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         Durante los siguientes días Harry se concentra en poner, de forma discreta pero tenaz, palos en las ruedas de cada pista que sus hombres consiguen, intentando adelantarse al resultado para valorar si Draco puede estar en peligro de ser descubierto. El esfuerzo le está agotando, física y psicológicamente. Lucha contra un departamento muy motivado, que quiere llegar hasta el fondo de la muerte de uno de los Ministros más queridos y de su hijo. Que quiere ofrecer a su Jefe las respuestas a todas las dudas que se han abierto con los hallazgos en ese piso del Callejón Knockturn. Pero relacionar a esa serpiente tricéfala con la esfera vacía encontrada en la habitación secreta de Eszes, no es tarea fácil, para alivio de Harry. De momento, la investigación se está llevando a cabo bajo un estricto secreto.

 

         Las cosas tampoco han mejorado entre Harry y Draco. No han logrado superar la tensión generada entre ellos desde el día que se descubrió el cadáver de Eszes y la habitación secreta con las esferas. Harry está poco comunicativo, distante, envuelto en un dolor que no comparte.

 

         Por su parte, Draco se pregunta por qué Harry no es capaz de ver que él hizo lo que el auror no habría podido hacer nunca. De agradecerle que vengara especialmente a su hijo, cuya muerte jamás debió haber sucedido. ¿Tan difícil es entender para Harry que no habría podido hacer absolutamente nada para evitar lo que Astoria había orquestado? Si no hubiera sido esa serpiente habría sido un incendio en la casa, un envenenamiento accidental o cualquier otra cosa que se habría achacado a la mala suerte, a un hecho fortuito, como la mordedura de esa runespoor. Incluso le habría causado todavía más dolor la impotencia de no haber podido impedir la muerte de sus seres queridos.

 

         Draco se da un plazo de un par de semanas más, un mes desde que se ha descubierto todo, para enfrentar a Harry y forzarlo a tomar una decisión sobre su relación. Draco no puede continuar viviendo con la sensación de ser la última escoria del mundo. Y si hay que acabar anulando la boda, cuanto antes, mejor.

 

 

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         Draco ha entregado su carta de dimisión a una estupefacta Hermione poco antes de marcharse. La Ministra no ha logrado sacarle una palabra del porqué de semejante decisión.

 

         El sillón reclinable, los cuadros que decoraban el despacho y las fotografías familiares encima de la mesa han sido rápidamente empacados, reducidos y enviados a un domicilio temporal, donde ya esperan el resto de sus cosas, hasta que tome una decisión sobre su vida. Sobre la mesa solo han quedado las carpetas con el trabajo pendiente, pulcramente apiladas, y en cada una de ellas una detallada explicación para la persona que le sustituya. De su departamento solamente se ha despedido de Colin, tan estupefacto como la Ministra, agradeciéndole su colaboración y el buen trabajo realizado para él, esperando que sea igual de eficaz para su nuevo jefe o jefa.

 

         Draco deja el Ministerio una mañana de finales de abril, sin mirar atrás, con el corazón roto y el sabor amargo de la derrota.  

                  

 

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         A pesar de que la puerta está cerrada, Percy puede oír perfectamente los gritos de su cuñada, aunque no puede entender sus palabras. Hace media hora que Harry ha entrado en su despacho y desde entonces la Ministra no ha parado de pegar voces. Al Jefe de Aurores no se le oye.

 

         —Es asunto nuestro, solamente nuestro —repite Harry con voz monótona por centésima vez—. Busca otro director para el departamento y punto.

 

         —Así de fácil, ¿verdad?

 

         Hermione está que se sube por las paredes y ahora mismo le pegaría un guantazo al hombre sentado al otro lado de su mesa, si no fuera porque ella no es una mujer violenta. Pero ganas, lo que se dice ganas, tiene muchas. Suspira profundamente e intenta calmarse.

 

         — ¿Qué ha pasado esta vez, Harry? ¡Dime algo por el amor de Dios! Draco ha dimitido, habéis suspendido la boda, ¡OTRA VEZ!, y tu pareces un muerto en vida. Y como me digas que Blaise Zabini ha aparecido otra vez donde no debía, ¡SOY CAPAZ DE CAPARLO!

