pasar a cosas más íntimas. ¿En qué momento se había vuelto tan gilipollas? Ah, sí, Oliver. Oliver tenía la culpa de que ahora fuera un paranoico de las relaciones serias. Pero no, no quería pensar en él ahora. ¡Que le dieran! Él único que ahora tenía cabida en sus pensamientos y en sus pantalones era Draco. Oyó los pasos del pintor de vuelta y estaba a punto de incorporarse cuando la voz, sensualmente arrastrada, le detuvo.

 

—No te muevas… —Merlín bendito, le tenía justo donde quería—. Por favor…

 

Un poco desconcertado, Harry se quedó quieto, observando como Draco dejaba la botella de vino sin abrir sobre la mesita, se sentaba a horcajadas sobre él y empezaba a desabotonar su camisa. Draco podía sentir perfectamente bajo su culo la barra de hierro que se alzaba bajo los pantalones del hombre tendido en el diván.

 

—Espero que el vino no te dé flojera… —Harry negó enérgicamente con la cabeza, más que dispuesto a demostrárselo—… porque quiero pintarte así, tal como estás, antes de follarte.

 

Un sonido ahogado salió de la garganta de Harry cuando Draco le besó para acallar la protesta que estaba a punto de salir de sus labios.

 

—No admitiré un no por respuesta, Potter —el tono tenía una mezcla de advertencia y caliente promesa, que dejaron a Harry en un estado de excitada indecisión.

 

—Yo… no creo que sea buena idea —logró balbucear por fin.

 

Pero no hizo nada por evitar que Draco terminara hábilmente con el último botón y le abriera la camisa. Tampoco dijo nada cuando el pintor desabrochó su cinturón, el botón del pantalón y bajó la cremallera de la bragueta, dejando al descubierto la humedecida tela de sus calzoncillos. Draco tragó saliva con dificultad.

 

—Aunque podríamos follar primero y ya te pintaré después… —dijo con voz ronca.

 

—Follar primero, definitivamente —afirmó Harry.

 

Y empujó a Draco sobre él para arrastrarle a un beso que después les obligó a quitarse la ropa como si tuvieran que batir algún récord de velocidad.

 

Lo primero que Draco pudo pensar cuando contempló el cuerpo completamente desnudo de Harry fue “Joder, sí, el 80 fue un buen año…”  Y notó, después, la profunda cicatriz que afeaba la huesuda rodilla. Volvió a acomodarse sobre sus caderas, con la boca seca y las manos húmedas. Nervioso, dejó que la ávida mirada de Harry se paseara también por su cuerpo y las manos dulcemente por sus muslos. Y que siguieran acariciando hasta llegar a sus nalgas.

 

—Son tan suaves… —murmuró Harry. Y después, con un ligero tono de ansiedad, pidió—: Tócate.

 

Un violento rubor cubrió las mejillas de Draco. Jamás nadie le había pedido algo parecido. Sin embargo, cerró los ojos y deslizó la mano por su vientre, siguiendo la fina línea de vello, de tan rubio casi invisible, que trazaba el camino desde su ombligo hasta la base de su erección. Con mano temblorosa, la envolvió e inició un movimiento suave y constante. Las manos de Harry siguieron moviéndose exquisitamente por sus nalgas, hasta que un par de gentiles dedos las separaron y empezaron a investigar la caliente hendidura.

 

—Inclínate un poco…

 

La voz de Harry sonó tan ronca y apremiante que Draco abrió los ojos y le miró. Se hundió en un verde brillante y febril, y ardió en el sofoco del rostro enrojecido hasta la raíz del negro cabello. Draco, tembloroso y agitado, se inclinó un poco sobre el magnífico pecho de Harry para recibir su respiración caliente y forzada en el rostro.

 

—Un poco más… —pidió, sin embargo, Harry.

 

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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