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La Nueva Domus de
Livia
Harry andaba más nervioso de lo que quería reconocer. Consultó su reloj por doceava vez en pocos minutos. Draco se estaba retrasando mucho más que en los dos años anteriores. La sola posibilidad de que en esta ocasión no acudiera, de que Hermione pudiera tener razón, le estaba desquiciando. El pequeño Teddy se había dormido en su regazo después de comer. Era el único que lo había hecho porque los demás estaban esperando a que llegaran los dos magos ausentes. Luna, sentada a su lado, insistía en aburrirlo con su tema favorito: el Snorckack de Asta Arrugada.
—Cada vez estoy más cerca de encontrarlo —decía, convencida—. Mi último viaje a Suecia fue muy esperanzador. Al primero que nazca en cautividad, le pondré tu nombre, Harry. En tu honor. ¿Harry? ¿Me estás escuchando?
El moreno la miró con expresión despistada.
—¿Eh? ¿Decías…?
Los ojos grises de Luna se enfocaron en su amigo con aire soñador.
—No te preocupes, Harry. Sé que vendrá. Los unicornios siempre vuelven junto a los puros de corazón.
Harry observó a Luna como si acabara de confirmarle que el Snorckack de Asta Arrugada realmente existía; cuando todo el mundo sabía que no era más que una invención del padre de la ex Ravenclaw.
—Es que Malfoy me recuerda a un unicornio —afirmó ella con la misma devoción con la que hablaba de cualquiera de sus fantásticas criaturas—. ¿Sabías que los potrillos son dorados y se vuelven plateados antes de alcanzar la madurez? —Harry negó con la cabeza, un poco sorprendido por el símil— Después son de un blanco purísimo. Hermosos. Y majestuosos. Solamente los hechos de bondad y ternura pueden tocarlos. Aunque los unicornios tienen un punto débil.
Harry aguardó con curiosidad a que continuara. Sin embargo, Luna parecía haber acabado su disertación y le miraba con una gran sonrisa.
—¿Un punto débil? —preguntó finalmente Harry, animándola así a continuar.
Luna asintió, envolviéndose en un aire romántico.
—Siendo como son, amantes de la belleza, a veces se dejan llevar y cambian su libertad por el cariño y los cuidados de alguna dama hermosa, o caballero —puntualizó—, acudiendo a visitarla cada día a la misma hora en su jardín —y añadió con un guiño—… o cada año en la misma fecha, por su cumpleaños.
Dado el silencio a su alrededor, Harry se dio cuenta de que no era el único que había estado escuchando.
—Vaya, eso ha sido muy bonito, Luna —aplaudió George, acabando con el mutismo general—. Pero, dime, ¿dónde lleva Malfoy el cuerno?
—Oh, bueno, en realidad el cuerno es un símbolo fálico, asociado con… —empezó a explicar Luna, emocionada, lejos de sentirse ofendida por el tono burlón del pelirrojo.
Sin embargo, Molly Weasley no sentía la misma emoción. Miró a George con cara de reprimenda.
—Harry, querido, ¿no crees que podríamos empezar ya? Se enfriará la comida… —interrumpió, poco dispuesta a escuchar según qué cosas a la hora de comer.
Harry captó el gesto nervioso de Hermione, mirando también su reloj. El turno de Ron se estaba alargando más de la cuenta y seguramente empezaba a preocuparse. Él mismo comenzaba a sentirse desanimado. Por lo visto, su unicornio particular iba a faltar a la cita este año. Y no podría decirle cuánto deseaba que se quedara con él. Que no quería que volviera a marcharse para investigar ninguna otra estúpida maldición para el Ministerio.
—Como quiera, Molly —cedió, tratando de sonreír—. Llevaré a Teddy a la cama.
