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Secretos

by Livia

Capítulo IX

          La nueva casa está casi a punto. Solamente faltan detalles como cortinas o alfombras en alguna habitación y los muebles de la biblioteca. Draco tiene tantos libros que han tenido que encargar las estanterías a medida para optimizar el espacio. Y ni, aun así, Harry cree que quepan. Tendrán que acabar haciendo un encantamiento de espacio para agrandar la habitación, aunque Draco diga que no. Y no es que la casa sea pequeña. De hecho, no tan grande como Draco la quería, ni tan pequeña como Harry hubiera deseado. Fue Scorpius quien acabó eligiéndola. Y había sido una buena elección porque había contentado a ambas partes.

 

      Han aprovechado muebles de las dos casas. Los de la habitación de Scorpius son los mismos porque sus dimensiones son parecidas a las de su antigua habitación. Pero los de la habitación de Harry y Draco son completamente nuevos porque ninguno de los dos ha querido llevarse nada de lo que habían compartido con sus anteriores parejas. Sin embargo, en el gran sótano con el que cuenta la casa, Harry ha guardado cuidadosamente, bien protegidas con hechizos para que no se deterioren con el tiempo, muchas de las cosas de Kiano y también algunos recuerdos de Kings.

 

          La casa es bonita, pero lo que sin duda enamora de ella es el precioso jardín que la rodea, ahora todavía helado, aunque la nieve ha empezado a derretirse. Wangera ya les ha avisado que piensa dedicar una pequeña parte, la que queda detrás de la cocina, a cultivar un huerto. Es algo que le apetece mucho y que nunca pudo hacer en casa de Kings y Harry porque solamente tenía un pequeño patio trasero. Por su parte, Scorpius ya está imaginando fabulosos partidos de quidditch con los primos de Rose, por lo que se está dando maña en perfeccionar el hechizo Protego Totalum, y así poder resguardarse de miradas indiscretas cuando vuelen en sus escobas.

 

        Han pasado casi tres meses desde el brunch navideño y del revuelo que llevó a la nuevamente unida pareja a verse en la portada de El Profeta y especialmente en la de Corazón de Bruja día sí y día también. El acoso fue tal, que Harry se vio en la necesidad de declarar a Rita Skeeter persona non grata en el Ministerio y a imponer una orden de alejamiento que no permite a la periodista acercarse a él o a su pareja a menos de quinientos metros. También ha pedido a los empleados de mantenimiento del Ministerio que, debido a su recientemente descubierta alergia a los escarabajos, por favor, se encarguen de eliminar cualquier plaga de estos insectos que puedan detectar en la segunda planta del Ministerio. Aunque solo encuentren uno…

 

         Ya hay fecha para la boda: el 5 de agosto. A los dos les ha entrado la tontería de querer casarse con la misma edad. Y el 5 de agosto es el primer domingo después del cumpleaños de Harry, que habrá cumplido los cuarenta y tres que ya tendrá Draco desde hará casi dos meses. El padrino de Harry será Ron, como iba a ser en la desafortunada boda anterior. En el enlace con Kings, Ron había declinado el honor en favor de su padre, Arthur Weasley, porque dijo que le parecía de mal fario que Harry tuviera el mismo padrino que en su fallida boda.

 

        Draco, por su parte, ha nombrado a Scorpius, quien se está tomando su papel muy a pecho y no para de mandarle cartas a su padre sugiriéndole todo tipo de descabelladas ideas para su despedida de soltero —más acordes para jóvenes de su edad que para la de Draco—, o pidiéndole información y detalles sobre su relación con Harry para poder hacer, según él, un brindis digno en el banquete de bodas. Draco contesta a todas las misivas con toda la paciencia y diplomacia de la que es capaz, porque no quiere desilusionar a su hijo ya que se ha tomado la boda con mucho más entusiasmo del que esperaba. Desea que Scorpius conviva cómodamente con Harry y con él cuando acabe la escuela el próximo junio. Sobre todo, porque no cree que pueda disfrutar de la compañía de su hijo en casa por demasiado tiempo, habida cuenta de que en setiembre empezará la universidad y que, si lo que tiene con Rose Weasley sigue adelante, formará su propia familia en algún momento. Y el tiempo pasa muy deprisa.

 

        Los únicos que todavía no han confirmado su asistencia a la boda son Lucius y Narcisa Malfoy. A Draco, este detalle no le quita el sueño. A Harry todavía menos.