 

         En otras circunstancias, Harry se habría reído. A carcajadas. Ahora solamente tiene ganas de que Hermione acabe de gritar y poder irse de su despacho de una puñetera vez. Bastante tiene ya con lo que tiene.

 

         —Nadie ha obligado a dimitir a Draco, Hermione. Sus razones tendrá. Y si no te las ha dicho, será porque prefiere guardárselas para él.

 

         —Pero tú las sabes… —insiste la Ministra.

 

         Harry suspira con cansancio, pero da la callada por respuesta.

 

     —De acuerdo —se rinde Hermione—. Tal vez quieras hablar de esto fuera del Ministerio, cenando en casa tranquilamente. Y si no quieres hablar conmigo, quizás quieras hacerlo con Ron…

 

         —Te lo agradezco, Hermione, pero no hay nada de qué hablar. ¿Hemos terminado? Me esperan asuntos urgentes.

 

         —Una cosa más —dice ella, sin embargo, dejando su pose de amiga preocupada y adoptando la de Ministra todavía cabreada—. Buscar a un nuevo director no va a ser tarea fácil en este momento. Así que, mientras tanto, tú vas a asumir la Dirección del Departamento de Seguridad Mágica.

 

         Harry asiente sin rechistar. Sinceramente, Hermione esperaba algo de resistencia y poder llevar la conversación otra vez al punto que el auror se niega a debatir. Observa decepcionada como su amigo se marcha a toda prisa de su despacho. Está convencida de que, en algún momento, Harry soltará lo que ha pasado. Y ella, Ron o ambos, estarán allí para escucharlo.

 

 

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        Harry no recuerda haber sentido tanta tristeza desde que perdió a su familia. Aunque entonces no fue tristeza sino un dolor profundo y salvaje, un rencor enconado contra el mundo por arrebatarle una vez más a las personas que amaba. Lo de ahora es un abatimiento lánguido, casi plano. Como si le hubieran abierto en canal y le hubieran vaciado por dentro. Tiene el alma anémica y el corazón postrado en ese cuartito minúsculo, oscuro y silencioso donde guarda sus melancolías, esas que nunca ha contado a nadie.

 

         Draco dijo adiós y él no fue capaz de detenerle. No quiso detenerle. Pidió tiempo y Draco no se lo concedió. Él no puede perdonarle todavía y Draco no quiso esperar a un perdón que no pidió ni necesita. Actuó según su conciencia le dictó, hizo lo que hubiera hecho por su propio hijo y, si Harry no puede comprenderlo, sobran las palabras. Sobra su presencia en esa casa en la que Harry ahora se encuentra solo y abatido.

 

         Mayo se presenta lluvioso y desapacible. Los rumores corren por el Ministerio con un zumbido sordo que solo se detiene cuando Harry anda cerca. Y entonces quedan las miradas, interrogantes, decepcionadas, incluso apenadas. Harry las ignora y nadie le pregunta. A pesar de todo, Rita Skeeter y El Profeta parecen tener todas las respuestas, a cual más descabellada y creativa. Harry cancela su suscripción.

 

         Wangera se desespera con el auror por su dejadez en casa, por no comer más que migajas de lo que con tanta dedicación le prepara. Más de una mañana lo ha encontrado dormido en el sofá del salón, acompañado de una botella de whisky de fuego. Durante la última semana Harry la ha despedido tres veces. No quiere ningún testigo de su decadencia. Pero ella ha vuelto al día siguiente a la misma hora de siempre, como si nada, y le ha preparado el desayuno, ignorando que Harry insiste en ignorarla. Y la cena está en el horno esperándole cuando el auror vuelve a casa, donde se queda la mayoría de las veces hasta que Wangera la tira al día siguiente.

 

         Los aurores de Harry achacan su comportamiento taciturno y seco al terrible descubrimiento de que las muertes de su marido y su hijo no se debieron a un hecho fortuito como todos creyeron, y a los pocos progresos sobre las circunstancias que envolvieron la de Ákos Eszes. Sin embargo, todos respetan el secreto que ha decretado el Jefe de Aurores sobre dicha investigación, porque comprenden que lo que menos necesita Harry ahora es a la opinión pública debatiendo y cotilleando otra vez sobre un tema tan doloroso para él.