Se encaminó hacia la cocina, con el pequeño hecho una bolita contra su pecho, oyendo el bullicioso ruido de sus amigos sentándose a la mesa, pero sin ver todas las miradas apenadas que se clavaban en su espalda. Atravesó la cocina y el comedor, para salir al pasillo donde se encontraban las escaleras que llevaban al piso superior. Ya en su habitación, dejó al niño sobre la cama y se dirigió hacia el cuarto de baño, donde guardaba las pociones. Iba a necesitar un poco de ayuda para que su sonrisa no decayera, poder mostrar ilusión por todos los regalos que esperaban en el salón y lograr soplar las 21 velas de su tarta sin derramar una lágrima. Después, cuando estuviera solo, ya decidiría qué hacer.
Estaba a punto de llevarse el vaso a los labios, cuando alguien se lo arrebató de la mano.
—No puedes seguir haciéndote esto, Harry —los ojos azules de Ron le miraban desde el espejo del baño, afligidos—. No puedes buscar refugio en las pociones al menor contratiempo.
—¿Cuándo has llegado? —preguntó Harry, sorprendido.
Ron vertió el contenido del vaso en el lavamanos.
—Tu verdadera poción antidepresiva está abajo, esperándote —respondió el pelirrojo.
Ron no se ofendió por el irreflexivo empujón de su amigo, cuando le apartó para salir del baño a toda prisa. Sino que sonrió al oírle bajar las escaleras como una manada de caballos desbocados. Dejó el vaso que había vaciado sobre el lavamanos y contempló su propia imagen en el espejo.
—¿Qué clase de amigo eres, Ronald Weasley? —se cuestionó.
Trastorno por estrés postraumático crónico. ¡Y una mierda! Él también había perdido amigos, compañeros. Y un hermano. De los que le quedaban, a uno le faltaba una oreja y otro tenía el rostro tan desfigurado que daba pena. Pero todos habían seguido adelante. Y si Harry no acababa de deshacerse de esa maldita depresión era porque ellos mismos no se lo habían permitido.
Quien más quien menos había pasado sus momentos malos. Y no por ello dejaba de comprender que los de Harry habían sido de los peores. Pero él y Hermione se habían tenido el uno al otro para cerrar heridas; George había encontrado su bálsamo en Angelina; Bill tenía a Fleur, cuyos ojos no veían cicatrices, sino sólo al hombre que amaba. Sus propios padres, después de tantos años, seguían siendo la fortaleza el uno del otro. ¿A quien tenía Harry? A sus amigos, es verdad. Pero los amigos no calientan una cama vacía ni llenan esa parte del corazón que sólo late por la persona a la que se ama.
Ron siguió mirándose en el espejo, con aire culpable. Él mismo había registrado como una fiera entre las cosas de Harry, hasta encontrar la varita de Malfoy, y había corrido a entregársela a los aurores para que comprobaran los hechizos realizados antes de su cambio de dueño. Era consciente de que precisamente había sido esa prueba la que había acabado de hundir al Slytherin. Porque sin la constatación de esas Imperdonables, vistos todos los atenuantes, tal vez el Wizengamot se hubiera limitado a quitarle la varita durante una buena temporada, y a dejarle en libertad vigilada, como habían hecho con otros Slytherin, compañeros de Malfoy. ¿Quién se iba a imaginar entonces que en el corazón de Malfoy había también un rinconcito que latía por Harry? ¿Quién se detuvo a pensar que su familia, para el Slytherin, era tan importante como lo eran para ellos mismos las suyas, que también el hurón haría cualquier cosa con tal de salvarla? Una parte de Ron seguía sin poder perdonarle a Malfoy muchas cosas. Y seguramente ese rencor permanecería en él como una mar de fondo, cuando las olas son grandes y aparentemente lentas, provocando movimientos profundos y enturbiando el agua. Pero también había visto la desesperación en el fondo de esos fríos ojos grises. Impotencia. Y la firme resolución de no querer dejarse hundir. De esperar a que su momento llegara. Y cómo todo eso se fundía y confundía cuando Harry y él estaban juntos. De igual forma que, cuando eso sucedía, desaparecían todas las ansiedades de su amigo.