 

 

o.o.o.O.o.o.o

 

 

          Edwina Paltrow es una bruja meticulosa y concienzuda en su trabajo. A su propio parecer, la mejor Guardiana que ha tenido jamás el Ministerio. Y está orgullosa de que el Jefe Potter se haya dado cuenta de ello y le haya encargado un trabajo tan importante como el de localizar a Urquhart Radford, un mago tenebroso que está haciendo estragos por allá donde pasa. Ha matado ya a dos magos y tres muggles. Imagina que la Ministra Weasley habrá tenido que dar muchas explicaciones al Ministro muggle y eso nunca es bueno. Y que el Jefe de Aurores en persona lo ande persiguiendo tampoco es buena señal. Significa que la cosa es mucho más grave de lo que, de momento, se quiere reconocer públicamente para no alarmar a la gente. Aunque tampoco es ninguna novedad que, cada cierto tiempo, salga un imitador de Quien No Debía Ser Nombrado y tenga en vilo a los aurores hasta que logran atraparlo. El Jefe Potter siempre se toma como algo muy personal cazar a estos magos que parecen pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.

 

          Bajos su dirección, las Guardianas no están dejando ni un milímetro de Gran Bretaña por rastrear. Les ha dado instrucciones muy precisas: seguir cualquier rastro, por inverosímil que parezca, y que no les tiemble la varita a la hora de desmemorizar muggles que se crucen en su camino o dañar alguna propiedad, si la misión lo requiere. Y, como no quiere tener que tragarse sus palabras, en este momento se dirige a lo que considera una completa pérdida de tiempo. Edwina no cree que Radford se encuentre en Londres ni que sea tan estúpido como para esconderse en el Callejón Knockturn. Sin embargo, Agatha Toothill es una Guardiana veterana, tan metódica y escrupulosa en su trabajo como ella misma. Y, como la propia Edwina ha pregonado, no hay que desmerecer ninguna pista por descabellada que parezca.

 

       Agatha la está esperando delante de La Serpiente Espinosa, una tienda de dudosa reputación del Callejón Knockturn.

 

         —El tipo no es muy colaborador —empieza a explicar Agatha—, así que he tenido que persuadirlo…

 

         Agatha repiquetea con la varita sobre la palma de su mano y Edwina tuerce el gesto. No le gustaría recibir una reprimenda por parte del Jefe de Aurores por haberse pasado con un sospechoso para que hablara.

 

         —Tenía alquilado el piso de arriba a un tipo que desapareció hace un par de años —sigue explicando Agatha—. Pero asegura que desde hace unos días se oyen ruidos. Y es extraño porque, también asegura que desde que ese tipo se largó, no ha podido entrar en el piso…

 

         —¿Y eso por qué?

 

         —La puerta no puede abrirse. Y lo he intentado, créeme, con todo lo que conozco…

 

 

 

 

        Harry no podría estar más relajado y feliz si no fuera por el asunto de Urquhart Radford. De momento, todas las pistas que han seguido los han llevado a ninguna parte. Harry empieza a sospechar que Radford se encuentra fuera del país, aunque esa posibilidad no le alivia en absoluto. Ya se ha puesto en contacto con todos los Jefes de Aurores de la Red de Seguridad Internacional, de momento, sin ningún resultado alentador. ¡Estuvieron tan cerca de atraparlo en Escocia!, se lamenta. Pero agua pasada no mueve molino, así que tiene que enfocarse en el desafío que todavía tiene por delante y atrapar a ese hijo de puta como ha hecho con anteriores imitadores de Voldemort.

 

       Cuando ve a Edwina Paltrow caminar con paso decidido en dirección a su despacho no puede por menos que resoplar con fastidio. No es que las Guardianas estén consiguiendo muchos resultados tampoco. Y como venga a pedirle otra vez un incremento en sus dietas, va a enviársela directamente a Draco para que se despache a gusto con ella.

 

         —Buenos días, Jefe Potter.

 

         Él levanta la mirada del pergamino que fingía leer, como si no la hubiera visto venir.

 

         —Buenos días, Edwina, ¿qué puedo hacer por usted?

 

         —Tenemos un pequeño problema en el Callejón Knockturn que no somos capaces de resolver.

 

         Harry estudia detenidamente el rostro de la Guardiana, quien no parece nada cómoda con su confesión.

 

         —¿De qué naturaleza es ese problema? —pregunta.

 

         —Una puerta que no se puede abrir. Radford podría estar escondiéndose al otro lado.

 

         Todos los sentidos de Harry se ponen en alerta.

 

         —¿Está segura?

 

         —No, señor, no lo estoy —reconoce Edwina—. Pero es bastante sospechoso que no podamos abrir esa puerta cuando, según el propietario del piso, está vacío desde hace dos años. Y el hechizo que nos impide entrar es magia oscura, Jefe Potter, de eso sí estoy segura.