 

         Draco se ha ido, pero Harry le protegerá hasta las últimas consecuencias.

 

 

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       Al correr de los meses, la vida de Harry se convierte en una rutina aburrida, salpicada de vez en cuando por algún sobresalto cuando Williamson le informa de una nueva pista sobre el escurridizo vampiro que mató a Eszes. Entonces toca poner cara de determinación y salir con sus hombres para comprobar qué tan fiable es la pista de turno. Gracias a Merlín, todavía no han encontrado un rastro que les conduzca hasta el vampiro en cuestión. Harry sabe que es bastante improbable que lleguen a encontrarlo. Los vampiros son difíciles de rastrear porque no todos tienen magia. Gozan de una vida eterna, una fuerza incalculable y un poder hipnótico fuera de toda duda. Pero solo mantienen su magia los vampiros que hayan sido magos durante su anterior vida mortal. Son difíciles de encontrar a no ser que dejen un reguero de cadáveres sin sangre tras ellos. E incluso en este caso, son los miembros de su especie quienes se encargan de poner fin a los desmanes de su descuidado congénere. Se rumorea sobre la existencia de una especie de Consejo Vampírico —sobre el cual el Ministerio no  tiene datos ciertos— que se encargaría de castigar las faltas de los suyos, como el ser demasiado descuidado a la hora de alimentarse. Por lo general, la comunidad vampírica no quiere problemas con los magos y la convivencia entre ambas comunidades suele ser bastante pacífica. Claro está, que siempre hay voces que se levantan contra ellos, al igual que contra los hombres lobo.

 

         A uno de los primeros que los aurores habían interrogado había sido Eldred Worple, famoso escritor autor del libro Hermanos de Sangre: mi vida entre los vampiros. No fue un encuentro fructífero ya que lo único que intentó Worple fue volver a convencer al Jefe de Aurores de escribir su biografía. Ya lo había intentado hacía años, concretamente en una de las fiestas de Slughorn en Hogwarts, durante el sexto año de Harry.

 

         El siguiente en la lista fue el coautor del libro de Worple, que también asistió a la fiesta de Slughorn, el conocido vampiro Sanguini, del que se dice que no bebe sangre. Sin embargo, Harry recordaba perfectamente como el escritor tuvo que reprenderle varias veces durante la fiesta por intentar morder a alguien. Así que él y Williamson habían acudido a la cita con el vampiro con un alzacuellos solidificado que les causó a ambos severas rozaduras en el cuello y no pudieron afeitarse esa zona durante varios días. Tampoco obtuvieron nada de Sanguini, quien permaneció silencioso durante la mayor parte del interrogatorio, con la mirada fija en sus alzacuellos. Era de esperar que los vampiros no se delataran entre ellos.

 

       Otra completa pérdida de tiempo fue Lorcan D’Eath, pero al menos sacaron fotos dedicadas para la hija de Williamson y las sobrinas de Harry. Aunque, una sobrina en particular, Rose, ya no le dirige la palabra. Y eso duele. Mucho.

 

         —Dale tiempo, Harry. Ahora solo ve por los ojos de Scorp… —intenta animarle Hermione.

 

         —Y el chico está dolido por su padre —añade Ron—. Tal vez ayudaría que de una puñetera vez nos contaras qué pasó entre vosotros. Así podría decirle algo al niñato, que cada vez que viene a comer parece que la culpa la tengamos todos.

 

         —Ron… —le amonesta Hermione.

 

        Él le da un trago a su cerveza con expresión de estar ya un poco harto de todos, de Scorpius y de Harry. Éste último bebe la suya en silencio, aguantando los reproches de su pelirrojo amigo con resignación.

 

         —Porque, mira, no es un mal chico —reconoce Ron—. Pero resulta que se ha ido a estudiar leyes a la universidad suiza esa, y mi Rosie, tu sobrina, se ha ido con él. Porque no tenemos universidades en Gran Bretaña, no señor. Y como comprenderás, esto me tiene muy preocupado. Y cabreado.