Ron tomó la decisión de hablar esa misma noche con su mujer. Y después con su familia. Tal vez Kingsley se dejara convencer para iniciar los trámites que permitieran conseguir la libertad condicional para Malfoy. Después se ocuparía del maldito hechizo y la forma de enfrentarse a Harry cuando averiguara la verdad.
o.o.o.O.o.o.o
Harry se había lanzado directo a sus labios, sin darle tiempo a decir nada. Aunque todo lo que Draco tenía por decir lo estaba haciendo en ese instante, resarciéndose de los meses de añoranza en la boca de su amante. El reencuentro, durante esos primeros instantes, siempre era único. Porque por fin estaba entre los brazos del hombre que amaba, y todavía faltaba mucho para que tuviera que abandonarlos de nuevo y volver a su solitario y frío encierro. Durante esas impagables horas, Draco procuraba empaparse de su calor y alimentarse de sus besos; llenar el corazón con sus palabras y el alma de sus sonrisas. Tendría que vivir de ellas durante los próximos doce meses. Calentarían sus noches y ayudarían a pasar sus días de forma menos amarga.
—Pensé que ibas a agujerearme los labios —bromeó cuando por fin ambos tuvieron que volver a respirar.
—Te he echado de menos. Mucho, Draco. Esta vez no voy a permitir que vuelvas a irte —soltó Harry de corrido, casi sin respiración.
Draco trató de sonreír.
—Nada me gustaría más que poder quedarme —apoyó su frente en la del moreno, para no encontrarse con sus ojos—. Pero me comprometí a hacer un trabajo y tengo que terminarlo.
—¿Cuánto tiempo más, Draco? ¿Cuánto tengo que esperar aún?
El rubio no respondió, sus frentes todavía unidas.
—Esto me está matando, Draco —la voz de Harry sonó ansiosa, suplicante—. No sé dónde estás la mayor parte del tiempo, ni lo que estás haciendo. He hablado con los ineptos del Ministerio un montón de veces y parecen idiotas. Nadie sabe nunca dónde encontrarte. Y cuando por fin te dignas a mandarme una lechuza…
—Lo siento, Harry —le interrumpió el rubio, con el corazón encogido—. Yo… tengo que terminar, el trabajo, tengo…
En realidad no sabía qué decir. La mano de Harry encontró su mejilla, y Draco se estremeció bajo su caricia. Era en esos momentos cuando más deseaba mandarlo todo a tomar viento. Cuando sus ganas de romper la promesa que le habían obligado a hacer eran más incontenibles que nunca. Pero era consciente de que eso no le ayudaría en nada a él; ni tampoco a Harry.
—Compré esta casa pensando en nosotros —dijo el moreno suavemente—. Ya sé que no tuvimos demasiado tiempo para estar juntos; que seguramente todavía no conocemos ni la mitad de las manías del otro. Pero dijimos que lo intentaríamos, y yo estoy seguro de que nos irá bien si…
De pronto Harry calló y Draco levantó la mirada. Una dolorosa sospecha había aparecido en los ojos del moreno.
—Has conocido a alguien… —titubeó—… estás con alguien y no te atreves a decírmelo…
Draco le abrazó para no echarse a llorar.
—Cómo puedes decir tantas tonterías una detrás de otra —susurró, sin embargo, apretándole contra su cuerpo—. No he conocido a nadie, Harry. Te lo juro.
Draco jamás pensó estarle más agradecido a un Weasley, que cuando la voz absolutamente incómoda de Ron sonó justo a su lado.
—Dejad algo para después, chicos. Mi madre pregunta si venís a comer o qué.
Harry le fusiló con la mirada, molesto por la interrupción; pero el pelirrojo habría jurado que la de Malfoy era de puro alivio.
—Yo sólo soy el mensajero —se disculpó Ron, encogiéndose de hombros.
—Seguiremos con esta conversación más tarde —afirmó Harry, mirando seriamente a su rubio compañero—. Me importa muy poco si tienes que coger un traslador a las seis o si te están esperando esta noche en la Conchimbamba. Porque hoy no te vas de aquí, Draco Malfoy. O dejo de llamarme Harry Potter.