 

         Harry se pone rápidamente en pie y coge su chaqueta. Tal vez esta vez estén más cerca de lo que piensan.

 

 

 

        Ver aurores merodeando por el Callejón Knockturn es algo que no extraña a nadie. Continuamente hay redadas que expolian de mercancía prohibida o sospechosa de serlo a las tiendas que trafican con ella. Aunque, también es cierto que cada vez es más difícil para los aurores encontrar objetos oscuros y malignos, ya que los propietarios de los negocios que trafican con ellos también son cada vez más audaces a la hora de esconderlos. La Serpiente Espinosa en particular ha sufrido más de un registro en los últimos tres años, aunque lo único que se ha llevado su propietario es una multa por posesión de un frasco con sangre de unicornio que no fue lo suficientemente ingenioso para ocultar.

 

          —Y, dime, Runcorn, ¿qué escondes tras esa puerta que has protegido tan bien?

 

         Albert Runcorn, el mago fornido y de expresión habitualmente amenazadora, esta vez no puede evitar demostrar la incomodidad que le provoca tener al mismísimo Jefe de Aurores parado frente a la descolorida puerta verde del piso que está encima de su tienda.

 

         —Se lo juro, Jefe Potter, hace unos dos años que no he podido entrar en el piso. Lo tenía alquilado a Ákos Eszes, un mago zíngaro al que nunca pregunté qué tipo de negocio tenía en él. Pero entraba y salía gente continuamente, eso sí puedo decírselo.

 

         —¿Y no sospechaste nunca a qué se dedicaba? —pregunta Harry, en un tono de voz que da claramente a entender que no se cree una palabra.

 

         Runcorn se rasca la cabeza con ademán nervioso.

 

         —Bueno, siempre se oyen cosas —reconoce—. Aunque era muy discreto y yo nunca pregunté. Mientras pagara el alquiler, por mi estaba bien.

 

         —¿Qué tipo de cosas oíste? —insiste Harry.

 

         El hombre pasea la mirada del Jefe de Aurores a los cinco aurores que se apretujan en el estrecho rellano, dos de los cuales no han cesado de lanzar hechizos contra la puerta. Dos aurores más cubre la escalera y hay otros tres abajo, en la tienda.

 

         —Solucionaba problemas —dice por fin—. Eso es todo lo que sé.

 

         —Está bien —se resigna Harry.

 

         Hace un gesto con la cabeza a uno de sus hombres y éste toma del brazo a Runcorn y se lo lleva escaleras abajo.

 

         —No van a detenerme, ¿verdad? ¡Yo no he hecho nada!

 

         Sin hacer el menor caso a las protestas del propietario de La Serpiente Espinosa, Harry centra su atención en la puerta.

 

         —¿Qué tenemos? —pregunta a los dos aurores que la han estado machacando con un hechizo tras otro.

 

         —Ninguno de los hechizos habituales para estos casos funciona —responde uno de ellos, especializado en romper maldiciones, al igual que su compañero—. Sospecho que la magia que protege la puerta no ha sido lanzada por un mago, sino por una criatura. Un vampiro, probablemente.

 

         Harry frunce el ceño. Tiene la descorazonadora impresión de que esto cada vez se aleja más de Urquhart Radford.

 

         —Si ha sido un vampiro, vamos a necesitar mucha más luz de la que hay aquí… —masculla.

 

         La luz débil y amarillenta de la bombilla que cuelga en el centro del rellano apenas lo ilumina.

 

         —Podemos empezar con un Lumus Maxima —sugiere el auror especializado en romper maldiciones—. Mike y yo ejecutaremos los hechizos desmanteladores mientras los demás ejecutan el Lumus.

 

       Harry asiente y se prepara junto a los otros tres aurores para lanzar el encantamiento de luz. Los hechizos ejecutados por vampiros siempre requieren de mucha luz para contrarrestarlos. Y si el hechizo no es muy poderoso, incluso con solo un Lumus puede deshacerse. Aunque, bien pronto los aurores congregados delante de la puerta verde se dan cuenta de que éste no es el caso.

 

         —Lumus Solem, señores —ordena Harry.

 

         La luz que invade el rellano y la escalera es cegadora. Ninguno de los aurores puede prácticamente mantener los ojos abiertos mientras ejecutan sus hechizos. Pero, esta vez, la puerta tiembla con fuerza y, tras unos momentos en los que parece que va a desprenderse de sus bisagras, simplemente se abre con un ligero “click”. Agotados, los aurores se dan unos momentos para que sus ojos se recuperen del deslumbramiento que les ha provocado el hechizo, antes de proceder a entrar en el piso.