 

          —Ron…

 

         — ¡No, Hermione! Mi Rosie se va al extranjero a estudiar con ese chico. Y no me parece bien. ¡Fíjate! ¡Tú eres Ministra de Magia y no has necesitado irte a ninguna parte!

 

          Harry sigue bebiendo su cerveza mientras escucha en silencio la discusión del matrimonio. Rose es la niña de los ojos de Ron. Entiende su preocupación. Él mismo le dio una buena cantidad de galeones a su sobrina para colaborar en sus estudios o en el alquiler de un piso o para su manutención en la ciudad que finalmente eligiera para sus estudios universitarios. Para lo que le hiciera más falta. Rose y Scorp ya son mayores de edad, llevan tiempo juntos. Son jóvenes, tienen ganas de experimentar, de vivir. Por un momento, se pregunta si lo habría visto todo tan fácil si fuera Kiano en lugar de Rose. Por desgracia, nunca lo sabrá.

 

         —Scorp es un buen chico —se atreve a decir.

 

         Ron le dirige una mirada enfurruñada.

 

         — ¿Cómo su padre?

 

         — ¡Ron! —grita Hermione, ya un poco fuera de sí— Harry ha dicho que son cosas suyas ¡y son cosas suyas! Si no quiere hacer partícipe a sus amigos —y mira a Harry con expresión acusadora—, tendremos que respetarlo.

 

         No obstante, la mirada de Hermione sobre su amigo se suaviza casi al instante. Harry parece haber envejecido varios años en los últimos meses. Pronto será Navidad y ese halo de tristeza que envuelve al auror desde que Draco se fue va a ser mucho peor. Se ve tan cansado… Hermione se arrepiente ahora de haberle endosado la dirección del departamento. Pero la gente está contenta y Williamson prácticamente ejerce de Jefe de Aurores. La Ministra casi tiene su decisión tomada, aunque no sabe cómo le puede sentar a Harry que nombre a Williamson y él se quede única y exclusivamente como Director del Departamento de Seguridad Mágica. Ser auror ha sido su vida, el deseo que acarició desde la escuela. Pero lo ha cumplido, ampliamente hay que decir.

 

         —Harry, he estado pensando…

 

         Él levanta la mirada hacia ella cuando deja la frase a medias.

 

         — ¿Qué te parecería ocuparte solamente de la dirección del departamento de Seguridad? Creo que Williamson está sobradamente preparado para ocupar el cargo de Jefe de Aurores.

 

         Para sorpresa de Hermione, Harry responde inmediatamente, sin dudar.

 

         —Me parece bien.

 

         ¿Tan fácil? ¿Ni siquiera una pequeña resistencia?

 

         — ¿Estás seguro? —insiste.

 

         Harry exhala otro de esos suspiros tan largos que, ahora, la mayoría de las veces suplen sus palabras. Sin embargo, afirma:

 

          —Ted está preparado, Herm. Será un buen Jefe de Aurores.

 

         Y le da otro trago a su cerveza mientras el matrimonio intercambia miradas. Ron tampoco puede entender esta renuncia tan rápida al puesto desde el que su amigo ha luchado tanto por tantas cosas.

 

         —Entonces, hablaremos el lunes con Williamson. ¿O prefieres hablar tú con él primero, sondearle?

 

         Pero Harry niega con la cabeza, como si la sugerencia de Hermione le pareciera una completa pérdida de tiempo.

 

         —Tú eres la Ministra, te corresponde a ti —dice—. Sin embargo, tengo una propuesta.

 

         —Dime —se apresura a responder su amiga, aliviada de que Harry se implique un poco.

 

         —Que el Jefe de Aurores dependa a partir de ahora del Director de Seguridad Mágica —Y añade—: Te quitará trabajo.

 

         Ella guarda silencio durante unos segundos. La idea no le parece del todo mal, pero, como todas sus decisiones, necesita meditarla un poco.

 

         —Lo hablamos el lunes —responde.

 

         Harry esboza una pequeña sonrisa que no llega a sus ojos.

 

         — ¿Comemos? Me muero de hambre.

 

 

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LA DOMUS DE LIVIA
©Mayo 2015 by Livia

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