Ron siguió a la pareja hasta el jardín sin que le llegara la camisa al cuello. Estaba seguro de que a Malfoy, tampoco.
o.o.o.O.o.o.o
La comida había sido deliciosa. Harry había soplado las velas de la tarta, apagándolas de una sola vez, según él, inequívoca señal de que su deseo se cumpliría. Había abierto sus regalos y los había agradecido con risas y exclamaciones de sorpresa. Pero, sin lugar a dudas, el mejor presente había sido el de Draco. Le había regalado un original collar de cuentas étnico, que Hermione había hecho verdaderos malabares para conseguir. Porque se suponía que Malfoy lo había comprado en algún punto perdido de África, donde también se suponía que se encontraba investigando. Estaba hecho de plata, conchas, coco y cuentas venecianas del siglo XVIII. El “detalle” les había costado a los amigos de Harry 140 libras. Pero de todos era sabido que un Malfoy no regala cualquier cosa. Lo peor era que todavía les quedaban cuatro cumpleaños más por los que responder en nombre de Malfoy...
Harry se sentía feliz y desesperado al mismo tiempo. Hubiera deseado poder tener más intimidad para estar con Draco y que todo aquel barullo de voces, risas y gritos desaparecieran de su jardín. Su compañero no era ningún espíritu de expresividad en público y no había nada que Harry deseara más que poder quedarse a solas con él y desinhibir su pose de Malfoy correcto pero distante. No obstante, se sentía bastante satisfecho de cómo había sido recibido Draco este año por sus amigos. Tenía la sensación de que le habían saludado con más entusiasmo que otras veces. Un poco amodorrado por el calor y la digestión, se había acomodado con la espalda contra el pecho de Draco y éste, haciendo un gran alarde de exhibición pública, acariciaba su cabello despacio, casi adormeciéndole. Harry sentía la mano que tenía entrelazada con la del rubio sudada y caliente. Pero si a Draco no le molestaba, no sería él quien la soltara. Aparte de cómoda, esa posición permitía que el rubio pudiera susurrar junto a su oído sin que los demás tuvieran que enterarse de sus palabras.
—No seguirás pensando esa tontería de que estoy con alguien más, ¿verdad? —preguntó Draco, tratando de no parecer preocupado.
Harry sonrió.
—¡Claro que no! Pero te interesará saber que no eres el único experto en maldiciones, ¿sabes? Conozco una que te encoge el pito y casi no te deja ni mear…
El aliento de la risita de Draco batió contra su cuello y Harry echó la cabeza un poco más hacia atrás. Por si su rubio quería seguir desinhibiéndose y se decidía a darle un mordisquito. Uno pequeñito y discreto.
—Meas esperma y eyaculas orina —corrigió Draco—. Mi tía abuela Gertrude era una experta en esa maldición. Y en un montón de hechizos bastante pervertidos y amorales.
—¿De veras? ¿Y conocía alguno para que no te salgan callos en las manos?
Esta vez el aliento de Draco rozó la oreja de Harry, haciéndole estremecer un poco.
—¿En las dos? —preguntó el rubio.
—Se me dan bien los trabajos manuales…
De pronto el rostro de George Weasley invadió todo el espacio visual de Harry.
—Hey, pareja, ¿una partida de snap explosivo?
¿Acaso su socio comercial no era capaz de darse cuenta de lo inoportuno que era?
—No molestes, George —gruñó Harry.
—¿Gobstones?
—Piérdete.
—¿Ajedrez?
—¿Qué tal un ojo morado a juego con tu camiseta?
George comprobó el color de la prenda y fingió considerarlo por un momento.
—No, mejor no. Si mañana me pongo la azul, no estaría a juego.
Harry volvió a recostarse sobre Draco.
—Bien, ¿por dónde íbamos?
—En que tal vez sea el momento de buscar otro tema de conversación —sugirió Draco—. O voy a acabar con un serio problema en mis pantalones.
Harry sonrió con malicia.
—Te prometo que cuando toda esta gente se vaya, solucionaré cualquier problema que tengas dentro de tus pantalones.