 

       Con la varita lista para cualquier eventualidad, Harry abre la puerta mientras uno de sus hombres le cubre. El vestíbulo es casi tan pequeño como el rellano y el aire que se respira es rancio y enrarecido por la falta de ventilación. Los dos aurores que hasta ahora estaban en las escaleras, se han unido a ellos.

 

        En silencio y con sumo sigilo, los aurores empiezan a desplegarse por el piso. En el suelo hay varios libros que parecen haber sido estrellados contra él, una lámpara hecha añicos sobre la polvorienta alfombra de la sala y un juego de té roto en mil pedazos en la entrada de la cocina. También hay hojas de papel desperdigadas por todas partes, como si una violenta ráfaga de viento las hubiera hecho volar de donde sea que estuvieran, y los cojines del sofá sangran su relleno, como si los hubieran hecho explotar. De pronto, algo cruje. Casi al mismo tiempo, desde la cocina empiezan a salir platos, vasos y tazas a toda velocidad, intentando hacer blanco en las cabezas de los aurores, y el viejo gramófono de la sala se pone en marcha inundando la estancia con las notas de un violín tocando una alegre melodía.

 

         Durante unos minutos reina el caos mientras los aurores intentan defenderse del inesperado ataque, desviando los proyectiles o haciéndolos explotar. Todo se detiene tan de repente como ha empezado.

 

         — ¿Un poltergeist? —pregunta alguien.

 

       —Eso explicaría los ruidos —gruñe Harry mientas se levanta. Un hilillo de sangre se escurre por su sien de la brecha que le ha abierto en la frente el canto de un plato—. ¿Estáis todos bien?

 

          Un murmullo de asentimiento responde a sus palabras.

 

         — ¿Te cierro esto, Jefe? —pregunta Williamson señalando su frente.

 

         Harry asiente. Otros aurores están haciendo lo mismo con los compañeros que han salido con alguna herida de la refriega. Después, con todos los sentidos alerta por si el poltergeist decide actuar de nuevo, reanudan la exploración del piso. Casi inmediatamente encuentran a Ákos Eszes, todavía sentado en su silla, pero con el cuerpo torcido hacia un lado y más seco que una momia.

 

         —Le dejaron sin sangre —deduce fácilmente Harry—, lo cual explica el hechizo vampírico de la puerta, pero no el porqué.

 

         —El vampiro tenia hambre, se le fue el colmillo y no quería que lo encontráramos —dice Williamson señalando el cadáver—. El castigo es Lumus Solem.

 

         A un vampiro no se le puede condenar al Beso del Dementor porque no tiene alma. Pero sí a morir bajo este potente encantamiento de luz.

 

          —Lo que está claro es que aquí no vamos a encontrar a Urquhart Radford —suspira Harry, decepcionado—. Pero tenemos un inesperado caso de asesinato así que, ¡a trabajar todo el mundo!

 

         Y mientras uno de sus hombres se encarga de dar aviso a San Mungo para que vengan a recoger el cadáver, y se ocupen de los trámites habituales, el resto se dedica a reconocer el piso en busca de alguna pista que aporte un poco más de luz sobre lo sucedido. Un par de aurores vuelven a la tienda para interrogar de nuevo a Runcorn.

 

        Tras un buen rato de lanzar hechizos por todos los rincones del saloncito donde Ákos Eszes recibía a sus clientes, es el propio Harry quien encuentra lo que para él va a ser más que una desagradable sorpresa.

 

         —Creo que hay algo tras esta pared—anuncia mientras ejecuta un nuevo hechizo sobre ella.

 

        Un panel se desliza suavemente dejando al descubierto lo que parece una habitación secreta. Tras murmurar un nuevo hechizo para encender las lámparas de la estancia, ésta se ilumina mostrando una vista que a Harry le recuerda un poco la Sala de las Profecías del Departamento de Misterios, aunque a mucho menor escala. Una de las paredes está cubierta de estanterías de arriba abajo, llenas todas de esferas de cristal vacías. Sin embargo, cuando se miran más de cerca, se puede ver restos de una suciedad gris que empaña el cristal.

 

         —Pero, ¿qué diablos hacía este hombre? —se pregunta un auror.

 

         —Solucionar problemas —responde otro con escepticismo.

 

         Williamson, que está junto a Harry examinando una de las estanterías, pregunta a su vez:

 

         — ¿Qué crees que contenían?

 

LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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